La invasión de Bélgica en 1914
Publicado: 20 Jun 2005
Breve referencia histórica y geográfica de Bélgica en 1914
El reino de Bélgica lindaba con Francia por el oeste, suroeste y sur. La frontera con Francia tenía en 1914 614 kilómetros; al este limitaba Bélgica con el Gran Ducado de Luxemburgo, con una frontera de 129 kilómetros, la frontera con el Imperio Alemán, localizada también en el este, tenía una extensión de 97 kilómetros. Al norte y noreste confinaba con los Países Bajos, con una frontera de 431 kilómetros. Así mismo su costa del Mar del Norte tenía una extensión de 67 kilómetros.
La suma general del territorio era la de un triángulo irregular, cuya base suroeste se apoya en la frontera con Francia y cuyo remate, confinando con los países bajos, miraba hacia el nordeste.
La superficie total del Reino era de 29.450 kilómetros cuadrados y su población de 7.500.000 habitantes.
Según los historiadores el nombre de Bélgica deriva de una tribu que hacia el siglo II a.C., ocupó al país después de arrojar de la zona a los celtas, que fueron sus primeros pobladores. En esta región considerada parte de las Galias, vivían 47 pueblos o tribus que opusieron gran resistencia a Julio César, que logró dominarlos hacia el año 50 a.C.
La metrópoli de Bélgica en tiempos de los romanos era Duro Castrorum, hoy Reims, y el país sufrió varias divisiones territoriales.
En el siglo VII los habitantes del país eran paganos, pudiéndose decir que hasta el siglo XII no se cristianizaron por completo.
La historia de Bélgica apenas registra hechos de importancia hasta después de la era feudal.
El estado llano comenzó a figurar hacia el siglo XII, tomando fuerza y representación los municipios, hasta el punto que muchas ciudades por sí silas pudieron levantar ejércitos.
Los belgas lucharon especialmente contra los reyes de Francia en la Guerra de los Cien Años, debido a que los intereses materiales y mercantiles llevaban a las ciudades belgas a favorecer la causa de Inglaterra.
En el siglo XI las fábricas, los mercados y las ferias eran numerosos en Bélgica.
En el siglo XII se estableció la unificación de pesas y medidas.
En el siglo XIII l ciudad de Brujas era uno de los depósitos más importantes de la célebre Liga Hanseática.
En el siglo XIV las manufacturas de Bruselas surtían a toda Francia y las naves matriculadas en el puerto de Amberes tenían invadidos casi todos los puertos de Europa con un comercio casi mundial.
La salazón del arenque, el hierro laminado, la talla del diamante, el esmalte, la pintura al óleo y otros inventos tuvieron a Bélgica por su país de origen.
Después de las adquisiciones territoriales en Francia hechas por Felipe el Atrevido y por Felipe el Bueno, los Países Bajos en general y con ellos Bélgica pasaron a la casa de Austria por el casamiento de María, única hija de Carlos el Temerario, último duque de Borgoña, con el archiduque Maximiliano, hijo del emperador de Alemania Federico III.
Al fallecer la duquesa María, su hijo Felipe el Hermoso se casó con doña Juana la Loca, hija de los Reyes de Castilla y, por virtud de ese matrimonio, el estado belga pasó a poder de Carlos V de Alemania y I de España.
Más tarde, en tiempos ya de Felipe II, empezaron las guerras llamadas de Flandes y de los Países Bajos, resultado de las cuales fue le independencia de Holanda, o sea, de las 7 provincias unidas.
La mayor parte de Bélgica, esto es, las provincias católicas, funcionaron continuamente bajo el dominio de España, hasta que, por sucesivos tratados, la Península fue perdiendo territorios y Francia, en 1794, llevó a cabo la invasión y conquista de aquellas provincias.
El tratado de Campo Formio sancionó esto hechos.
Por los tratados de París de 1814 y 1815, Francia perdió Bélgica, que fue unida a Holanda para formar parte de los Países Bajos, hasta que en 1830 los belgas se declararon independientes y ofrecieron la corona al rey Luis Felipe de Francia, que aceptó.
Puede decirse que la independencia de Bélgica se debió casi por completo el apoyo resuelto que le prestó Inglaterra.
Gran Bretaña, con el concurso de Francia, fue en efecto la que firmó la independencia belga, cuando Prusia preparaba ya sus tropas para ayudar a Guillermo I de los Países Bajos a someter la sublevación belga.
Por el artículo 65 del acta final de Congreso de Viena, Bélgica formaba, con las provincias de los Países Bajos, el reino de este nombre, bajo soberanía del príncipe de Orange-Nassau. Sin embargo, Bélgica, eminentemente católica, no aceptaba de buen grado la supremacía de los holandeses protestantes, y el hecho de que Guillermo I persiguiera a los obispos católicos por reclamar contra la ley fundamental del estado, que otorgaba a un príncipe protestante el derecho de intervenir en los asuntos religiosos de los católicos, determinó que los belgas comenzasen a acariciar la idea de lograr la independencia absoluta de su país.
El 26 de agosto de 1830 se alborotó el pueblo de Bruselas y su actitud de rebeldía fue secundada por Lieja.
El movimiento se extendió rápidamente.
Para contener la sublevación el rey Guillermo envió a su hijo el príncipe de Orange, con un ejército que atacó Bruselas, trabándose un sangriento combate en las calles de la ciudad.
Pero el pueblo belga se levantó en masa y los holandeses del rey Guillermo no tuvieron nada que hacer y fueron derrotados.
Por efecto de este descalabro, Guillermo I acudió a las potencias que le aseguraron la posesión de Bélgica.
Rusia y Austria eludieron el compromiso contraído y abandonaron a Guillermo I a su suerte. En cambio Prusia se apresuró a ofrecer su ejército al rey de Holanda, pero, al notificar el embajador de Prusia en París, Barón de Werther, al Ministro de Negocios Extranjeros de Luis Felipe, Conde de Molé, las intenciones de su soberano, se encontró con la declaración de que si las tropas prusianas entraban Bélgica, inmediatamente entrarían en el mismo territorio las francesas.
El Conde de Molé defendió esta actitud invocando el principio de no intervención, adoptado por los prohombres de la revolución de julio, aunque en el fondo tal conducta obedecía a la seguridad que se tenía de que Francia fuese secundad por Inglaterra y a la esperanza de que el trono de Bélgica fuese ocupado por un príncipe de la casa de Orleáns.
El último propósito de Francia no fue secundado por Inglaterra porque si bien esta deseaba la independencia de Bélgica, quería también sustraerla de la influencia francesa.
El protocolo que el 15 de octubre formaron Lord Aberdeen y Mr. Tallyllerand y, precisamente a causa de los citados deseos de Inglaterra, se consiguió que Francia no pretendiese en modo alguno anexionarse Bélgica ni colocar en su trono a un príncipe de su casa; que la definitiva situación de Bélgica se resolvería por virtud de un acuerdo diplomático de las cinco grande potencias y que éstas no se opondrían a establecer como soberano del nuevo estado a un príncipe de la casa de Nassau.
Tan pronto como este protocolo quedó ultimado, Inglaterra se negó resueltamente a atender la demanda de socorro que le hizo Guillermo I.
De no haber existido el acuerdo previo entre Inglaterra y Francia que dejamos trascrito y que constituyó, por decirlo así, la base fundamental de la independencia belga, es casi seguro que Bélgica, al emanciparse de los Países Bajos habría caído en manos de su vecina Francia.
Por fin los representantes de las cinco grandes potencias que debían determinar acerca de la suerte de Bélgica, se reunieron en Londres; pero al iniciarse las conferencias, su Congreso nacional, convocado en Bruselas, declaró la independencia de aquella nación, instauró la monarquía constitucional como forma de gobierno y acordó que los príncipes de la casa de Nassau quedasen excluidos del trono.
Estos sucesos acontecidos en Bruselas hicieron sospechar desde los primeros momentos que aquéllos se habían verificado con la aquiescencia y hasta el apoyo de Francia y que ésta no renunciaba a su propósito de que se coronase rey de Bélgica el Duque de Nemours, hijo segundo de Luis Felipe.
Austria, Rusia, Prusia y esencialmente Inglaterra vieron con disgusto extraordinario los manejos franceses, llegándose a tal tirantez de relaciones con Francia que, durante algunos días, se creyó inminente una conflagración. Si no se llegó a tal extremo fue porque Francia, ante los acontecimientos que se le echaban encima y tal vez no creyéndose lo suficientemente fuerte para hacerles frente, depuso su actitud, cejo e sus ambiciones y cuando una diputación del Congreso belga se presentó en París para ofrecer la corona al Duque de Nemours, el rey declinó el ofrecimiento en nombre de su hijo, publicando el 17 de febrero de 1831 una declaración en la que así lo hizo constatar.
A partir de esa decisión del Rey de Francia, ya nada se opuso a que prosperase la independencia del nuevo reino.
A raíz de la proclamación concertaron varios tratados, firmándose el primero en Londres el 4 de noviembre de 1831, quedando en ellos reconocida la independencia del reino de Bélgica, constituido este por las provincias de Brabante, Lieja, Namur, Hainault, Flandes Oriental y Occidental, parte de Limburgo y Amberes.
El primer soberano belga, Leopoldo I de Coburgo, fue un modelo de reyes constitucionales y ya es su época se inició a gran escala el desarrollo de la riqueza de la nueva nación.
A la muerte de Leopoldo I, acaecida en 1865, subió al trono Leopoldo II, durante cuyo reinado el florecimiento belga llegó a su máximo esplendor. Leopoldo II, que murió al poco tiempo, cedió a Bélgica la propiedad de sus dominios coloniales del Congo africano, conocido a partir de entonces como Congo Belga.
Al no tener sucesión directa Leopoldo II, subió al trono el monarca que reinaba en Bélgica en 1914, Alberto I.
Saludos cordiales
El reino de Bélgica lindaba con Francia por el oeste, suroeste y sur. La frontera con Francia tenía en 1914 614 kilómetros; al este limitaba Bélgica con el Gran Ducado de Luxemburgo, con una frontera de 129 kilómetros, la frontera con el Imperio Alemán, localizada también en el este, tenía una extensión de 97 kilómetros. Al norte y noreste confinaba con los Países Bajos, con una frontera de 431 kilómetros. Así mismo su costa del Mar del Norte tenía una extensión de 67 kilómetros.
La suma general del territorio era la de un triángulo irregular, cuya base suroeste se apoya en la frontera con Francia y cuyo remate, confinando con los países bajos, miraba hacia el nordeste.
La superficie total del Reino era de 29.450 kilómetros cuadrados y su población de 7.500.000 habitantes.
Según los historiadores el nombre de Bélgica deriva de una tribu que hacia el siglo II a.C., ocupó al país después de arrojar de la zona a los celtas, que fueron sus primeros pobladores. En esta región considerada parte de las Galias, vivían 47 pueblos o tribus que opusieron gran resistencia a Julio César, que logró dominarlos hacia el año 50 a.C.
La metrópoli de Bélgica en tiempos de los romanos era Duro Castrorum, hoy Reims, y el país sufrió varias divisiones territoriales.
En el siglo VII los habitantes del país eran paganos, pudiéndose decir que hasta el siglo XII no se cristianizaron por completo.
La historia de Bélgica apenas registra hechos de importancia hasta después de la era feudal.
El estado llano comenzó a figurar hacia el siglo XII, tomando fuerza y representación los municipios, hasta el punto que muchas ciudades por sí silas pudieron levantar ejércitos.
Los belgas lucharon especialmente contra los reyes de Francia en la Guerra de los Cien Años, debido a que los intereses materiales y mercantiles llevaban a las ciudades belgas a favorecer la causa de Inglaterra.
En el siglo XI las fábricas, los mercados y las ferias eran numerosos en Bélgica.
En el siglo XII se estableció la unificación de pesas y medidas.
En el siglo XIII l ciudad de Brujas era uno de los depósitos más importantes de la célebre Liga Hanseática.
En el siglo XIV las manufacturas de Bruselas surtían a toda Francia y las naves matriculadas en el puerto de Amberes tenían invadidos casi todos los puertos de Europa con un comercio casi mundial.
La salazón del arenque, el hierro laminado, la talla del diamante, el esmalte, la pintura al óleo y otros inventos tuvieron a Bélgica por su país de origen.
Después de las adquisiciones territoriales en Francia hechas por Felipe el Atrevido y por Felipe el Bueno, los Países Bajos en general y con ellos Bélgica pasaron a la casa de Austria por el casamiento de María, única hija de Carlos el Temerario, último duque de Borgoña, con el archiduque Maximiliano, hijo del emperador de Alemania Federico III.
Al fallecer la duquesa María, su hijo Felipe el Hermoso se casó con doña Juana la Loca, hija de los Reyes de Castilla y, por virtud de ese matrimonio, el estado belga pasó a poder de Carlos V de Alemania y I de España.
Más tarde, en tiempos ya de Felipe II, empezaron las guerras llamadas de Flandes y de los Países Bajos, resultado de las cuales fue le independencia de Holanda, o sea, de las 7 provincias unidas.
La mayor parte de Bélgica, esto es, las provincias católicas, funcionaron continuamente bajo el dominio de España, hasta que, por sucesivos tratados, la Península fue perdiendo territorios y Francia, en 1794, llevó a cabo la invasión y conquista de aquellas provincias.
El tratado de Campo Formio sancionó esto hechos.
Por los tratados de París de 1814 y 1815, Francia perdió Bélgica, que fue unida a Holanda para formar parte de los Países Bajos, hasta que en 1830 los belgas se declararon independientes y ofrecieron la corona al rey Luis Felipe de Francia, que aceptó.
Puede decirse que la independencia de Bélgica se debió casi por completo el apoyo resuelto que le prestó Inglaterra.
Gran Bretaña, con el concurso de Francia, fue en efecto la que firmó la independencia belga, cuando Prusia preparaba ya sus tropas para ayudar a Guillermo I de los Países Bajos a someter la sublevación belga.
Por el artículo 65 del acta final de Congreso de Viena, Bélgica formaba, con las provincias de los Países Bajos, el reino de este nombre, bajo soberanía del príncipe de Orange-Nassau. Sin embargo, Bélgica, eminentemente católica, no aceptaba de buen grado la supremacía de los holandeses protestantes, y el hecho de que Guillermo I persiguiera a los obispos católicos por reclamar contra la ley fundamental del estado, que otorgaba a un príncipe protestante el derecho de intervenir en los asuntos religiosos de los católicos, determinó que los belgas comenzasen a acariciar la idea de lograr la independencia absoluta de su país.
El 26 de agosto de 1830 se alborotó el pueblo de Bruselas y su actitud de rebeldía fue secundada por Lieja.
El movimiento se extendió rápidamente.
Para contener la sublevación el rey Guillermo envió a su hijo el príncipe de Orange, con un ejército que atacó Bruselas, trabándose un sangriento combate en las calles de la ciudad.
Pero el pueblo belga se levantó en masa y los holandeses del rey Guillermo no tuvieron nada que hacer y fueron derrotados.
Por efecto de este descalabro, Guillermo I acudió a las potencias que le aseguraron la posesión de Bélgica.
Rusia y Austria eludieron el compromiso contraído y abandonaron a Guillermo I a su suerte. En cambio Prusia se apresuró a ofrecer su ejército al rey de Holanda, pero, al notificar el embajador de Prusia en París, Barón de Werther, al Ministro de Negocios Extranjeros de Luis Felipe, Conde de Molé, las intenciones de su soberano, se encontró con la declaración de que si las tropas prusianas entraban Bélgica, inmediatamente entrarían en el mismo territorio las francesas.
El Conde de Molé defendió esta actitud invocando el principio de no intervención, adoptado por los prohombres de la revolución de julio, aunque en el fondo tal conducta obedecía a la seguridad que se tenía de que Francia fuese secundad por Inglaterra y a la esperanza de que el trono de Bélgica fuese ocupado por un príncipe de la casa de Orleáns.
El último propósito de Francia no fue secundado por Inglaterra porque si bien esta deseaba la independencia de Bélgica, quería también sustraerla de la influencia francesa.
El protocolo que el 15 de octubre formaron Lord Aberdeen y Mr. Tallyllerand y, precisamente a causa de los citados deseos de Inglaterra, se consiguió que Francia no pretendiese en modo alguno anexionarse Bélgica ni colocar en su trono a un príncipe de su casa; que la definitiva situación de Bélgica se resolvería por virtud de un acuerdo diplomático de las cinco grande potencias y que éstas no se opondrían a establecer como soberano del nuevo estado a un príncipe de la casa de Nassau.
Tan pronto como este protocolo quedó ultimado, Inglaterra se negó resueltamente a atender la demanda de socorro que le hizo Guillermo I.
De no haber existido el acuerdo previo entre Inglaterra y Francia que dejamos trascrito y que constituyó, por decirlo así, la base fundamental de la independencia belga, es casi seguro que Bélgica, al emanciparse de los Países Bajos habría caído en manos de su vecina Francia.
Por fin los representantes de las cinco grandes potencias que debían determinar acerca de la suerte de Bélgica, se reunieron en Londres; pero al iniciarse las conferencias, su Congreso nacional, convocado en Bruselas, declaró la independencia de aquella nación, instauró la monarquía constitucional como forma de gobierno y acordó que los príncipes de la casa de Nassau quedasen excluidos del trono.
Estos sucesos acontecidos en Bruselas hicieron sospechar desde los primeros momentos que aquéllos se habían verificado con la aquiescencia y hasta el apoyo de Francia y que ésta no renunciaba a su propósito de que se coronase rey de Bélgica el Duque de Nemours, hijo segundo de Luis Felipe.
Austria, Rusia, Prusia y esencialmente Inglaterra vieron con disgusto extraordinario los manejos franceses, llegándose a tal tirantez de relaciones con Francia que, durante algunos días, se creyó inminente una conflagración. Si no se llegó a tal extremo fue porque Francia, ante los acontecimientos que se le echaban encima y tal vez no creyéndose lo suficientemente fuerte para hacerles frente, depuso su actitud, cejo e sus ambiciones y cuando una diputación del Congreso belga se presentó en París para ofrecer la corona al Duque de Nemours, el rey declinó el ofrecimiento en nombre de su hijo, publicando el 17 de febrero de 1831 una declaración en la que así lo hizo constatar.
A partir de esa decisión del Rey de Francia, ya nada se opuso a que prosperase la independencia del nuevo reino.
A raíz de la proclamación concertaron varios tratados, firmándose el primero en Londres el 4 de noviembre de 1831, quedando en ellos reconocida la independencia del reino de Bélgica, constituido este por las provincias de Brabante, Lieja, Namur, Hainault, Flandes Oriental y Occidental, parte de Limburgo y Amberes.
El primer soberano belga, Leopoldo I de Coburgo, fue un modelo de reyes constitucionales y ya es su época se inició a gran escala el desarrollo de la riqueza de la nueva nación.
A la muerte de Leopoldo I, acaecida en 1865, subió al trono Leopoldo II, durante cuyo reinado el florecimiento belga llegó a su máximo esplendor. Leopoldo II, que murió al poco tiempo, cedió a Bélgica la propiedad de sus dominios coloniales del Congo africano, conocido a partir de entonces como Congo Belga.
Al no tener sucesión directa Leopoldo II, subió al trono el monarca que reinaba en Bélgica en 1914, Alberto I.
Saludos cordiales