Por ahí van los tiros. Zama se encuentra en la ruta entre Adrumeto y Cirta, la capital de Masinisa. La verdadera batalla de Zama tuvo lugar cuando Masinisa se retiraba de los Emporios expulsado por una revuelta a la que se acabaron uniendo tropas procedentes de la propia Cartago. Apiano lo mezcla y lo confunde todo, pero ésta, sin duda, es la versión más verídica:marcelo escribió: ↑07 Dic 2020 Ante esa tesitura, Aníbal decidió hacer una jugada "política". Atacar a Masinisa, el aliado romano que le aportaba gran cantidad de caballería. Creo que es Apiano quien cuenta la toma de Narce. Si Escipión no acudía, perdería a su aliado. Y si acudía, el general púnico habría logrado sacar al grueso del ejército romano a campo abierto, con lo que podría forzar una batalla. Acuciado por el ataque, Masinisa debió pedir a Escipión que acudiese en su ayuda. El general romano dejó un subalterno al frente del cerco de Cartago y acudió con el grueso de su fuerza de maniobra a auxiliar a Masinisa.
(Los cuarenta desterrados, por cierto, constituyen el gobierno colaboracionista, aunque no de Cartago, por supuesto, sino de alguna ciudad de los Emporios. Ese detalle aclara muchas cosas.)
África, 69-73:
Muy pronto, como sucede en situaciones de prosperidad, surgieron diferentes facciones, había un partido prorromano, otro democrático y un tercero que estaba de parte de Masinissa. Cada uno de ellos tenía líderes destacados por su reputación y valor. Annón el Grande era jefe del partido filorromano, a los partidarios de Masinissa los encabezaba Aníbal, apodado el Estornino, y la facción democrática tenía como líderes a Amílcar el Samnita y a Cartalón. Estos últimos, aprovechando que los romanos estaban en guerra contra los celtíberos y que Masinissa había marchado en auxilio de su hijo, que estaba rodeado por otras fuerzas iberas, convencieron a Cartalón, jefe de las tropas auxiliares y que, por razón de su cargo, recorría el país, para que atacase a unas tropas de Masinissa acampadas en un territorio en litigio. Éste mató a algunos de ellos, se llevó el botín y azuzó a los africanos rurales contra los númidas.
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La facción democrática en (de) Cartago expulsó a los partidarios de Masinissa, unos cuarenta aproximadamente, y consiguió un voto de destierro e hicieron jurar al pueblo que no los volverían a recibir jamás y que no aceptarían propuesta acerca de su retorno. Los desterrados huyeron al lado de Masinissa y lo presionaron para que declarase la guerra. Éste, que también la deseaba, envió a Gulussa y Micipsa, dos hijos suyos, a Cartago con la demanda de que acogieran de nuevo a quienes sufrían destierro por su causa. Cuando éstos se aproximaron a las puertas de la ciudad, el jefe de las tropas auxiliares las cerró por temor a que los familiares de los desterrados movieran a compasión al pueblo con sus lágrimas. Amílcar el Samnita atacó a Gulussa cuando iba de regreso, mató a algunos de sus hombres y a él mismo lo puso en un aprieto. Masinissa tomó este hecho como un pretexto para atacar a la ciudad de Horóscopa, que deseaba poseer en contra del tratado. Los cartagineses marcharon contra Masinisa con veinticinco mil soldados de infantería y cuatrocientos jinetes ciudadanos bajo el mando de Asdrúbal, que era entonces el jefe de las tropas auxiliares. Asasis y Suba, lugartenientes de Masinisa, se pasaron a su bando con seis mil jinetes cuando estaban cerca, a causa de algunas diferencias con los hijos de Masinisa. Animado por estas fuerzas, Asdrúbal trasladó su campamento a un lugar más próximo al rey y, en algunas escaramuzas, obtuvo ventaja. Masinisa quiso tenderle una emboscada y se retiró poco a poco como si estuviera huyendo, hasta que llegó a una gran llanura desierta, rodeada por todos los lados de colinas y precipicios y falta de provisiones. Luego retrocedió sobre sus pasos y fijó su campamento en campo abierto. Sin embargo, Asdrúbal subió a las colinas, porque era una posición más sólida.”
Al día siguiente se dispusieron a entablar combate. Escipión el Joven, quien después destruyó Cartago, que servía, a la sazón, a las órdenes de Lúculo en su campaña contra los celtíberos, llegó al campamento de Masinissa a donde había sido enviado para pedir elefantes. Este último, como estaba preparándose para la batalla, envió a un destacamento de jinetes a salirle al encuentro y encargó a algunos de sus hijos que lo recibieran cuando llegase. Al amanecer, él mismo, en persona puso a su ejército en orden de batalla, pues, aunque contaba ochenta y ocho años de edad, era aún un jinete vigoroso y montaba a pelo, como es costumbre entre los númidas, tanto cuando desempeñaba tareas propias de su cargo de general como cuando luchaba. Ciertamente, los númidas son el pueblo más robusto de todos los pueblos africanos y los más longevos de entre todos aquellos pueblos que se caracterizan por su longevidad. La causa tan vez sea que el frío del invierno, que causa mortandad en todas partes, no es allí muy intenso y el verano no es tan tórrido como en Etiopía o en la India; por esta razón, este país alimenta a las fieras salvajes más poderosas y los hombres trabajan siempre al aire libre. Beben muy poco vino y su alimentación es sencilla y frugal. Masinissa, a caballo, ordenaba con detalle a su ejército y Asdrúbal desplegó, a su vez, al suyo, muy numeroso, pues se le habían sumado ya muchos refuerzos procedentes del país. Escipión contemplaba la batalla desde una altura, como un espectador desde las gradas de un teatro. Y, recordó después, muchas veces que, aunque había asistido a combates muy diversos, jamás había disfrutado tanto como en aquella ocasión, pues sólo entonces, dijo, vi sin preocupación trabar combate a ciento diez mil hombres. Y añadió, con aire de solemnidad, que sólo dos antes que él habían contemplado un espectáculo similar: Júpiter, desde el monte Ida, y Neptuno, desde Samotracia durante la guerra de Troya.
La batalla se prolongó desde la aurora hasta el anochecer con bajas numerosas por ambas partes, y parecía que Masinissa tenía cierta ventaja. Cuando volvía del campo de batalla se presentó Escipión y Masinissa lo saludó con gran cordialidad, puesto que era amigo de su abuelo. Al enterarse de este hecho, los cartagineses le pidieron a Escipión que les gestionara la reconciliación con Masinissa. Él los llevó a conferenciar y, a la hora de hacer las propuestas, los cartagineses afirmaron que cederían a Masinisa el territorio perteneciente a la ciudad de Emporion y que le entregarían, de inmediato, doscientos talentos de plata y ochocientos, en un plazo posterior. Pero cuando él les pidió a los desertores, no soportaron tan siquiera oírlo, sino que se separaron sin llegar a un acuerdo. Entonces, Escipión retornó a Iberia con los elefantes, y Masinissa rodeó con un foso la colina de los enemigos y tuvo cuidado de que no fuera introducido ningún alimento. En ningún otro lugar cercano había provisiones, ya que, incluso para él, a duras penas y con mucho trabajo había conseguido traer desde una gran distancia un poco de alimento. Asdrúbal consideró que podía abrir brecha en seguida a través de las líneas enemigas con su ejército, que aún gozaba de buena salud y no había sufrido daño. Sin embargo, como tenía más provisiones que Masinissa, pensó que éste presentaría batalla y permaneció quieto. Además, se había enterado de que embajadores romanos se hallaban en camino para negociar la paz. Éstos se presentaron, pero se les había ordenado que, si Masinisa resultaba vencido, arreglaran las diferencias y, si tenía ventaja, que le espolearan más.
Los embajadores cumplieron sus órdenes y entre tanto el hambre iba extenuando a Asdrúbal y a los cartagineses, y al estar mucho más debilitados sus cuerpos, ya no fueron capaces de atacar a los enemigos. En primer lugar se comieron sus animales de tiro, después a los caballos y, por último, cocieron sus arreos y se los comieron. Toda suerte de enfermedades hicieron presa en ellos, debido a la mala alimentación, a la falta de ejercicio y a la estación, ya que una gran multitud de hombres se encontraba encerrada en un lugar y un campamento estrecho en pleno verano de África. Cuando les faltó la madera para la cocción, quemaron sus escudos. Ningún cadáver podía ser llevado afuera, dado que Masinissa no relajaba la vigilancia, ni tampoco se los podía incinerar por falta de madera. Sufrieron, pues, grandes y dolorosas pérdidas al tener que convivir en compañía de cuerpos putrefactos y malolientes. La mayor parte del ejército pereció, y los demás, al no ver esperanza alguna de salvación para ellos, acordaron entregar los desertores a Masinisa, pagarle cinco mil talentos de plata en cincuenta años y acoger de nuevo a sus desterrados en contra de sus juramentos. También consintieron en pasar a través de sus enemigos por una sola puerta, de uno en uno, y con una única túnica. Sin embargo, Gulussa, irritado por la persecución que había sufrido no mucho antes, ya sea con el consentimiento de su padre o por propia iniciativa, envió contra ellos un cuerpo de jinetes númidas cuando se marchaban, los cuales les dieron muerte, indefensos como estaban, pues no tenían armas para defenderse ni fuerzas para poder huir. Así, de los cincuenta y ocho mil hombres que integraban el ejército sólo unos pocos regresaron salvos a Cartago y, entre ellos, Asdrúbal, su general, y otros nobles.