APUNTES PARA LA HISTORIA DE LA REAL FUNDICIÓN DE CAÑONES DE BARCELONA (1775-1800) por Antonio AGUILAR ESCOBAR
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La Real Fundición de artillería de bronce de Barcelona inició su actividad en 1715 en un modesto edificio situado en el centro de las actuales Ramblas barcelonesas en el que ya había existido en el siglo XVI un pequeño taller de fundición.
Al término de la guerra de Sucesión y después de la caída de Barcelona en 1714, la Corona decide poner en funcionamiento un establecimiento de fundición de cañones de bronce en la ciudad, destinados al artillado de la Ciudadela y a las plazas del Principado aunque, posteriormente, su producción iría a otros destinos: la Marina, las plazas de Indias y los ejércitos de tierra. El primer contrato se firma el 24 de septiembre de 1715 entre Pedro Ribot, maestro fundidor de artillería, de una parte y José Patiño, entonces superintendente general del ejército en el Principado con la intervención de Marcos Araciel, teniente general de la Artillería, de otra.
En 1716, la fábrica inicia su actividad comenzando con un encargo que hace Patiño para fundir 96 piezas en un año, utilizando los dos hornos que tenía el establecimiento, uno grande y otro pequeño. La mayoría de las piezas serían destinadas a la desaparecida fortaleza de la Ciudadela. A partir de los años 1730´s junto a Pedro Ribot trabaja otro fundidor, Francisco Mir, que se hará cargo del asiento hasta el final de la década.
A partir de 1733 se trazan proyectos para reformar diversas dependencias del edificio de la fábrica y reparaciones de los hornos. Las obras comenzarían a partir de 1736 prolongándose por muchos años por la penuria económica de la Hacienda. Después de la muerte de Francisco Mir en mayo de 1741, su ayudante José Barnola se hace cargo de la fundición. En los años sucesivos, encontramos a Barnola al frente de la fundición barcelonesa funcionando ésta con regularidad hasta 1767 en que se inician las grandes obras de ampliación en el nuevo edificio en las atarazanas.
Durante el reinado de Carlos III se configurará definitivamente la estructura y funcionamiento del Real Cuerpo de Artillería. Así pues, a partir de 1767 se producen importantes cambios en la gestión y funcionamiento de la Fundición. Se inicia así la etapa de gestión directa de la fábrica por el Estado, de modo que, a partir de ese año, los oficiales de la Artillería asumen completamente el control del establecimiento desapareciendo los asientos con los maestros fundidores y pasando éstos a ser funcionarios a sueldo de la Corona.
Por otra parte, se quería ensayar nuevos métodos de fundición “en sólido”, más acordes con los que empleaban otras potencias europeas. Hasta entonces las piezas se fundían “en hueco”, es decir, introduciendo un molde que al retirarse dejaría libre el “ánima”del cañón. Algunas piezas fundidas con esa técnica en los últimos años en Sevilla y Barcelona habían tenido importantes defectos y fueron reprobadas para el servicio.
Los nuevos aires de la Fundición los traerá un personaje extranjero: Jean Maritz. Se trataba de un prestigioso maestro fundidor de origen suizo que dominaba las nuevas técnicas de fundición en sólido y estaba considerado como un gran gestor y organizador de las fábricas de fundición. Había dirigido las fundiciones de Francia implantando en aquel país las nuevas técnicas.
Como se comentó anteriormente, el deseo de utilizar las nuevas técnicas de fundición en sólido que ya se usaban en Europa requerían más espacio del existente en el antiguo edificio de las Ramblas. Así pues, a partir de 1766 se proyectarán e iniciarán las obras de construcción de nuevos edificios tanto en la fundición de Sevilla como en la de Barcelona siendo su autor Jean Maritz. A partir de 1766 las labores de fundición se irán trasladando progresivamente a un nuevo emplazamiento en las vecinas atarazanas (drassanas, donde actualmente está el Museo Marítimo de Barcelona) situadas al suroeste de la ciudad limitando con el mar; un edificio mucho más grande que el anterior con objeto de aumentar considerablemente la producción de cañones y, al mismo tiempo facilitar la salida de los mismos a través del puerto ya que éste limitaba con las atarazanas, así como disminuir los costes del transporte de metales que antes se producía al tener que desplazarse rambla arriba.
Entre 1775 y 1800, la fundición alcanzó su mayor esplendor ya que en el edificio de las atarazanas llegaron a trabajar entre 150 y 200 empleados, de los cuales más de 50 eran fijos con un sueldo mensual. Entre sus instalaciones destacaremos la existencia de un taller de afino con tres hornos de reverbero para afinar cobres y el taller de fundición con cuatro hornos en funcionamiento. Además de las barrenas con tres máquinas movidas por tracción animal y los correspondientes talleres de herrería, carpintería, y labores de terminación (grabado, pulimento, etc.), además de diversos almacenes y cuadra de ganado. Existía también un laboratorio de química, oficinas y despacho.
En 1802 se ordenó el cierre de la fábrica en el contexto de las reformas de la Artillería que dispuso Godoy en las ordenanzas de ese año. El argumento esgrimido fue que la fábrica de artillería de bronce de Sevilla tenía una capacidad de producción muy superior a la de Barcelona y era capaz por si misma de cubrir las necesidades de este tipo de armamento que tenía la Monarquía.
Esta decisión parece coherente con la necesidad de reducir gastos que tenía la Hacienda ante la crisis económica del final de la centuria. Por otra parte, la demanda de cañones y morteros había disminuido, sobre todo las destinadas a la Marina ya que hacia 1800 aunque la flota de guerra española era considerable muchos de los buques estaban en malas condiciones para la navegación y, por tanto, menos necesitados de piezas de artillería.