"Convocadas a junta sus tropas en la misma Cartagena, Escipión hizo un discurso sobre la audacia y perfidia de Indibilis; y con las muchas razones que aportó sobre el asunto, avivó el ardor de la multitud contra este príncipe. Les hizo relación de los combates que antes habían sostenido contra los españoles y cartagineses juntos, siendo éstos quienes mandaban las armas; y que si entonces habían salido siempre vencedores, ahora que sólo tenían que pelear contra los españoles conducidos por Indibilis, no había que dudar de la victoria. Atento a esto, dijo, no he querido valerme para esta empresa del auxilio siquiera de un español, sino echar mano de los romanos solos, para que sepa el mundo que no hemos deshecho y arrojado de España a los cartagineses con ayuda de los españoles, como algunos piensan, sino que es nuestro valor y ardimiento el que ha vencido a los cartagineses y celtíberos. Después de lo cual los exhortó a vivir concordes y marchar a esta expedición con más confianza que a otra alguna, pues a su cargo quedaba la victoria con el auxilio de los dioses. Con esto los soldados cobraron tal ardor y espíritu, que al mirarles a la cara se creería que se hallaban ya en presencia del enemigo y a punto menos de venir a las manos. Dicho esto, despidió la asamblea.
Al día siguiente levantó el real y se puso en marcha. Transcurridos diez días llegó al Ebro, y a los cuatro de haberlo cruzado acampó a la vista del enemigo, mediando sólo un valle entre los dos campamentos. Al día siguiente, después de haber ordenado a C. Lelio tener pronta la caballería y a los tribunos tener dispuestos los vélites, echó al valle algún ganado del que venía en pos del ejército. No bien los españoles se hubieron lanzado sobre la presa, cuando destacó allá algunos vélites, que, venidos a las manos y sostenidos de una y otra parte con más gente, armaron en el valle una atroz escaramuza de infantería. Lelio, que según la orden tenía prevenida la caballería, pareciéndole esta buena ocasión de echarse encima, ataca a los que escaramuceaban, les corta la comunicación con el pie de la montaña y derrota la mayor parte de los que andaban desmandados por el valle. Este accidente irritó a los bárbaros, quienes, por no parecer vencidos y que rehusaban un trance general, sacaron al amanecer toda su gente y la ordenaron en batalla. Escipión, aunque ya estaba dispuesto para el combate, sin embargo, como vio que los españoles bajaban imprudentemente al valle y que ordenaban en el llano no sólo la caballería, sino también la infantería, se detuvo un rato a fin de que los enemigos formasen la mayor parte. Porque, aunque contaba con su caballería, fiaba aún más en su infantería, la cual en las batallas ordenadas y a pie firme era muy superior, ya en armas, ya en valor, a la de los españoles.
Así que le pareció que ya era tiempo, él se situó al frente de los contrarios, que estaban ordenados al pie de la montaña, y sacando de su campo cuatro cohortes bien unidas, las envió contra la infantería enemiga que había bajado al valle. En este momento, C. Lelio con la caballería avanza por las colinas que desde el campo de batalla se extendían hasta el valle, da por la espalda sobre la caballería contraria y la obliga a pelear con él. Con esto la infantería enemiga, privada del apoyo de su caballería en cuya confianza había bajado al valle, era estrechada y oprimida, bien que también a la caballería alcanzaba la misma suerte. Porque encerrada en un paso angosto y apurada por todas partes, mataba más de sus mismas gentes que la que mataban los romanos, ya que su propia infantería la incomodaba por los costados, la de los contrarios de frente y la caballería por la espalda. En esta especie de combate perdieron la vida casi todos los que bajaron al valle; pero la infantería ligera que estaba formada al pie de la montaña y Imponía la tercera parte de todo el ejército emprendía la huida, y con ella Indibilis, que se salvó en un lugar fortificado. Escipión, después de haber puesto fin a los asuntos de España, alegre sobremanera fue a Tarragona para llevar desde allí a su patria el más glorioso triunfo y la más memorable victoria. Con el anhelo de no llegar tarde a las elecciones de los cónsules, después de haber arreglado todo lo tocante a España y entregado el mando del ejército a Silano y Marcio, se hizo a la vela para Roma con Lelio y otros amigos."
Polibio, XI, 32-33.
Tito Livio
"Después de este discurso los despidió mandándoles prepararse para salir al día siguiente; emprendida la marcha, en diez jornadas llegó al río Ebro. Luego cruzó el río y, tres días después, acampó a la vista del enemigo. Delante había una llanura rodeada de montañas. Escipión mandó arrear, hasta aquel valle el ganado robado en su mayor parte en los campos de los propios enemigos, para despertar la ferocidad de los bárbaros; después envió a los vélites como protección, dándole instrucciones a Lelio para que cuando estos escaramuceadores iniciasen el combate, cargara él con la caballería, que estaría escondida. Un oportuno saliente de la montaña cubrió la emboscada de los jinetes, y la lucha se inició inmediatamente. Se lanzaron a la carrera los hispanos sobre el ganado que avistaron desde lejos, y los vélites sobre los hispanos, ocupados con el botín. Primero los amedrentaron con proyectiles; luego, dejando las armas ligeras, que eran más aptas para exacerbar la lucha que para decidirla, desenvainaron las espadas y comenzó a desarrollarse el combate cuerpo a cuerpo. El resultado del combate a pie era dudoso, pero intervinieron los jinetes. No sólo machacaron, atacando frontalmente, a cuantos encontraron, sino que además algunos rodearon la base de la ladera y se presentaron por detrás para cerrar el paso al mayor número, y la matanza fue mayor de la que suelen causar los combates ligeros a base de acciones rápidas. Este revés, en lugar de minarles la moral a los bárbaros, inflamó su rabia. Por eso, para no parecer amilanados, al amanecer del día siguiente formaron en orden de batalla. El valle, estrecho, como se ha dicho antes, no tenía cabida para la totalidad de las tropas; aproximadamente dos terceras partes de la infantería y toda la caballería formaron el frente de combate; el resto de la infantería se situó en la ladera de la colina. Escipión calculó que la estrechez del lugar iba a su favor porque le parecía que el soldado romano se adaptaría mejor que el hispano a la lucha en un espacio reducido y, además, no tenía cabida para la totalidad de sus tropas; además ideó una táctica inesperada: como él no podía desplegar su caballería por las alas en tan reducido espacio, y al enemigo le iba a resultar inútil la suya porque la había metido con la infantería, ordenó a Lelio que se llevase a los jinetes rodeando las colinas, ocultando la marcha cuanto pudiera, y que aislase lo más posible el combate ecuestre del de la infantería; él dirigió todas las enseñas de infantería contra el enemigo y situó cuatro cohortes en la línea frontal porque no podía abrir más la formación. Entró inmediatamente en combate con el objeto de que éste no dejara ver el paso de los jinetes por las colinas, y los enemigos no se percataron de que habían sido rodeados hasta que percibieron a sus espaldas el tumulto de la lucha ecuestre. Había así dos batallas separadas: dos frentes de infantería y dos caballerías combatían en extremos opuestos de la llanura, porque la falta de espacio no permitía que los dos tipos de lucha se fundieran en uno solo. En el lado hispano la infantería no podía ayudar a la caballería ni viceversa, y la infantería que había entrado imprudentemente en acción en el llano confiando en la caballería era destrozada, mientras que la caballería, rodeada, no podía hacer frente ni por delante a la infantería —pues sus tropas de a pie estaban ya destruidas— ni por la espalda a la caballería; se defendieron largo tiempo formando círculo sobre sus caballos inmóviles, pero fueron muertos todos sin excepción; no sobrevivió ninguno de los que combatieron en el valle ni a pie ni a caballo. La otra tercera parte, que había permanecido en la colina para observar sin riesgos el combate más que para tomar parte en el mismo, tuvo sitio y tiempo para huir. También huyeron con ellos los propios régulos, que se habían escabullido en plena confusión antes de que quedase rodeado todo el ejército.
Aquel mismo día fue tomado el campamento de los hispanos con cerca de tres mil hombres, resto del botín aparte. Cayeron en aquella batalla unos mil doscientos entre romanos y aliados y resultaron heridos más de tres mil. La victoria habría sido menos cruenta si se hubiera luchado en un llano más abierto y más a propósito para la huida. Indíbil, renunciando a los proyectos bélicos y pensando que lo más seguro en su difícil situación era la probada lealtad y clemencia de Escipión, le envió a su hermano Mandonio. Éste, postrado de rodillas, echó las culpas al fatal delirio de unos tiempos en que, como contagiados por una epidemia, se habían vuelto locos no sólo los ilergetes y los lacetanos sino incluso el campamento romano; realmente, su situación y la de su hermano y el resto de sus paisanos era la siguiente: o bien le devolvían a Escipión, si lo deseaba, la vida que de él habían recibido, o bien, si les perdonaba, le dedicaban para siempre la vida que le debían dos veces sólo a él; la primera vez, como aún no habían experimentado su clemencia, habían confiado en su propia causa; ahora, por el contrario, no tenían ninguna confianza en su causa, su esperanza se cifraba por entero en la misericordia del vencedor. Desde antiguo los romanos tenían por costumbre, respecto a alguien con quien no tenían relaciones amistosas con un tratado formal ni con reciprocidad de derechos, no ejercer sobre él la autoridad como dominado hasta que rindiera todo lo divino y lo humano, entregara rehenes, se le quitaran las armas y se impusieran guarniciones a sus ciudades. Escipión se expresó en términos duros contra Mandonio, presente, y contra Indíbil, ausente; dijo que éstos sin duda habían merecido la muerte por su mala acción, pero que él y el pueblo romano les harían el beneficio de que vivieran. Además no les iba a quitar las armas ni exigir rehenes, garantías que exigen en realidad quienes temen una rebelión; él les dejaba el libre uso de las armas y los liberaba a ellos, y si se rebelaban, no se ensañaría con unos rehenes que no tenían culpa sino con ellos mismos; aplicaría el castigo no a personas inermes sino a enemigos armados; dejaba a su criterio la elección entre la benevolencia de los romanos y su ira, toda vez que tenían la experiencia de ambas cosas. Así dejó marchar a Mandonio, exigiéndole únicamente un dinero con que poder hacer efectiva la paga a las tropas. Destacó a Marcio a la Hispania ulterior, envió de nuevo a Tarragona a Silano y él se quedó algunos días, hasta que los ilergetes enviaran el dinero pedido, y después, con las tropas ligeras, dio alcance a Marcio, que iba ya cerca del Océano."
Livio, XXVIII, 33-34
Apiano.
"Indíbil, uno de los reyes que había llegado a un acuerdo con él, realizó una incursión en una parte del territorio sometido a Escipión mientras estaba amotinado el ejército romano. Y cuando Escipión marchó contra él, sostuvo el combate con bravura y mató a mil doscientos romanos, pero al haber perdido a veinte mil de los suyos, se vio obligado a pedir la paz. Y Escipión le puso una multa y llegó a un acuerdo con él."
Apiano, Iberia, 37.
La pregunta del millón: ¿Si Livio y Apiano se documentan en Polibio (Livio práctacamente lo copia al pie de la letra), de dónde sale la rendición de Indíbil? Polibio no dice nada sobre eso. Es más, el relato de Polibio, como empieza a parecer habitual en él, peca de simplista. Se limita tan sólo a narrar la batalla, sin tratar ni los antecedentes ni las consecuencias.
Para colmo, la siguiente vez que Polibio menciona a Indíbil es para ponerlo como ejemplo de monarca favorecido por la amistad con Roma, en torno al 190 a. C.
Este último fragmento lleva a cuestionar seriamente la coherencia de Polibio. Por más que se haya perdido parte de su obra, no parece que Indíbil fuese el ejemplo más apropiado para animar a ningún rey a pasarse al bando romano. El relato de Polibio evidentemente queda descolgado, narrara o no la muerte de Indíbil, cosa que por otro lado, de momento, no sabemos si llegó a hacer."Efectuada la referida expedición, llegó Antíoco a Sardes, despachando inmediatamente un comisionado a Prusias para inducirle a que se aliara con él. Temeroso hasta entonces Prusias de que los romanos se trasladaran a Asia y sometieran todas las naciones a su dominación, manifestábase inclinado a la alianza con Antíoco; pero puso término a su incertidumbre una misiva de los dos Escipiones, Lucio y Publio, abriéndole los ojos sobre las consecuencias de la empresa de Antíoco contra los romanos. Empleó Publio las razones más convincentes para disuadirle del error, en que se hallaba, demostrándole que ni él ni la República pretendían quitarle lo que le pertenecía, y haciéndole ver que los romanos, en vez de privar de los tronos a los que legítimamente los ocupaban, habían hecho algunos reyes y aumentado considerablemente el poder de otros; prueba de ello Indibilis y Colcas en Iberia, Massinisa en África, y Pleurates en Iliria, que de jefes de escasa importancia, con la ayuda de Roma habían llegado a reyes, y por tales eran reconocidos que se fijara en Filipo y Nabis; vencido el primero por los romanos y obligado a darles rehenes y a pagar tributo tan pronto como de él recibieron una ligera prueba de amistad, devolviéronle a su hijo y a los demás nobles jóvenes que con él estaban en Roma como rehenes, perdonáronle el tributo y agregaron a su reino muchas ciudades tomadas durante la guerra; y en cuanto a Nabis, aunque era un tirano y tenían derecho a perderle, le perdonaron, obligándole únicamente a dar las seguridades ordinarias: que no temiera, pues, por su reino, se aliara confiado a los romanos, y jamás tendría que arrepentirse de esta decisión. Tanto impresionó la carta a Prusias, que tras de hablar con los embajadores enviados por C. Livio, renunció a todas las esperanzas que para atraerle a su causa le había hecho concebir el rey de Siria. Sin recurso alguno por este lado, dirigióse Antíoco a Éfeso, juzgó que el único medio para detener a los romanos e impedir la guerra en Asia, era ser fuerte y temible por mar, y resolvió decidir la campaña con un combate naval."
Polibio, XXI, 11.