En algunos temas de EGC se ha citado a las Huestes Concejiles, Milicias Ciudadanas y otras formaciones análogas destinadas a la defensa del territorio y a la participación en la Reconquista. Con este artículo pretendemos acercar los datos disponibles de la formación del Fonsado de Plasencia y sus usos y maneras para que, por analogía, comprendamos la función y la historia de estas formaciones en los Reinos de Castilla y de León durante los Siglos XII y XIII. También se hace un llamamiento a la discusión y al debate para corregir, ampliar y mejorar esta información.
Ejemplar facsímil del Fuero de Plasencia.
Esta relación de datos y su explicación están basados en mi escasa biblioteca, de la que destacan “Las siete Centurias de la Ciudad de Alfonso VIII” de D. Alejandro Matías Gil, “El Fuero de Plasencia” otorgado a la Ciudad por el Rey de Castilla Alfonso VIII y La “Historia y Anales de la Ciudad de Plasencia” de Fray Alonso Fernández. Estas y otras obras menores, que se basan en las mismas, serán utilizadas a lo largo del presente trabajo sin hacer citas expresas con la intención de dar mayor fluidez al tema de estudio. Así también se usarán los escritos de D. Manuel Díaz López, D. Gumersindo Martín Hernández, D. José Sendín Blázquez, D. José Martín Majadas y algún otro.
1º - Breves notas sobre los ejércitos de los reinos cristianos durante la reconquista.
Popularmente se tiene el concepto de los ejércitos reales marchando unidos al combate. Esta idea simplista viene arraigada por el cine y la literatura pero está muy lejos de la realidad de nuestra historia.
Al igual que la sociedad de la Edad Media estaba dividida en estamentos, así también lo estaban las huestes medievales.
El Rey disponía de un ejército y una guardia personal que participaban en el combate como fuerzas de élite y reservas cualificadas pero estaban muy lejos de conformar el núcleo de la fuerza.
La nobleza, tributaria de “El Rey Nuestro Señor”, constituía un segundo escalón. Cada Señor disponía de una fuerza organizada a imagen y semejanza de la del Rey y, a su vez, otros nobles, siervos de los primeros, aportaban otras unidades menores a las de su Señor.
El Clero aportaba su esfuerzo como si de cualquier otro noble se tratara, siendo frecuente encontrar en batalla a obispos y clérigos como D. Bricio, primer Obispo de la Diócesis de Plasencia, que acudía con el Cabildo a todos los llamamientos.
Las Órdenes Militares llegaron a constituir algo parecido a un ejército regular independiente, con sus integrantes formando importantes grupos de caballería. El hecho de que para el ingreso en las Órdenes se exigiera nobleza demostrada y “posibles” garantizaba la calidad del armamento y la buena disposición de los caballeros a integrarse en ellas.
El último de los estamentos era el Pueblo. Desde el reinado de Alfonso II de León se le llamó Fonsado o Alfonsado al llamamiento al pueblo para el combate, pero el concepto de Fonsado empezó también a significar la unidad de milicias de una población, no sólo al llamamiento en sí. Los llamados a armas también recibieron los nombres de “Apellido” (por apelación) y “Cítara” (por citar o citación).
Es muy posible que el origen primigenio de estos Fonsados sea la reunión de civiles para la defensa de pequeños lugares frente a las racias moriscas. Las poblaciones alejadas de guarniciones o ejércitos mayores eran asoladas por los periódicos saqueos de partidas armadas. Los pequeños (a veces no tanto) grupos de saqueadores cumplían la doble función de hostigamiento a la producción agrícola, el transporte y el comercio y la obtención de botín. Los reinos moros mantenían así fuerzas en activo que conseguían su propia paga y negaban recursos al enemigo.
Como decimos en esas poblaciones se empiezan a organizar las milicias y se estructuran formas de defensa como la huída planificada de mujeres y niños, el control de pasos y vados, el planeamiento de emboscadas, etc. ¿Es nueva esta situación? Pues evidentemente no. Desde los albores de la humanidad el Pueblo se ha reunido en tribus y otras formaciones para su defensa. Lo novedoso de este fenómeno es que, poco a poco, se dictan normas que lo regulan, consiguiendo tener una disponibilidad y organización muy superior a las improvisadas formaciones anteriores.
Las milicias populares variaban mucho en organización y funciones de una población a otra, por lo que este estudio no puede ser tomado como regla universal si no como reflejo de un Fonsado muy concreto, el de Plasencia. En varias de las ciudades fundadas o reconquistadas en fechas cercanas se repiten estructuras muy parecidas, como en Coria o Cuenca.
La reunión de todas estas fuerzas no era una masa amorfa de hombres y armas. Existían divisiones en cuanto al equipamiento y funciones de cada grupo, destacando los grupos de caballería pesada, los de ligera o atalayadores (reconocimiento y hostigamiento), ballesteros, etc. La dirección de esos grupos estaba encomendada a nobles, religiosos o caballeros de las Ordenes según la confianza del Rey y el estricto escalafón social de la época, así como por las aportaciones de hombres y material de los designados (había veces que se encomendaba la dirección de un grupo a alguien cuyo único mérito era haber aportado x carretas de víveres o una respetable suma de dinero).
Toda esta explicación puede ser muy aproximada a la organización real pero en cada apellido o llamada a armas podía variar según disponibilidades y otras circunstancias.
2º- El Concejo de Plasencia.
Plasencia, “para agradar a Dios y los Hombres”, se funda sobre el Pago Ambracensis en 1186. El Rey Alfonso VIII la dota de un Fuero de Libertad por el que no es feudo de ningún Señor si no es el mismo Rey.
El Concejo de Plasencia no iba en hueste o a campaña sino a sus fronteras, o con su Rey, y no con otro Señor alguno; y sólo por tres meses, y no más.
Todo Señor de casa, esto es, todo vecino cabeza de familia, estaba obligado al servicio militar, y si el Señor se quería escusar, debía poner en su lugar, para que lo sustituyera, un hijo o nieto que no fuese “soldadero”, esto es, que no estuviese obligado al servicio por sí propio, y que fuese apto o pudiente como el Fuero dice.
El Concejo de Plasencia, para aumentar el número de sus caballeros, que Dios propague, porque la caballería era entonces el arma de importancia, obligaba a todo aquel que hubiere de valía, esto es, tuviese la renta de 200 maravedises, a tener caballo a Fuero, o para el servicio de guerra, y si no lo tenía, nadie estaba obligado a responder por el daño que a este caballero hiciere, salvo por muerte de hombre o mujer forzada.
Durante las expediciones de guerra la Ciudad no quedaba desguarnecida.
Cuando el Concejo marchaba en Fonsado o a campaña, ponía en la Ciudad los que llamaban veladores de hueste, esto es, una guarnición que de día y de noche velase y custodiase la ciudad, y estos veladores tenían parte en el botín que el Fonsado hiciera.
Los distintos gremios e instituciones se dividen para organizar la defensa de las murallas por secciones. Así los hortelanos defenderán la Puerta del Sol, el Cabildo el muro entre la Puerta de Talavera y la de Trujillo, los artesanos la de Coria, los ganaderos la de las Berrozanas, etc.
Plasencia se convierte así en “Persona Jurídica” con ejército propio y que participa de botín y derechos de conquista. Plasencia es Señora de tierras y villas y ejerce, a todos los efectos, como cualquier otro noble.
3º Del material y hombres de guerra.
Como citamos en el capítulo anterior estaban obligados a formar el Fonsado los cabezas de familia y se obligaba a que los pudientes armaran caballo.
Tanto los caballeros como los peones que eran llamados a armas y no se presentaban eran multados a excepción de los enfermos o los que no se hallaran en Plasencia. La mujeres y los niños no eran admitidos en la hueste ni tenían ración ni parte de botín.
También se sancionaba a los que acudieran sin el material completo dejándolos a media ración y medio botín. De esta manera se aseguraba que las huestes formarían con una panoplia más o menos estándar. La uniformidad brillaba por su ausencia pero había disposiciones para homogeneizar un poco el armamento. Como la panoplia de armas puede resultar interesante cito las sanciones que eran impuestas por su falta.
El caballero que no se presentaba en la hueste con escudo, lanza y espada propia, no tenía más que media ración, o media parte de lo que le debía tocar de botín. El peón que no llevaba lanza propia, azcona o porra, no tomaba nada del botín. El saetero peón que arco o ballesta con sus dos cuerdas y cien saetas llevaba tenía media ración. El caballero saetero que acudía con arco o ballesta con dos cuerdas y doscientas saetas, tomaba media ración. El que se presentaba con lorija y con yelmo o con capacete, tenía ración entera. El que ponía lorigón con yelmo y con capacete tomaba también media ración. El que presentaba sólo yelmo, tenía una cuarta parte de ración. El que presentaba una cadena con doce collares o argollas para asegurar los prisioneros, tenía ración entera. Y según el número de argollas o collares tomaba de ración: si tenía 24 collares tomaba dos raciones, y si tenía sólo 6, tomaba media parte de ración.
4º Organización y normativa.
Todo el Fonsado partía junto con sus alcaldes, jueces y los jefes por ellos designados. Se elegían caballeros para hacer de ataleadores o taladores (atalayadores = exploradores) para ir en vanguardia como descubierta. A estos caballeros (caballería ligera y saeteros a caballo) se les pagaba un buey o 16 maravedís si había botín y 4 si no lo había.
Los jueces eran encargados de mantener el orden entre la soldadesca imponiendo fuertes sanciones incluyendo el corte de la mano derecha a quienes no obedecieran los mandatos del Señor de la Ciudad (el corregidor) o de los alcaldes. Especial dedicación tenían por asegurarse del reparto justo del botín, siendo obligación suya tomar nota de quienes lo guardaban e inventariarlo.
De todo el botín conquistado se retraían los alimentos de los prisioneros para garantizar su subsistencia (no era por humanidad, era para no deteriorar la mercancía), del resto se encargaban los jueces de su custodia y reparto. Para ello los sesmos nombraban cuadrilleros que los representaran en el reparto y eran responsables de su parte desde ese momento, estos tenían como pago un caballo pero respondían con sus bienes por lo que les faltase del botín. Los moros cautivos y el ganado eran custodiados por guardadores nombrados al efecto. Estos guardadores cuidaban también de los heridos, viejos, enfermos y cansados. Para ellos se reservaban las caballerías apresadas y las partes de botín no repartidas por sanciones.
Estaban establecidas indemnizaciones por caballo perdido o heridas recibidas, así como reponer las armas rotas con las capturadas.
Había hazañas y hechos notables que eran recompensados independientemente del reparto, así el que vencía a un enemigo tenía derecho a una pieza de su equipo. Si era ante la puerta de una fortaleza se quedaría con el caballo, siendo en otro lugar el trofeo era el escudo, la silla o la espada. También el primero en entrar en castillo defendido tenía de premio un moro.
Los prisioneros no estaban destinados a la esclavitud, su destino era cambiarlos por prisioneros cristianos o pedir rescate. Lógicamente a mayor estatus del prisionero mayor era el importe recibido del rescate.
Arrebatar una lanza o un pendón también era premiado con dinero.
Los ganados y vituallas capturados se gastaban en alimentar a toda la hueste por igual. Si se sorprendía a alguno robando carne se le cortaban las orejas.
Todo castillo tomado era propiedad de Plasencia y el concejo ejercía su autoridad en todas las tierras ganadas. Estas tierras eran divididas por los sesmeros.
5º Estructura y divisiones del Fonsado.
Como la obligación de acudir al Fonsado era general se mezclaban en él ganaderos, hidalgos, comerciantes y toda la representación de habitantes de la Ciudad. La principal masa de peones procedía de los gremios, estos solían estar ubicados en una zona concreta de la población y se reunían en la parroquia más cercana. Cada gremio tenía una estructura jerárquica que era mantenida en campaña para facilitar la cadena de mando. Es muy lógico que esto fuera así teniendo unos grupos muy bien estructurados en la vida civil que podían funcionar igual en la campaña militar. La hermandad entre ellos aportaba un "Espíritu de corps" que resultaba muy beneficioso en combate.
Algunos gremios tan dispares como los carreteros y los hortelanos tenían muchas cosas en común ya que sus barrios eran colindantes y sus reuniones de hacían en el atrio de San Pedro.
Los gremios, cofradías y parroquias funcionaban como estructuras logísticas para el almacenamiento, trasporte y distribución de los víveres y material de guerra. Los maestros de los gremios solían ser designados como cuadrilleros para los repartos de pagas y botín.
Los hidalgos, soldados del concejo, clérigos y algunos artesanos y mercaderes más pudientes se agrupaban en el grupo de gentes a caballo.
El Concejo proveía de algunos carros de víveres y pagaba a los especialistas por el trabajo realizado, como a los cirujanos, guarnicioneros, herreros, panaderos, etc. Un caso curioso era el del pago al cirujano o Maestro de Llagas. Este percibía 4 maravedís por curar un hueso roto, 2 por heridas penetrantes y 1 por las demás heridas.
También los gremios y cofradías se hacían cargo de dar sepultura a los caídos, encargar misas y ayudar de alguna forma a las viudas y huérfanos.
6º Orgullo de grupo.
Antes hemos dicho que acudir al Fonsado era una obligación para los cabezas de familia pero, tras la caída de la Ciudad ante los Almohades en 1196, se propaga un sentimiento de orgullo por colaborar en la victoria ante el moro. A partir de entonces acuden en masa a los llamados todos los hombres válidos y se sienten parte de algo grande.
Desde ese momento participan en el Fonsado no sólo cristianos de la Ciudad si no también moros y judíos así como vecinos de toda la Diócesis. En 1227 y bajo el mando del Rey Santo Plasencia responde a otro llamado en un número enorme. Se destaca la gente de armas del Fonsado y no son pocas las aspas que adornarán escudos y dinteles de sus casas como recuerdo de la toma de Baeza.
Espero que este texto sea de vuestro agrado y toda aportación vuestra será esperada y bienvenida.