“Los Alpini hacen historia,
la verdadera historia:
la escribieron con sangre,
y con una pluma negra.”
El Sargento Mayor Alpino Mario Rigoni Stern, recordaba:
«Todavía tengo el olor en mi nariz de la grasa sobre la metralleta al rojo vivo. Todavía siento en mis oídos y en mi cerebro el sonido de la nieve crujiendo debajo de mis botas, la tos de los vigías rusos, el sonido de las hierbas secas batidas por el viento en las orillas del Don. Todavía veo el cuadrado de la constelación de Casiopea que estaba sobre mi cabeza por la noche y los postes de madera del búnker durante el día. Y cuando pienso en el pasado, vuelve el terror que sentí esa mañana de enero cuando un Katiusha nos arrojó sus setenta y dos cohetes por primera vez».
Cuando se habla de la actuación italiana en la Segunda Guerra Mundial, se la suele catalogar de cobarde, inútil y varias cosas similares. Y en lo que respecta a la madre de todas las batallas, Stalingrado, los aliados de Alemania fueron dura e injustamente criticados.
Sin perjuicio de la pocas ganas de morir en una guerra que era no de ellos, o de la poca asistencia prestada por Adolf a sus aliados, por el simple motivo de que jamás quiso que varios participarán en la campaña del Este; muchos soldados y Divisiones alineadas al Tercer Reich combatieron muy bien, con sus escasos medios y limitaciones.
La Armata Italiana in Russia se encontraba en retirada, adentrándose en las heladas estepas rusas, con la esperanza de mantenerse alejada del Ejército Rojo. La evacuación fue a pie, a través de la nieve y con un frío que rajaba las piedras (-30ºC y -40ºC).
Como premio por haber sobrevivido al infierno de Stalingrado, el Duce autorizó a sus hombres a regresar a Italia, bastando únicamente 17 trenes para repatriarlos, cifra llamativa teniendo en cuenta los 200 que habían sido necesarios para llevarlos al Frente Oriental.
A diferencia del 6° Ejército Alemán, el 8° Ejército Italiano logró escapar del cerco soviético, un dato no menor si se tiene en cuenta la comparación de fuerzas entre ambos ejércitos aliados, la ayuda que recibieron los alemanes y el intento de rescate.
Después de 15 días dramáticos y 200 km signados por pérdidas y sacrificios, en la mañana del 26 de enero 1943 las columnas italianas en repliegue llegan a Nikolayevka, un pequeño pueblo construido sobre una colina. Aproximadamente tres batallones rusos apoyados por partisanos, transformaron la aldea en una pequeña fortaleza.
Para abrir el camino a los 40.000 hombres, maltrechos, hambrientos, semicongelados y casi desarmados, sólo se podía confiar en los únicos que todavía podían estar en condiciones de combatir: las tropas Alpinas de la División Tridentina, la 2ª de los “plumas negras”.
Siguió relatando el Sargento Rigoni Stern:
«Mirando hacia una cresta vimos un pueblo: era Nikolayevka. Les comento a mis hombres que "radio scarpone" (“radio pasillo”, “radio canuto”, en la jerga alpina, los "rumores") dicen que más allá del pueblo encontraremos el ferrocarril con los trenes que nos llevarán a casa, pero hay al menos tres batallones enemigos (…) El Valchiese, el Edolo, el Tirano y nosotros, el Vestone [nombres de los batallones de la 2ª División Alpina "Tridentina"], debemos atacar».
Y atacaron, y lucharon… Y lo hicieron muy bien. Con el apoyo de fuego del grupo de artillería de Bérgamo y tres vehículos autopropulsados alemanes, los Alpini armados con rifles y granadas, lograron eliminar a los tenaces defensores de la primera línea de defensa y allí, tomaron posiciones. La reacción soviética fue muy violenta: durante toda la mañana sucedieron feroces enfrentamientos, casa por casa y cuerpo a cuerpo.
Superados en medios y números, los Alpini se desesperan por poder conquistar Nikolayevka y abrir la brecha para que sus camaradas puedan escapar. El General Giulio Martinat, tomó un fusil y gritó: «Avanti alpini, avanti di là c'è l'Italia, avanti!» ("Adelante Alpini, por delante está Italia... ¡Vamos!”) y recibió al instante un disparo mortal…
Ya en estado de desesperación, el General Luigi Reverberi se monta al último tanque útil y con el arma en mano lanza el vehículo contra las líneas enemigas gritando «¡Avanti, Tridentina!». La caída del primer General y el liderazgo del segundo, motivan a los combatientes que, sin importar el peligro, lanzan una carga épica masiva contra unos aterrorizados rusos, que huyen dejando atrás sus armas y muertos.
El camino finalmente quedó abierto, pero las bajas italianas fueron muy elevadas: sobre la nieve de Nikolayevka hay 3.000 plumas negras caídas…
Sin embargo, la batalla fue un éxito porque logró que algunas tropas del Eje, aunque diezmadas y completamente desorganizadas, lograran llegar a Šebekino, el 31 de enero de 1943, un lugar fuera de la "pinza" rusa.
El 16 de Enero de 1943, el día en que comenzó la retirada, el Cuerpo de Ejército Alpino contaba con 61.155 hombres. Después de la batalla de Nikolayevka, sólo 13.420 hombres lograron salir de la bolsa, cargando más de 7.000 heridos. Cerca de 40.000 hombres quedaron atrás, muertos en la nieve, desaparecidos o capturados.
La actuación italiana en Nikolayevka fue heroica y un claro ejemplo de por qué el Ejército italiano fue el único que "se retiró con el Honor de las Armas de la URSS"; anunciado por los propios soviéticos en su boletín de Radio Moscú. Pero desafortunadamente, solo un porcentaje mínimo de estos prisioneros regresará a Italia a partir de 1945.
En cuanto al Sargento Rigoni Stern, logró volver a Italia y regresó al campo de batalla en 1972. Fue muy bien recibido por el Soviet local y escribió muchos libros, entre ellos el multipremiado “Il sergente nella neve. Ricordi della ritirata di Russia”, en 1953. La Alemania de Adolf se encargó muy bien en crear chivos expiatorios para justificar las muertes de sus hijos… Y con el correr del tiempo el mito se fue afianzando. Pero nuestros espacios están, justamente, para tratar de erradicar esos injustos motes y ofrecer otra mirada respecto de los distintos combatientes del Eje.
Saludos.