¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

En estas reflexiones se encontraba cuando apareció frente a ellos, cada vez más grande, una especie de cementerio acorazado. Había carros de combate destripados por todas partes. Muchos aún ardiendo. Claus juraría que la mayoría eran soviéticos. También le pareció ver varios Panzer III de apoyo a la infantería. Pero era imposible asegurarlo de machacados como se encontraban algunos. Liderados por von Libensbergen, el grupo de Claus se internó en el laberinto que formaban los restos. Además del acre olor de la gasolina, se percibía el metálico de la sangre. Casi no vio cuerpos completos, pero un brazo cercenado aquí, una pierna arrancada allá... Además de cementerio de vehículos, el lugar era una especie de matadero. Los cráteres en el suelo y su experiencia en el estado de los carros blindados le indicaba que aquello era un trabajo de la artillería. Por el alcance, solo podía ser la soviética. Los observadores rusos debían haberles visto venir. Entonces, ¿por qué no estaban ahora mismo bajo el fuego? A menos... Claus giró la cabeza en todas direcciones antes de verlos y avisar por radio:
-¡Blindados enemigos al sudoeste! ¡Giren las torretas! ¡Fuego!
Nadie se lo hizo repetir. Cuatro blindados dispararon al sudoeste. Vio cómo un blindado enemigo, un T-34 estallaba en un infierno de fuego. Luego, un T-70 destruyó dos Panzer IV. "Ese tipo tiene mucha puntería" pensó Claus, que llevó a su propio Panzer IV suyo entre dos montones de chatarra. Algunos proyectiles impactaron en ellos. Bien, Claus también sabía apuntar. Salió del refugio y con un disparo certero, acabó con el T-70. Los otros dos carros enemigos se desvanecieron entre el humo y el polvo por entre la chatarra dañada. Solo entonces Claus oyó la transmisión que le llegaba por radio. Era von Libensbergen:
-¡Soy yo quien está al mando y quien debe dar las órdenes! ¡No lo olvide, herr Obersturmführer!
Mira que preocuparse en esos momentos por la cadena de mando, pensó Claus. Si no hubiera llegado a descubrir al enemigo.
-Con el debido respeto, herr Hauptsturmführer: si no llego a dar las órdenes, ahora mismo no estaríamos hablando.- Claus esperaba la respuesta airada del capitán cuando zumbó la radio del único Panzer III que les acompañaba.
-¡Aquí el Sturmscharführer Zwitzer! ¡Tenemos una avería!
-¿Puede moverse, Zwitzer?-preguntó von Libensbergen.
-Me temo que no, señor.
-¡Salgan todos de ahí! Con cuidado. Todavía queda un T-34 por los alrededores.
-¿Es eso prudente, señor?-intervino Claus.- He contado dos T-34 y dos T-70. Cuatro tanques: quedan dos.
-¡Eran tres, herr Obersturmführer! ¡Cumpla la orden, Zwitzer!
Y así el suboficial mayor ponía al descubierto a toda su tripulación. A Claus no le gustaba el asunto. Dos Pzkw IV frente a un T-34 y un T-70 (dijera lo que dijera el capitán, eran cuatro, no tres) era mal asunto. Aunque el Pzkw III no pudiera moverse, al menos podía servir de apoyo. Entonces vió que el tanque del capitán salía al descubierto y se dirigía directo a recoger a Zwitzer y los suyos. Claus oyó antes que vio al enemigo.
-¡Cuidado, señor!- gritó por radio. Demasiado tarde. El T-34 salió tras un montón de chatarra y acertó de pleno al tanque del capitán. Claus no se entretuvo contemplando el estallido multicolor, sino que se refugió en seguida en la torreta para evitar la onda expansiva y los trozos de metralla. Por lo menos, el T-34 había revelado su posición. Claus no tardó en dar las órdenes pertinentes y disparar. La torreta del ruso estalló y la máquina se incendió. Solo un hombre logró salir envuelto en llamas. Cayó al suelo y se quedó inmovilizado. Muerto. El carro del capitán estaba hecho trizas. Von Libensbergen nunca había tenido suerte. Mientras, Zwitzer y los suyos seguían en el exterior, los muy tontos. Dos de ellos estaban heridos, probablemente por fragmentos de metralla del estallido el Panzer IV del capitán.
-¡Recójanos usted, teniente!
-¡No! Vuelvan a su propio blindado. ¡Protéjanse! Aún queda un T-70.
-¡Yo solo ví tres tanques! ¡Y el capitán dijo que solo quedaba uno!
-¡Sí. ¿Y dónde está el capitán ahora?!
Los dos heridos gemían en el suelo, pero Claus no se atrevía a abandonar el refugio, y el idiota de Zwitzer seguía sin tomar ninguna iniciativa. Claus miraba en todas direcciones. El corazón le decía que aún estaban en peligro, la cabeza, que el T-70 solo existía en su imaginación. De no haber sido por Zwitzer y su gente, se hubiera retirado por pura prudencia. Quizás si pudiera dar un rodeo...
-¡Por favor, teniente...! -Maldita sea, ¿cómo había llegado a suboficial ese idiota?
-¡Traten de llegar hasta nosotros, herr Sturmscharführer!
-¡No me atrevo a mover mucho a los heridos! Especialmente a Heinrich.
Claus lo pensó un momento y al final ordenó: -¡Braun!: avance poco a poco hasta asomar fuera del refugio. Si yo se lo ordeno o usted sospecha algo, haga marcha atrás rápido.
-¡A la orden, herr Obersturmführer!
Braun detuvo el carro blindado en una posición desde la que se pudiera dominar el entorno y Claus observó muy atentamente. Nada. Solo montones de chatarra humeante. Aguzó el oído. Nada tampoco. Hubiera querido atreverse a ordenar a los heridos que callaran. Pero hubiera sido más eficaz ordenar al humo que se disipara. La artillería no les bombardeaba, pero eso no quería decir nada. Los observadores probablemente estuvieran a la espera de ver quién salía de aquel cementerio antes de dar órdenes. Dió orden de avanzar de nuevo lentamente. Se iban acercando al grupo de Zwitzer. Doscientos metros, ciento setenta, ciento cincuenta, ciento veinte... Quizás era verdad que solo eran tres los blindados enemigos. De pronto vio a Zwitzer y los suyos alzar la cabeza con cara de espanto. Miró en la dirección que ellos miraban y lo vio: el T-70 alzaba el cañón y le apuntaba directamente, bien porque acababa de situarse en su línea de fuego, bien porque la granada de humo que habían utilizado para disimular se estaba acabando. Su último pensamiento, que casi no llegó a formarse en su cerebro fue: "Lo sabía: eran cuatro."

Continuará...


A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

El día de Navidad de 1943 fue muy triste en casa de los Whenk. Teodor y Daina fueron con la niña. Pero no había manera de animar a sus padres. Tampoco Teodor tenía mucho humor para fiestas. Le remordía ahora la conciencia de las veces que, de niño, había deseado en secreto que Claus muriera. Ahora que lo había hecho de verdad le embargaba la pesadumbre. No había otros invitados, pues la casa estaba de luto. En Altheim empezaba a ser algo demasiado común. En cierto momento, Gretchen se había disculpado y se había ido hacia la cocina. Estaba claro que estaba a punto de llorar. Daina y Teodor se miraron. Teodor señaló con la cabeza a su padre, al que estaba claro que era mejor no dejar solo en ese momento. Sin palabras, ambos se entendieron y Daina fue a la cocina a tratar de consolar a la madre de Teodor. Ambos hombres oyeron los sollozos. A Teodor le pareció que su padre también iba a romper a llorar en cualquier momento, así que decidió hablar.
-¿Como lo llevas, papá?
Franz Whenk hizo un esfuerzo y dijo: -Te diría que puedes imaginártelo, pero no es cierto. Solo ahora entiendo qué sintió mi padre cuando le llegó la noticia que Ernst había muerto.- Ernst Whenk (el segundo varón después de su padre, un año más joven que Franz y dos mayor que la tía Hildegard) era sencillamente Ernst, no el tío Ernst, porque ni Claus ni Teodor habían llegado a conocerle. Había caído en la segunda batalla del Marne soltero y sin hijos, como Claus. Lo único que quedaba de él ahora era la vieja foto donde se veía a un joven Franz Whenk junto a Ernst posando ambos vestidos de uniforme. Sus padres casi nunca hablaban de él.
-El abuelo debió ser todo un carácter. Cada vez que hablaís de él, se me antoja un hombre de hierro.-dijo Teordor.
-Yo solo le ví llorar una vez: cuando volvimos de enterrar a mi madre, tu abuela, y a Delia.
A la abuela de Teodor y a Delia Whenk (la hija más joven del matrimonio, que entonces contaba solo 19 años) se las había llevado la gripe española en 1922. Helmut, por lo que siempre consideró un milagro, logró sobrevivir. A los padres de Teodor no les gustaba hablar de aquellos tiempos. Pero Teodor sabía que sus padres habían llegado a temer por la vida de Claus y la suya durante la pandemia. Pensó que había llegado el momento de transmitir el postrer mensaje de su hermano:
-Claus me dijo que, si no volvía, os diera las gracias por la educación católica que le disteis.
-¿Es que no esperaba volver?
-No exactamente. No veía grandes posibilidades, pero decía que había que intentarlo.
-Sí. Ese era su lema: "hay que intentarlo."-Franz Whenk se sumió en profundos pensamientos. Al fin, dijo: -¿Sabes? Aquí, en Altheim, los horizontes son limitados. A ti y a mí nos basta con eso. Pero sé que Claus, como Ernst, no se hubiera quedado de haber vivido. Se parecían tanto... Pero, espera, quería enseñarte algo.
El padre de Teodor se levantó y abrió un cajón del que extrajo un paño que envolvía algo.: -Me lo devolvieron junto con el resto de sus cosas.
Teodor tomó el paquete y lo desenvolvió: -¿Qué tiene de raro? Es su ejemplar de Mein Kampf, bastante manoseado por cierto.
-Eso parece. ¿Te importa soltar la cinta que lo sujeta y abrirlo?
Así lo hizo Teodor y se sorprendió al ver que alguien había sustituido las páginas interiores por las del Tractatus Logico-Philosophicus, de Ludwig Wittgenstein. Teodor recordaba bien ese libro: lo había comprado Claus cuando les habían pedido un trabajo en el instituto para la asignatura de Filosofía y había elegido ése (Teodor nunca había llegado hasta ese nivel). Pero, luego de leerlo entero, lo había dejado de lado diciendo que no valía nada, y había hecho el trabajo sobre otro libro. Teodor no recordaba cúal.
-La gente no debería leer estas cosas. Menos escribirlas.- era su padre hablando, pero esas palabras no sonaban como la primera vez que las dijo, sino tranquilas, sin reproches. Como alguien que reprende a un viejo amigo por un fallo lamentable, aunque tal vez inevitable.- Sigo opinando lo mismo.
-"...Y no es de extrañar que los más profundos problemas no sean problema alguno."-citó Teodor. Franz suspiró y dijo:
-Tu hermano amaba la filosofía. Pero ese libro le perturbó, como a tí. Estoy seguro porque incluso a mí me perturbó.- Franz Whenk suspiró.- ¿Recuerdas que fue poco después que Claus se afilió al partido nazi y me llevo a Múnich a escuchar por primera vez a Hitler?
Decididamente, su padre había cambiado: el "partido nazi" había sido hasta entonces, para él, el Partido. Y siempre se refería a Adolf Hitler como "el Fürher" o máximo por su nombre completo. En sus labios, emplear solo el apellido sonaba a desprecio. A Teodor le pareció detectar, incluso, un leve acento de rabia. Padre e hijo se miraron. Al final, habló Franz Whenk:
-¿Sabes? El otro día, ese desgraciado de Kurt Hagel estuvo perorando acerca de que no hay que escuchar las emisiones de radio del enemigo. Como es natural, lo primero que hice fue buscarlas a escondidas. Es difícil saber qué parte de lo que cuentan es verdad y qué pura propaganda. Algunas cosas son tan increíbles que tienen que serlo.
-¿Como los fusilamientos masivos de judíos?
-¿Cómo? ¿Los has visto?
-Personalmente, no. Pero me consta que existen. Estoy seguro que eso perturbaba a Claus mucho más de lo que lo hizo el Tractatus.
-Dios. ¡Oh, Dios!- Exclamó su padre.

-Dudo que papá crea todavía en la victoria final.- Le comentó esa noche Teodor a Daina, en la cama.- Y mamá, ¿cómo está?
-¿Cómo quieres que esté? Totalmente destrozada.- Daina hizo una pausa y al final dijo: -En la cocina, terminamos llorando las dos. Me explicó cómo, durante la Gran Guerra tuvo miedo que tu padre no volviera y la dejara sola con Claus. Yo tengo miedo que no vuelvas y me dejes sola, con Claudia.
A estas palabras siguió un silencio pesado, asfixiante. Teodor pensó que lo mejor era cambiar de tema.
-El Tractatus... cuando Claus lo dejó de lado, lo leí yo. Es un libro muy denso, difícil. Pero me dió la sensación que intuitivamente entendía lo que decía. Así me convencí de intentar el título de bachillerato. Hasta entonces tenía mis dudas: mis notas de primaria habían sido buenas, pero no tanto. Al final, como siempre, fracasé.
-¡No! ¡Tú no fracasaste!- exclamó Daina.
-¿De veras? Ya te dije que tuve que abandonar en el segundo año.
-¡Fue el sistema que fracasó contigo! La prueba está en todos los libros que te has leído para convertirte en ingeniero. No todo el mundo podría con ellos, te lo dice la hija de un profesor.-Daina, como siempre que decía algo complicado, siguió en lengua rusa: -Él nos decía que no todo el mundo responde igual al mismo sistema; que cuando se trata de seres humanos, no puedes trazar una línea pues siempre te toparás con casos que no puedes situar en ninguno de los lados: sencillamente, están en medio. ¡Y no existe ningún sistema infalible que pueda remediarlo!
Teodor no sabía qué responder a esto, ni en ruso ni en alemán. ¿Podría ser verdad que no fuera el tonto de la familia, después de todo? Solo pudo agregar un comentario:
-También decían que tengo suerte. En el Gymnasium no la vi por ninguna parte.
-¿Nadie se interesó por tí? Un profesor, algún alumno...-no halló el adjetivo que buscaba en alemán, así que lo dijo en ruso:- aventajado.
-Nadie. He olvidado casi todos los nombres, también los rostros.- Sin que Teodor se explicará por qué, Daina le abrazó.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Al cabo de dos días, Daina y Teodor tomaron el tren con destino a Francia. En su casa habían hablado incidentalmente de la toma de Sicilia por los angloamericanos. Tía Hildegard había hablado de ello en sus cartas. Pero padre e hijo no estaban demasiado preocupados por el asunto desde el punto de vista puramente estratégico. Por razones familiares, conocían bastante bien la península itálica. Sabían que, aunque a primera vista no lo pareciese, los Apeninos eran un obstáculo formidable frente a cualquier ejército que pretendiera invadir Italia. Otra cuestión era el tremendo golpe infligido a la moral de sus aliados: para un germano, Sicilia no era una gran pérdida, pero para un italiano... A tía Hildegard le parecía curioso: había oído al tío Sandro y su gente despreciar mucho y varias veces a los sicilianos y a su isla y ahora parecía que les hubieran arrancado un brazo.
Ya que salió el tema italiano, antes de irse, con mucho cuidado, Teodor quiso explicar a sus padres que su hermano, antes de morir, había puesto a Gina en su punto de mira. La respuesta de Gretchen fue desoladora:
-Hijo mío: papá y yo hubiéramos preferido mil veces todos los disgustos que nos hubiera ocasionado ese asunto que lo que ha pasado realmente.- Rompió de nuevo a llorar y Franz la abrazó, conteniendo las lágrimas a su vez. Teodor se sintió culpable.
Cuando las dos parejas se despidieron en la estación, Teodor descubrió a sus padres preocupados por él, además de tristes por Claus. Y no supo cómo animarlos, pues él mismo no las tenía todas consigo. Llevaba en su bolsillo una carta de Adrian Müller que, curiosamente, la había enviado desde su casa en Salzburgo a la dirección de la cervecería. Llevaba allí varios meses guardada sin abrirse, esperando que él llegara. Teodor se extrañó que su amigo no utilizara el correo militar hasta que leyó su contenido:

"Querido Teodor:
Siento tener que decirte que mucho me temo que todo ha terminado para nuestro común amigo, Otto Schultz. Fue poco después de dar por concluída, sin éxito, la Operación Ciudadela. Nos tocó uno de los sitios más difíciles, aunque creo, por varios relatos que he oído, que conseguimos eludir lo peor del combate. Pero nos vimos en medio del contraataque de los rusos, presionados como nunca lo hemos estado. Creí que nunca iba a decir esto, pero echamos de menos a Rolf en medio de ese combate. Llegamos a un punto en que era preciso retroceder conteniendo la acometida del enemigo y el general von Falkenstein reunió al Estado Mayor de la división. Se le había ocurrido un plan para escapar, pero implicaba una acción prácticamente suicida. El general von Falkenstein no se atrevía a ordenarle directamente a nadie que la llevara a cabo, por eso nos había reunido y expuesto el asunto. Necesitaba a alguien que se ofreciera voluntario y... Sí, lo has adivinado: al cabo de unos segundos de silencio, nuestro Otto dijo: "iré yo, si encuentro bastante gente tan loca como para acompañarme".
El estupor se apoderó de todos nosotros. El mayor von Topp llegó a decir: "de ninguna manera, Schultz. ¡Cualquiera menos usted!" Pero Otto contestó: "Si no soy yo, ¿quién entonces?" Ninguno supo que contestarle. Lo cierto es que el asunto era difícil. Precisaba de un oficial capaz y experimentado, como él, si se quería tener una oportunidad. La alternativa era la destrucción de la 45ª.
Cuando se preparaba para efectuar la maniobra, hablamos por última vez. Le intenté disuadir, todos creíamos que era una locura, pero lo único que conseguí es que me dijera que ya era perro viejo y tenía unos cuantos trucos en la manga. Hablaba alegremente, pero hasta yo notaba que estaba preocupado, por mucho que tratara de disimular. Estábamos solos los dos en aquel momento, y entones Otto hizo algo que todavía no he conseguido explicarme del todo: me besó. Así, como suena. En la boca.
Como es natural, me quedé helado. Paralizado. Incapaz de hacer ni decir nada. Entonces sonrió y dijo:
-Como decía Shakespeare: si hemos de volver a vernos, para que sea con una sonrisa; sino, para que nuestra despedida sea como debía ser.
Es una cita de "Julio Cesar", lo he comprobado. Aún así, no sabía cómo explicarmelo. Y, sinceramente, aún no lo sé. Después, Otto simplemente tomó su gorra de capitán y se la caló antes de salir. Le oí murmurar algo que no entendí bien. Me sonó a algo como "allá voy, Gottlieb". Supongo que entendí mal, debió ser algo de Gott
[Dios], una especie de plegaria. No sé.
Sea como sea, la división consiguió escapar y varios de los hombres de Otto lograron reincorporarse. Pero él no lo hizo. Ignoramos qué le haya podido ocurrir. Quiero creer que aún vive, aunque quizás se encuentre preso de los rusos. O quizás sea mejor que ya no esté entre nosotros. No sé. La cuestión es que la moral del regimiento, y de la división, ha quedado tocada. Otto era muy popular, ya lo sabes.
Siento ser portador de tan tristes noticias.
Tu amigo:
Adrian
"
Teodor se quedó reflexionando por un momento. No tenía las mismas esperanzas de Adrian acerca que Otto hubiera sobrevivido. Se preguntó si, llegado el momento, él mismo sería capaz de marchar hacia su cita con el destino murmurando: "allá voy, Hanna".

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Habían sido cinco, y ya solo quedaban Adrian y él. Cuando Teodor llegó al 716º de Ingenieros se encontró una cara nueva. O quizás sería más exacto decir que dos. Una era la de un antiguo paracaidista, veterano de Creta. Se llamaba Thomas Kreustcher. Tenía más o menos la misma edad que Teodor y había llegado a la 716ª porque ya no podía servir como paracaidista después de lesionarse al saltar de un avión. Era alguien a quien Teodor podía sentirse cercano. Pero el problema era que para Thomas, la 716ª era un premio gordo más que un castigo. El otro tenía unos orígenes bastante extraños.

Se llamaba Otgonbayar Qiyuan, y resultó ser el hombre que había salvado de las llamas durante el atentado de la Resistencia. Provenía de la Mongolia Exterior y apenas hablaba ruso. Menos alemán. Después de salir del hospital, curado de sus quemaduras, se las había arreglado para que lo trasladaran junto a Teodor. Este hombre fue lo más parecido a un amigo que encontró nunca en la 716ª división. Otgonbayar (o Bayar, como todos acabaron por llamarle) estaba convencido que Teodor le había salvado la vida. Teodor intentó explicarle a Bayar muchas veces que lo hubiera hecho por cualquier compañero y que no le debía nada. Pero todo fue inútil. Por lo demás, aunque Teodor no podía saberlo, se estaba acabando su tiempo de cavar zanjas.

El amanecer del 6 de Junio de 1944, Teodor viajaba en el sidecar acoplado a una Zündapp KS-750. Estaba investigando diversos informes sobre lanzamiento de paracaidistas en la zona. Muchos oficiales se lo tomaban con mucha calma, pues los informes eran bastante confusos. Pero a Teodor le preocupaba que fueran tantos. ¿De verdad estaban enviando tantos comandos para ayudar a la resistencia? ¿O era cierto que se trataba tan solo de señuelos? Pero, en el último caso, ¿qué sentido tenía? En medio de las reflexiones, descubrió que el conductor estaba a punto de salirse de la carretera:
-¡Eh, Schäfer! ¡Mire por dónde va!
El aludido, un joven de apenas dieciocho años, frenó la moto y evitó el accidente. Se volvió hacia Teodor y dijo:
-Lo siento, Herr Stabsfeldwebel. Me distraje mirando al mar.
-¿Qué hay en el mar que le distraiga? Es el mismo de siempre.
-No... no estoy seguro, Herr Stabsfeldwebel. Mire: ¿no diría que el horizonte está lleno de puntitos negros?
Teodor escrutó el horizonte marino. Al principio, no distinguió nada entre la bruma matutina, pero al cabo de unos segundos sí que le pareció que el horizonte no era tan plano como solía serlo. Sacó los gemelos del sidecar y bajó por el terraplén hasta la playa, seguido por el soldado Schäfer. Volvió a escrutar, tratando de aguzar la vista: sí que parecía haber una serie de pequeños puntos negros. Entonces utilizó los gemelos, ajustó la visión... y lo que vio le dejó paralizado. El horizonte entero estaba lleno de barcos de todos los tipos y tamaños. Una visión que nunca olvidaría. Apenas oyó, como en sueños, la voz de Schäfer:
-¿Qué ocurre, señor?
Por toda respuesta, Teodor le pasó los gemelos para que mirara a su vez. Cuando lo hizo, el soldado exclamó:
Gott in Himmel! ¡¿Qué es eso?!
-¡La invasión, claro! ¡Hay que avisar de inmediato al cuartel general! ¡Volvamos a la motocicleta! ¡Y vuele al teléfono más cercano! ¿Me ha oído, Schäfer? ¡VUELE!
-Jawohl, herr Stabsfeldwebel!
Ambos volvieron corriendo a la Zündapp. "Nos ha tocado... ¡y tenemos una división de juguete!", pensó Teodor. Pero cuando vio la cara de Schäfer, pensó que había vuelto a su antigua costumbre de hablar lo que pensaba en voz alta.

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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

El crepúsculo de ese mismo día, Teodor y Bayar iban a la cabeza de una columna que recordaba más la que había formado con sus amigos hacía años, cuando eran unos jóvenes y bisoños reclutas que a lo que se supone había de ser un pelotón de soldados de la Wehrmacht. Y sin embargo, comparados con otros cuadros que se veían en la carretera, eran todo un modelo de orden y disciplina. Se les habían unido varios grupos sueltos. Entre ellos, el de un teniente de apenas dieciséis años, llamado Werner Klein, que se les había unido al frente de un grupo de otros soldados adolescentes. Habían tomado a Teodor por un capitán, y él no se había tomado la molestia de sacarles de su error. No valía la pena. En aquel momento caminaban penosamente en dirección a Caen.
Se encontraron de frente con un Panzer IV del que bajó un oficial que saludó y se dirigió directamente a Teodor:
-Ach! Por fin alguien que mantiene la calma. Soy el Oberleutnant Schmidt, de la Panzer Lehr. ¿Cúal es la situación?
Teodor devolvió el saludo y dijo: -Soy el Stabsfeldwebel Whenk, de la 716ª división. Hemos intentado hacernos fuertes en Bény-sur-Mer, pero no nos ha sido posible. Todo el campo, de aquí hasta la costa, está en manos de los ingleses. Lo peor de todo son los aviones: el enemigo hace lo que quiere desde el aire. Y no he visto a ninguno de los nuestros ni siquiera intentando pararles los pies. ¿Caen sigue en nuestras manos?
-Según mis noticias, sí.
-Gracias a Dios.-dijo Teodor, pensando en Daina y su hija.
-¿Y el resto de la división?
Teodor observó la columna que le seguía: debían de ser cerca de un centenar de hombres. Allí había ingenieros, granaderos y gente de las Osttruppen entremezclados.
-¿Cúal resto? Me temo que nosotros somos la 716ª.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

7.-...¡Ven naufragio!
Cerca de Saint Lô, madrugada del 25 de Julio de 1944: el Lieutenant Colonel Joseph "Joe" Mac Donald de la 2ª División Acorazada esperaba cazar por fin a la bestia negra de su regimiento, y aún de su brigada: se trataba de un capitán de infantería alemán al que apodaban el "demonio de ojos azules". Un hombre implacable, obstinado y de probada ferocidad, acompañado por su tenebroso ayudante: un soldado japonés. Aquella maldita pareja y su gente habían causado muchas bajas, entre muertos y heridos, a lo largo de todo el frente de lo que había sido la batalla de los setos. Mac Donald no había dado crédito a los primeros informes sobre un soldado japonés que acompañaba a un oficial teutón particularmente tenaz que no dudaban en encarar a infantes y carros incluso en inferioridad numérica, empleando los malditos setos y convirtiéndolos en trampas mortales. Pero la insistencia de sus hombres, unido a algunos interrogatorios de prisioneros, que hablaban con admiración del capitán (pues se trataba de un capitán) y del soldado asiático le habían hecho rendirse a la evidencia: el "demonio de ojos azules" y su amigo japonés existían. Y se habían convertido en una némesis. Mac Donald había mandado francotiradores a por ellos, con el único resultado de un aumento de bajas entre los francotiradores. Bien, ahora se vería de lo que eran capaces frente una ofensiva de verdad: la Operación Cobra estaba a punto de comenzar. A ver si la tozuda araña se sacaba de la manga otra malvada serie de trampas mortíferas o volvía a convertirse, de nuevo, en una mosca escurridiza.

Al otro lado de las líneas, el Hauptmann Teodor Whenk y el Feldwebel Otgonbayar Qiyuan, de la 353ª División de Infantería de la Wehrmacht ignoraban todo este asunto. De hecho, Teodor pensaba que se le estaban agotando las ideas y los medios contra los blindados. La campaña de Normandía había permitido usar el terreno contra el enemigo. Pero retrocedían. Vendiendo caro cada metro, pero siempre dando pasos atrás. Y según el mapa, se estaba acabando ese tipo de terreno. Recordaba las veces que había animando a sus hombres con el sonsonete: "Ya nos hubiera gustado tener esta clase de terreno en el Frente ruso para frenar a los T-34". Pero era una verdad a medias. En el Este, la superioridad aérea no era del enemigo.
Ese día, a primera hora de la mañana habían tenido que soportar un fuerte bombardeo de la aviación. Todo el regimiento había tenido que enterrarse bajo varios metros de tierra y esperar a que amainara. Ahora entendía Teodor cómo debía sentirse el enemigo en el frente ruso, donde la Luftwaffe era dueña del aire.
Concluido el bombardeo, se había asegurado que su gente retomara las posiciones asignadas y esperó. ¿A qué engañarse? Seguro que los de enfrente iba a atacar. Trepó al árbol que había designado como su puesto de observación, tal como hacía tiempo le había enseñado Otto a hacerlo y se puso a otear. Le vino a la cabeza la última carta de Adrian Müller, cuya letra, al principio, ni siquiera había reconocido:
"Querido Teo:
La división ha sido destruída y von Topp ha muerto en acción. A mí me han retirado del servicio. Espero que tú te encuentres bien. Perdona la concisión y letra. Es difícil escribir con la mano izquierda.
Adrian.
"

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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

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El Oberfeldwebel Fritz Hagen, ahora encargado de las transmisiones de su nuevo regimiento, le dijo que la Panzer Lehr y la 275ª división habían sufrido un severo castigo. Genial: no podían confiar en su propia vanguardia. Entonces los vio venir: tanques Sherman cargados con infantería. Muchos de esos tanques con un curioso añadido al frente que a alguien con formación en ingeniería no se le escaparía la utilidad: pretendían cortar los setos. Pero los blindados se detuvieron y dejaron que la infantería abriera camino. "Parece que los americanos de blindados son igual de graciosillos que los nuestros", pensó Teodor. Vió salir de la torreta de un Sherman a un oficial dando órdenes. Menuda ganga. Teodor agarró su rifle de francotirador: un Z Kar 98k y buscó al oficial con la mira hasta que lo tuvo en el centro: "Todos hemos de morir, capitán...", pensó Teodor inspirando aire. Apretó el gatillo y contempló cómo el capitan en cuestión caía malherido dentro del blindado. Murmuró "...hoy le toca a usted" mientras soltaba el aire.

La infantería americana atravesaba los setos. Confiaba en que Bayar y el teniente Kreustcher pudieran pararlos. Después de todo, su regimiento había logrado capear el bombardeo. A Teodor le había gustado la manera en que el llorado capitán Brandt ejerciera en tiempos el mando. Dejándose ver entre las tropas siempre que era posible y necesario. Pero había escarmentado en cabeza ajena: en su uniforme no ostentaba ninguna señal de su rango. Utilizaba una chaqueta de camuflaje sin ningún distintivo: su gente ya sabía quién la mandaba. Esa misma gente que ahora hostilizaba a la infantería norteamericana entre los setos hasta donde alcanzaba su vista. Era arriesgado, pero decidió usar de nuevo su rifle de francotirador. Quizás pudiera salvar alguna situación apurada. Bayar era único en la lucha cuerpo a cuerpo, como podía comprobar ahora mismo. Kreustcher también se las sabía todas a la hora de hacer que sus hombres salieran bien librados. El que le preocupaba era el otro teniente: Werner Klein. Le había enseñado todo lo que sabía y, en general, se desempeñaba bien. Pero nada sustituye a la experiencia. Comprobó con los gemelos que el grupo de éste no flaqueaba frente a la infantería, pero los blindados parecían a punto de lanzarse al combate. Dió la orden a Hagen. que esperaba abajo.
-¡Que salgan ya los grupos de los Panzerfausten! ¡Hay que apoyar a Klein!
-Jawohl, herr Hauptman!
Teodor sólo se quedó en el árbol el tiempo necesario para comprobar que los primeros tanques que iba a arrollar a Klein eran alcanzados. Entoces, descubrió que también lanzaban tanques contra Kreustcher. Maldita la gracia que le hacía emplear las únicas reservas que le quedaban, pero no había otro remedio:
-¡Envíe a Moench a ayudar al teniente Kreustcher con los Panzerfausten restantes! ¡Deprisa!
-Jawohl, herr Hauptman!
Dada la orden, buscó de nuevo con los gemelos, localizó a un comandante de infantería hablando con un tanquista. Tomó de nuevo el rifle de francotirador y mató al comandante. Luego, descendió del árbol antes que le localizaran. No era cuestión de meterse en duelos de francotiradores. Ya había seleccionado y adiestrado a unos cuantos en su nuevo regimiento. Por otra parte, había visto lo suficiente de lo que les venía encima: no era una única oleada de infantería y blindados. Venía por lo menos otra más. Y su regimiento no tenía elementos suficientes para eso. Quizás la artillería lograra detenerlos, pero su regimiento ya haría mucho si frenaba la primera oleada. Llegó junto al ahora Oberstfeldwebel Fritz Hagen y le dió nuevas órdenes:
-Cuando hayan acabado los de los Panzerfausten, retirada.
-Pero, señor, ¿está seguro de que...?
-Si la Panzer Lehr no ha podido aguantar el empuje, menos podremos nosotros. Hemos ganado tiempo: es mejor retirarse y sembrar el terreno de minas. Vayan para allá, a mí que me siga el pelotón escogido.
Teodor llamaba "pelotón escogido" al que formaban aquellos soldados que creía podían ser más útiles en los últimos momentos y que empleaba siempre que había que retirarse, con él mismo al frente. Por un acuerdo no escrito, Bayar y su grupo se quedaban siempre los últimos y Teodor acudía a cubrir su retirada. Por el camino, pudo escuchar varias explosiones: por el sonido y la dirección, era Moench lanzando los últimos Panzerfausten. Solo podía desear que los gastara bien.
Ahora, ya accediendo al seto donde el mongol luchaba con su pelotón, se encontró de cara con un tanque Sherman. Solo le quedaban dos granadas: colocó una en la oruga que tenía más cerca y, cuando estalló, subió hasta la torreta. No habían cerrado la portilla. Así que lanzó por allí la otra y cerró se montó en ella hasta que la explosión le hizo dar un pequeño salto. Dió la orden, innecesaria, a sus hombres: "¡Exterminadlos! ¡Que no quede ni uno!" y bajó hasta el suelo. Se arrodilló y usó el rifle de francotirador de la mejor manera posible. Un sargento norteamericano se volvió para encararle y él disparó, atravesando el pecho del hombre y acertando al soldado enemigo que había detrás con el mismo disparo. Luego, solo tuvo tiempo de comprobar que la lucha concluía por falta de enemigos.
-¡Vámonos ya! ¡Retirada!
-¿Por qué? ¡Si les estamos machacando!- Preguntó uno que se quedaba atrás.
-Le recuerdo, soldado, que no nos quedan ni granadas ni Panzerfausten. ¡Empiece con esos pequeños!
Teodor señalaba los artilugios delanteros de dos tanques Sherman que estaban destruyendo el seto. El soldado no dijo nada más. Segundos después, adelantaba a Teodor a la salida del campo atravesando el seto.

Continuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

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Al día siguiente, por la mañana, camino del lugar que iban a sembrar de minas, el teniente Klein le hizo una pregunta:
-Con el debido respeto, mi capitán. ¿Nunca piensa en el horror de lo que estamos haciendo?
-Nunca. Si lo hiciera, no podría continuar.
El joven teniente permaneció silencioso, meditabundo. Al fin, Teodor decidió hablar, le debía una explicación, aunque tal vez no hubiera ninguna:
-Mire, teniente. Yo tenía un camarada que terminó muy mal, hay que decirlo. Pero me dijo algo que es lo que me ha permitido proseguir cuando me abruma el horror de lo que estamos haciendo, como usted dice.
-¿Ah, sí? ¿Qué es?
-Matar es matar, eso es todo. Es lo que dijo.
Eso pareció concluir la conversación. Pronto, llegaron al lugar donde estaba dispuesto el material y comenzaron a sembrar el terreno de minas. De repente, el sonido de un motor. Un Mustang apareció en la distancia y se dirigió derecho hacia el grupo. Estaba claro que pensaba ametrallarlos. La gente se dispersó. Pero Teodor observó atentamente e intercambió una mirada con Bayan. Ambos tomaron sendas metralletas cuando el avión comenzaba a escupir fuego. Se colocaron frente a la trayectoria y empezaron a disparar al aire. Cuando el Mustang tenía que elevarse, empezó a echar humo, descendiendo sin control hacia al suelo hasta que se estrelló.
-¡No puedo creerlo, capitán! ¿Cómo lo han hecho?

Era la voz de Schäfer, en su motocicleta Zündapp con el sidecar vacío. Schäfer conservaba su aspecto juvenil, pero se veían en su boca unos pliegues de cansancio que antes no existían. Teodor se explicó:
-La idea me la dio mi primo hace tiempo. Es aviador y me dijo que, cuando ametrallabas a las tropas de tierra, había que tener cuidado. Si vas demasiado bajo y demasiado rápido, alguien que mantenga la serenidad, solo tiene que disparar al aire y colocar una barrera de balas en el sitio donde, por necesidad, tienes que pasar. Por desgracia, no funciona si el avión en cuestión va demasiado alto o lo bastante despacio para maniobrar. Ese tipo no lo tuvo en cuenta.- Señaló el avión derribado que ardía. Luego suspiró.- Apoyo aéreo. Eso es lo que necesitamos, en realidad. Con apoyo aéreo, incluso podríamos plantearnos un contraataque...
-Eso no es cosa nuestra, herr Hauptman. He venido porque le llaman del cuartel general. Suba al sidecar, tengo orden de llevarle hasta allí.
-Jawhol! ¡Kreustcher, ocúpese de las minas!- Ordenó, antes de subir al sidecar.
-Jawhol, herr Hauptman!

Continuará...
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Mensaje por fco_mig »

El Obergefreiter Schäfer condujo con rapidez y precaución a la vez, si es que ello era posible. De día, siempre era peligroso debido a la aviación aliada. Pero no tuvieron ningún mal encuentro hasta llegar al cuartel general. Curiosamente, no era el que esperaba. Pero se explicó un tanto la confusión cuando descubrió que todo el mundo estaba empacando y preparándose, sin duda, para una evacuación. Las frases sueltas que oyó no eran tranquilizadoras precisamente: "Una gran brecha, hay que cerrarla..." "¿Cómo? ¿Con qué?..." "No se puede contar con la Panzer Lehr." "Hay que dar por destruida la 275ª" "Los aviones, los malditos aviones..." Le condujeron hasta la puerta de una estancia en el piso superior. Pasaron por varios despachos que se notaba acababan de ser abandonados a toda prisa. Al fin, un ordenanza llamó a una puerta cerrada, le anunció y le dijo:
-El Generalleutnant Dietrich von Choltitz le recibirá ahora, capitán Whenk.
Teodor penetró en la estancia y saludó militarmente "Heil Hitler!". "Heil" le respondió el hombre que estaba frente al él, al otro lado de un escritorio ya medio vacío. Von Choltitz era un tipo sólido, duro, con aspecto de bulldog. Fumaba un cigarrillo y, en apariencia, estaba tranquilo. Solo el ansia con que fumaba dejaba traslucir la tensión a la que debía hallarse sometido.
-En condiciones normales, capitán Whenk, esta conversación no tendría lugar. Pero, como habrá podido ver, las condiciones distan mucho de ser normales.- Eso le convenció que el teniente general estaba simplemente acabando las tareas pendientes antes de partir. Tal vez lo suyo fuera lo último de la lista. Aún así, Teodor se sintió muy honrado que alguien de tan arriba se tomara la molestia por un simple capitán.
-Sí, señor.
-Bien. Me alegra conocer por fin al mejor oficial de la 353ª de Infantería. Si todos los regimientos fueran como el suyo, otro gallo nos cantaría. Por desgracia, no es así. Su regimiento es el único de la 353 cuyas pérdidas, aunque elevadas, resultan aceptables. Por otra parte, su Oberst informa que ya es hora que los tenientes Kreustcher y Klein den un paso al frente, y no tengo motivos para dudar de su palabra.
-Sí, señor. ¿Qué ocurrirá ahora, señor?- En la cara de von Choltitz se dibujó por un momento una expresión extraña, fugaz pero inconfundible: en el alma del teniente general había algo ya que estaba enormemente cansado y harto de todo. Teodor no se lo podía reprochar: ¿cuántas veces se sentía así él mismo? Pero von Choltitz se rehízo antes de contestar a su pregunta:
-En cuanto a usted, le han ascendido a Major y concedido un permiso antes de incorporarse a su nuevo destino. Parece que le han llamado de su antigua división. Lo que ocurre aquí dejará de ser problema suyo, para bien o para mal.
-Pero la 45ª fue destruida, según tengo entendido.
-Sí, pero están reconstruyéndola como la 45ª División Grenadier. Descubrieron que había pertenecido usted a la original y le han reclamado. El ordenanza le entregará la orden en mano y le indicará la manera de llegar hasta el aeródromo donde le espera un Junkers 52 para llevarle esta noche.
-Muchas gracias, señor. Por tomarse tantas molestias por mí, quiero decir.
-Oh, eso... En realidad, le he mandado llamar por otra cosa. Tengo entendido que usted conoció en tiempos al Oberst Ragnar von Topp, entonces era solo Major ¿me equivoco?
-No, señor. ¿Le conocía también usted?
-¿A Ragnar? ¡y tanto! -en el rostro de von Choltitz se dibujó una sonrisa; luego adquirió una expresión ausente, sumido en sus recuerdos- Era cuatro años más joven que yo y un bala perdida. Después sentó la cabeza y se convirtió en un buen soldado, aunque le costó lo suyo. Un buen chico, en el fondo. Mereció llegar más lejos. Si no hubiera perdido tanto el tiempo al principio...-el Generalleutnant pareció volver al momento presente- La última vez que nos vimos, me pidió como un favor que, si por casualidad él no pudiera hacerlo personalmente y yo tuviera ocasión, le pidiera perdón en su nombre y le dijera que por su parte estaba todo perdonado. A decir verdad, me había olvidado del asunto hasta que descubrí el nombre de usted en el nombramiento que nos ha llegado ¿Qué ocurrió entre ustedes? él no quiso decírmelo. Sólo me dijo que usted lo entendería.
-Es una larga historia.-dijo Teodor.- Por mi parte, también lo he perdonado. Siento no poder decírselo en persona
-Así es la vida del soldado: nuestro juego es el de la vida y la muerte. A veces, nos toca perder. Le deseo suerte y si puedo hacer algo más por usted...- von Choltitz usaba esa fórmula para dar por concluida la conversación, así que se sorprendió cuando Teodor dijo:
-Sí. ¿Podría acompañarme el Feldwebel Qiyuan? Aún no habla demasiado bien el alemán y, por lo que le entiendo, cree que nuestros destinos están de algún modo unidos. ¿Es mucho pedir?
El rostro del teniente general expresó cierta sorpresa, pero al fin se encogió de hombros y dijo:
-Las afinidades electivas. No creo que nos venga de un Feldwebel.
-Gracias, señor.- saludó Teodor- Le deseo mucha suerte.
-Gracias, la vamos a necesitar. Puede retirarse.
Esa noche Teodor y Bayar salieron por aire en dirección hacia el este. Teodor se preguntaba con qué clase de tropa se iba a encontrar en la 45 de granaderos. Mientras tanto, podría pasar casi una semana con la familia. Le había costado convencer a Daina que volviera a la cervecería con sus padres. Ella quería quedarse cerca de él. Lo único que la convenció fue el triste argumento de que: "Si no vuelvo, Claudia necesitará a su madre". Al decirlo, Daina había empezado a llorar y se había abrazado a él con fuerza. Teodor la había consolado como mejor supo, pero él mismo estaba a punto de romper a llorar.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Teodor recordaba el día 21 de Julio, cuando les habían hecho repetir el juramento de fidelidad a Hitler después del atentado. Le alegró saber que, después de todo, lo que Adrian les había dicho no eran sólo rumores. Pero sus recuerdos de ese último juramento no tenían nada que ver con los del primero. Estos eran brillantes, aquellos eran amargos.
“En presencia de Dios presto este sagrado juramento de obediencia incondicional al Führer del Reich y del pueblo alemán, Adolf Hitler, Comandante Supremo de la Wehrmacht, estando dispuesto como valiente soldado a entregar en todo momento mi vida por este juramento”
Ese día, Teodor había jurado en falso. Lo que hacía por dentro era rezar por aquellos que, por lo menos, lo habían intentado. Y lamentaba profundamente que hubieran fallado. Nunca supo cómo se las arregló para terminar la campaña del bocage sin que decayera su espíritu combativo. Por alguna razón, sólo había acusado el golpe después de su entrevista con von Choltitz.

Los días que pasó en Altheim contribuyeron a levantar la moral de Teodor. Claudia crecía fuerte y Daina y Gretchen estaban encantadas, lo mismo que su padre. En cuanto a Bayar, esta vez sí aclararon que no se trataba de un soldado japonés (hacía tiempo que ninguno de los dos se molestaba en deshacer el equívoco. Además servía para deshacer toda desconfianza en alguien procedente de Siberia). Fue bien recibido por la familia. Sin embargo, a quien le gustó más el nuevo amigo de Teodor fue a la señora Alerborn, una viuda de guerra todavía joven y de buen ver. Cada vez que Bayar desparecía, Teodor sabía dónde buscarlo si lo necesitaba.
El día antes de partir hacia su nuevo destino, Teodor tuvo una última conversación con su padre. Franz Whenk le contó que había acudido a Múnich la semana anterior, había pasado por la dirección regional del partido y había encontrado un ambiente extraño. Sí que Kurt Hagel seguía echando pestes de él, pero estaban todos acostumbrados a esas alturas. Se trababa de otra cosa: no se notaba entre los militantes de base ni los cuadros medios, pero sí entre los que "eran alguien" en el partido nazi local.
-Me recordó lo que me comentaste una vez, hijo. Que las SS nos ocultaban algo. Y que ese algo podía divertir a algunos, pero a tu hermano por ejemplo, lo estaba destrozando por dentro.
-¿Qué quieres decir?
Franz Whenk se tomó su tiempo antes de contestar. Después de meditarlo dijo:
-Que los peces gordos tenían una actitud extraña cuando te dirigías a ellos. Te decían, sin decirlo: "sé un secreto, ¿sabes?" Esquivaban la pregunta si se la hacías directamente. Por ejemplo: entré en una habitación y oí cómo alguien le decía a otro "Yo, lo de Dachau, procuro traspapelarlo." Pero cuando se dieron cuenta que yo estaba allí, cambiaron de tema. Intenté preguntar aparte al que había hablado, pero esquivó la pregunta y hasta amenazó con hacer valer su mayor autoridad, cuando le insistí.
-Dachau... ¿No hay allí un campo de concentración?
-Sí, como los que los ingleses tenían durante la Guerra de los Bóers y creo que también los españoles en Cuba en menor escala. Es un secreto a voces. Y hay quién dice que la "redención" por el trabajo forzado no es algo que debiera aplicarse a alguien cuyo único delito es pensar diferente. Pero me dio la impresión que algo había cambiado allí... Es una mera sospecha, no me preguntes qué es ese algo. No estamos en condiciones de viajar hasta allá. Ya no.
-Te entiendo; en el pueblo he visto hasta qué punto llegan las restricciones de productos. Y lo difícil que es desplazarte. Si vieras el estado en que han quedado algunas ciudades tras los bombardeos: Múnich sin ir más lejos.
-Los negocios, no tengo que decírtelo, van cada vez peor...-Franz Whenk suspiró.- Y me avergüenza contarte lo que tía Hildegard decía en sus últimas cartas. Hemos dejado de tratar a los como aliados a los italianos, ahora les estamos ocupando. Para cualquiera que los conozca, es un error. Y Roma ha caído, estoy seguro.
-¿Sigues oyendo las emisiones de radio del enemigo?
-Sí. Y ocurre lo de siempre: no sé qué creer y hasta qué punto creerlo. Pero la prensa de los nuestros me merece aún menos crédito.
-Otto, en paz descanse, conoció muy bien a un periodista que no se dejaba sobornar. La Gestapo se lo llevó antes de la guerra, nunca supo por qué.
-Ahora es evidente. -nuevo suspiro.- ¿Cómo hemos llegado a ésto?
-Para eso tengo una respuesta: Hitler nos prometió la luna... y nos lo creímos.
-Y, por un momento, pareció que nos la iba a entregar. ¿Recuerdas cuando fuimos a escucharlo en Múnich?
-¿Cómo olvidarlo? Un discurso increíble.
-Pues el otro día hice un resumen de lo que recordaba: nos estaba vendiendo humo, como todos. ¡Y sin embargo le compramos el humo como si fuera oro!
-Es cierto. En mi vida he visto tanto poder de convicción.
Durante años, Teodor y su padre intentarían dilucidar de dónde sacaba Adolf Hitler esa cualidad de encantador de serpientes. Nunca llegaron a ninguna conclusión satisfactoria. Mucho después, ya en sus últimos años, poco antes de fallecer a los setenta y dos, Teodor diría: "He oído hacer discursos a Conrad Adenauer, a Willy Brandt, a Helmut Kohl, a Franz Josef Strauss... Hablando estrictamente como orador político, ninguno resiste siquiera la comparación con Adolf Hitler. Solo le conozco dos posibles rivales: John Kennedy y Ronald Reagan... ¡Y aún diría que salen perdiendo! No me pregunteís cómo. Sencillamente, es así."

Teodor se incorporó por fin a la nueva 45ª División Grenadier, con lo que volvía al frente oriental al cabo de una larga ausencia. Según las órdenes, le tocaba la comandancia del 133º Regimiento (irónicamente, el número de sus antiguos rivales). Se presentó ante el Generalmajor Richard Daniel, que le dio un breve discurso:
-Mayor Whenk: sé que usted no salió de la mejor manera posible de su antigua división, de la que somos herederos. También sé lo que es el orgullo herido. Pero debo decirle que le necesitamos: quedan muy pocos de los que comenzaron con usted y nada sustituye a la experiencia. No le voy a comentar nada acerca de la calidad de los hombres, ya lo verá por sí mismo. Por otra parte, su hoja de servicios me dice que puedo confiar en usted. Con la ayuda de Dios, espero que los convierta en buenos soldados. Suerte, herr Major.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

No hubo suerte: dentro de su cabeza, Teodor nunca llegó a considerarse como un verdadero comandante. Con todo lo que había sido la 353ª, Teodor se había cómodo en ella. Nunca había sido una gran división pero estaba orgulloso (siempre lo estuvo) de haber servido en ella, al contrario que en la 716ª. La 353ª era una división improvisada: en su propio regimiento no había habido ningún comandante por encima de él. Pero el resultado era que, en su primer mando autónomo, había podido hacer las cosas a su manera. En tiempos, el 130º regimiento de la 45ª división había tenido un carácter parecido. Von Topp era flexible: permitía que la gente bajo su mando tomara iniciativas. Lo que le importaba era que las cosas se hicieran, no la forma en que se hicieran. Así, se limitaba a supervisar el trabajo de todos y cambiarlo únicamente cuando le parecía que no iba a funcionar o era evidente que no lo hacía. ¿Qué había dicho von Choltitz acerca de que en tiempos había sido un bala perdida? Quizás fuera por eso que no le gustaba imponerse cuando no era necesario. Y no le importaba aguantar reproches de la superioridad. Tantas broncas se había llevado ya en la vida...
En la 45ª Grenadier no era posible aquello. Teodor se quejaba que el teniente coronel se metía demasiado en su trabajo y aún en el de su subordinado, el capitán Blömm. Pero su Oberst era un ordenancista rígido. Por lo tanto, el sistema era rígido y ordenancista, muy poco flexible. Muchas veces se le recriminó que era demasiado heterodoxo, que se tomaba excesivas confianzas con sus subordinados. Como en tiempos lo habían hecho (sin saberlo Teodor) con von Topp, que reaccionaba mandándolos mentalmente a paseo, pero Teodor no tenía ese carácter. Ahora comprendía las palabras de Daina acerca de que no todo el mundo podía dar lo mejor de sí en todos los sistemas.
En sus tiempos en el 130º, "Perro loco" Schwerin había sido también un ordenancista, pero cumpliendo una función que requería precisamente de un ordenancista. Sólo ahora, ocupando la posición de von Topp, Teodor veía la delicada y bien equilibrada estructura que había llevado al 130º Regimiento a la excelencia. Hubiera querido construir algo parecido ni que fuera sobre la marcha, mientras luchaba contra el ejército soviético. Pero la manera en que funcionaba la 45ª Grenadier no se lo permitía. No es que no lograra funcionar, pero Teodor nunca brilló como lo había hecho en la 45ª original y en la 353ª. Años después, acabaría pensando que Ragnar von Topp había sido en cierto modo un adelantado a su tiempo; al proponerse mantener lo mejor de la tradición prusiana, con su disciplina y espíritu de sacrificio pero descartando sus rigideces y formalismos. El resultado había sido un regimiento capaz de funcionar bien aún cuando estuviera muy disminuido.
En el caso ocurrido, por ejemplo: si von Topp y el capitán Brandt hubieran sido eliminados de golpe, los hombres se hubieran vuelto con naturalidad hacia los tenientes Kreutz y Hohlein o, en época posterior, hacia Otto Schultz y él mismo. El mando se hubiera trasladado sin más y aún en el caso que cayeran los tenientes, siempre quedaría el sargento mayor y el resto de jefes de pelotón. Teodor tenía una idea similar respecto al funcionamiento de las unidades bajo su mando. Siempre se preguntó si era completamente suya, o era von Topp quien le había enseñado así.

Nunca se perdonó que le pillaran con la guardia baja un día de Octubre de 1944. El capitán Blömm y él mismo se encontraban en la cima de una colina, examinando unos mapas cuando oyeron una especie de silbido. Apenas la comprensión de lo que ocurría había penetrado en sus cerebros cuando el aire empezó a retumbar con las explosiones y el suelo a temblar bajo sus pies.
-¡Bombardeo de artillería! ¡Y van en serio!
Parecía que todo el fuego pesado que disponía el Ejército Rojo en ese sector estuviera cayendo sobre las posiciones del 133º. No había habido ningún aviso previo. Teodor y el capitán corrían hacia la posición ordenando a todos que se cubrieran cuando la atmósfera pareció estallar. Teodor se vio alzado unos metros sobre el suelo en plena carrera y cayó de bruces al suelo. Por un momento, sintió el cuerpo como anestesiado. Sacudió la cabeza.
-Ese ha caído cerca, capitán. ¿Capitán Blömm? ¿Qué...?
Teodor calló a la vista del cadáver destrozado del que hasta entonces había sido su capitán. Luego supo que había recibido lo peor del impacto. En cuanto a él, le dolían todos los huesos y la pierna izquierda no le respondía como debiera. Se atrevió a echar un vistazo. Por suerte, aún la tenía unida al cuerpo, pero estaba claro que no sostendría su peso. Se quitó el cinturón para hacerse un torniquete y oyó una voz a su lado:
-¿Se encuentra bien, herr major?
-Me temo que no, Bayar. Tendré que arrastrarme hasta el puesto de socorro...
-¡Déjeme ayudarle!
Desafiando el bombardeo de artillería, que no había ni mucho menos cesado, el sargento mongol cargó con Teodor sobre su hombro y le ayudó a caminar. A medio camino, Teodor se fijó en otra cosa.
-Bayar: tiene usted sangre en el costado...
-No es nada.
Teodor lo dudaba. Así que cuando llegaron por fin al puesto de socorro, insistió en que el sargento no saliera de él. Bayar trató de oponerse, pero los sanitarios no tuvieron ningún problema en sentarlo. Tanto le había debilitado ya la pérdida de sangre. Luego, se ocuparon de su pierna: la tenía rota por dos sitios. Y además metralla incrustada hasta la cintura. Le hicieron respirar cloroformo. Cuando despertó, lo primero que pensó fue algo tonto: "Por fin me hiere gravemente un enemigo de verdad". Le informaron que el 133º había sido prácticamente aniquilado y la división había tenido que reorganizarse. En cuanto a él y al sargento Bayar, iban a ser evacuados a Praga donde, muy probablemente, le iban a someter a él mismo a una nueva operación.

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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

A Teodor siempre le sorprendió la bravura que demostraba Daina, a pesar que durante todos los años de matrimonio ella dio centenares de muestras. En esa ocasión, viajó expresamente a Praga para estar junto a él y traerle noticias de casa. La acompañó, cosa que era sintomática, la señora Cornelia Alerborn. La pequeña Claudia se había quedado con sus abuelos. Al parecer, la situación de los civiles, incluso en un lugar como Altheim, era cada vez más precaria. Lo peor fue enterarse que Helmut Whenk, el hijo del tío Helmut y su primera esposa, había sido alistado en algo llamado la 26.ª División Volksgrenadier. "Granaderos del pueblo", la misma denominación que la de la nueva 45, Teodor se preguntaba qué querrían decir con ello. Pero tenía sus propios problemas. Según los médicos, cuando terminara el proceso de recuperación de su operación en la pierna, le harían algunas pruebas. Teóricamente no le quedarían secuelas, pero siendo sinceros nadie podía estar seguro.

Cuando por fin le dieron el alta, las primeras pruebas no mostraban signos preocupantes. Pero, para acabar de verlo, Teodor convenció a Bayar de realizar un recorrido a paso de marcha. Al cabo de dos horas de marcha, solo notaba una ligera molestia en la pierna herida. Pero pasados aproximadamente otros quince minutos, comenzaba a dolerle. Al principio era un dolor sordo, muy soportable. Pero llegando a la media hora, era evidente que renqueaba. El día que él y Bayar probaron, Teodor consiguió completar el recorrido, pero lo terminó cojeando ostensiblemente.
El médico le informó que era posible que, poco a poco, fuera adquiriendo mayor resistencia. De todos modos, también le dijo que, en tiempos de paz, eso le hubiera valido casi con seguridad la licencia forzosa. Pero los tiempos no eran de paz, precisamente. Poco después, Bayar y él recibieron una notificación de su nuevo destino y tuvieron que despedirse, entre escenas que afortunadamente, ambos agradecieron fueran en privado, de Cornelia Alerborn y de Daina. Teodor debía ponerse al frente de un grupo que técnicamente era un regimiento de nueva formación destinado a reforzar a la disminuida 72ª división de Infantería. Era el 7 de Enero de 1945.

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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

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Cuando llegaron al lugar donde iban a incorporarse, ambos se encontraron con un hombre de más o menos la edad de su padre, vestido con un uniforme de Oberleutnant, aunque de 1918, que dijo llamarse Claus Ruger, que a su vez le condujo hasta otro de los elementos del improvisado regimiento: vestía un uniforme de capitán de las Waffen SS, dijo llamarse Heinrich Pole, y tenía un marcado acento de Hesse. Ambos acababan de llegar a su vez y trataban de averiguar el sitio exacto al que había que ir.
Teodor pensó que habría que conseguir nuevos uniformes, si se podía. Claus Ruger era un veterano de la Primera Guerra Mundial, que había terminado con el mismo grado que ahora ostentaba y acababa de ser movilizado para la ocasión. Decía que "mi viejo uniforme aún me sienta bien, pero me temo que sea mérito del racionamiento y no del ejercicio". En cuanto al Hauptman Pole (Teodor se negó a emplear con él el rango de las SS), provenía de la división Hermann Goering y se negó a explicar cómo había acabado en aquel regimiento que, por no tener, no tenía ni número oficial.

Cuando llegaron al improvisado cuartel y descubrió la tropa reunida, Teodor tuvo que reprimir una mueca de disgusto: entre sus soldados había gente de toda edad y condición entre los quince y los cincuenta y un años. Aquellos que aún estaban en "edad militar" tenían casi todos alguna tara (como él mismo con su pierna) y resultó que Pole no era el único soldado de las SS del grupo. Entre otros, allí había miembros de las divisiones Panzer, de la Luftwaffe y hasta de la Reichsmarine. Estaba tratando de averiguar cuántos tendrían verdadera capacidad combativa cuando salió de las filas un hombre de unos cuarenta años. Se presentó:
-Heil Hitler! soy el Oberwachtmeister... perdón, el Oberfeldwebel Hans Wolfinger. A sus órdenes, herr Major.
-Descanse, Wolfinger. ¿Podría decirme cuántos somos en total y cual es la organización? Por lo que sé, nosotros cuatro somos todos recién llegados.
-Me temo, señor, que nadie lo tiene muy claro. Lo de la organización, quiero decir. En cuanto a los efectivos, he contado quinientos setenta y uno, procedentes de diversas armas. Aunque para algunos, es su primer destino, señor.
-Lo comprendo.-dijo, Teodor, mirando a un grupo de adolescentes de entre quince y diecisiete años con uniforme de las HitlerJugend que le observaban con curiosidad.-¿Nacionalidades?
-trescientos setenta y siete alemanes y austríacos, más ciento doce checos, señor.
-¿Y los ochenta y dos restantes?
-Creo que rusos, señor.
-¿Lo cree, Wolfinger?
-Nadie ha conseguido saberlo con seguridad. Muchos checos hablan alemán y pueden entenderse con el resto, pero...
Teodor descubrió un grupo de gente con rasgos eslavos. Buscaban refugio en el grupo, como buenos rusos. En esto no se parecían a los checos. Les habló en ruso: -¿No hay nadie aquí que sepa alemán o checo?
Hubo un breve silencio de sorpresa y hasta desconcierto. Por fin, se oyó otra voz hablando en el mismo idioma que Teodor: -Yo sé algo, pero me temo que no mucho.
-¿Entiende al menos algunas órdenes en alemán?
El hombre reflexionó: -Pruebe.
-Voy a hacerlo. Y es "pruebe, señor". ¿Comprendido?
-Sí. Es decir: sí, señor.
Hizo la prueba. Sólo entendía algunas órdenes sencillas. Teodor habló con Bayar: -¿Te ves capaz de liderarlos?
-Sólo si alguno de ellos habla jalja. Hablo mucho mejor alemán que ruso, ahora.
-¿Jalja? Ah! la jerga que me has enseñado. Por probar...
La prueba no salió bien. Solo algún que otro tipo de rasgos asiáticos (probablemente de origen siberiano), pareció aguzar los oídos. Pero lo cierto era que, aunque le sonaba el idioma, no lo comprendía. Bayar lo intentó en su propio ruso. Aquí tuvo un poco más de éxito, pero a nivel básico. Teodor suspiró y volvió a hablar en ruso:
-Usted, el de antes. ¿Cúal es su nombre?
-Vassili Andreievich Ivanov, señor. A sus órdenes.
A Teodor le chocó la expresión militar. Prefirió no ser demasiado específico: -¿Tiene formación militar, Ivanov?
-Bueno, señor... Yo...
-Comprendido, Ivanov. De momento, le facilitaré un uniforme con las insignias de Feldwebel, es decir, sargento...
-Querrá decir los galones de sargento, señor.
-Los galones. Lo que quiero es a alguien que consiga organizar y disciplinar a su gente.
-¡Yo he sido oficial, señor! Mi nombre es Iván Alexeievich Yermakov.- Saltó otro.
-Muy bien, entonces a partir de ahora es usted el sargento primero Yermakov, para que le quede claro, en alemán es Oberfeldwebel...

Continuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

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Teodor fue poco a poco organizando el pelotón ruso, aunque decidió que lo mejor sería pedir un traductor en cuanto fuera posible. Luego, se ocupó de los checos, seleccionando igualmente a la gente que hablaba mejor alemán y que tenía experiencia militar. Por último, pasó a organizar a alemanes y austríacos. Decidió que, ya que iban a formar parte, al menos teóricamente, de la 72ª división llamaría al conjunto el Kampfgruppe 72. Por lo demás, prefirió seguir las enseñanzas de von Topp: adaptar las normas a aquello de que dispones, y no al revés. Así pues, el Kampfgruppe constaría de dos compañías germano-austríacas: La 1ª, a las órdenes del Oberleutnant Ruger (tres pelotones y uno de reserva) y la 2ª, bajo el mando del Oberfeldwebel Wolfinger; la 1ª checa a las órdenes del Oberfeldwebel Jan Svoboda (ambas con dos pelotones y uno de reserva) y una 1ª rusa a las del Oberfeldwebel Yermakov (solo dos pelotones, sin reserva por falta de efectivos). Teodor tomó la decisión (confiando en que el mando de la división no se opusiera, y no se equivocó) de ascender a Bayar a Stabsfeldwebel, formando parte del digamos "estado mayor" junto al capitán Pole y él mismo. Solicitó, además de uniformes y armas para todos los que consideró en condiciones de combatir, un oficial de transmisiones y un traductor. Luego, se puso a trabajar con la gente.

Poco a poco, organizó la instrucción a nivel de compañía y, con la ayuda de los jefes de éstas, de pelotón. Pocos días después llegaron las armas. Nueva decepción: sí que había muchos rifles reglamentarios Mauser K98, pero demasiado pocos subfusiles StG44, Teodor hubiera deseado que éstos fueran el doble o el triple. Los subfusiles se podían compensar con la gran cantidad de PPSh 41 que le llegaron, lo que no era malo teniendo en cuenta la calidad media de la tropa, aunque hubiera preferido el StG44, que decidió reservar para los mandos y los mejores tiradores. También le llegaron varias CZ Vz. 38 (se preguntó de dónde demonios sacaría la munición para ellas cuando empezara a faltar). Asimismo, le mandaron unas cuantas de sus viejas amigas: las MG34, pero había un número mucho mayor de ZB vz. 26 checas. De momento, decidió emplear éstas en los grupos de ametralladores. Ordenó a Svoboda que buscara entre su gente a quienes supieran su manejo y adiestraran al resto de los designados. Y había también bastantes fusiles Vz.33 de fabricación checa, algo anticuados para su gusto. La munición, por lo menos, era la correcta y en número suficiente (sólo suficiente), salvo en el caso de las CZ Vz. 38, para efectuar prácticas de tiro antes de salir al combate. Casi todas las pistolas eran Luger P08, salvo algunas pesadas y aún más anticuadas Mauser C96 automáticas. Teodor seguía con la Walther PPK regalo de su hermano que, Dios sabía cómo, le había acompañado a través de todos los avatares desde aquel ya lejano día de 1941.

En cuanto a uniformes, habían llegado bastantes, aunque todos de soldado raso, sin ninguna insignia. Pero había más botas del pie izquierdo que del derecho. Y respecto a las tallas, mejor no hablar. Hubo que buscar soluciones imaginativas con los uniformes. Así, por ejemplo, Ruger adoptó los pantalones, pero siguió con su chaqueta de oficial de 1918 y Pole no abandonó la de las SS. El más original fue Yermakov: usaba un gorro ruso, un largo abrigo gris sacado de no se sabe dónde y una bien visible Mauser C96 al cinto. Poco después de los uniformes se presentaron dos viejos conocidos. Un era Fritz Hagen. Poco quedaba ya de aquel chico gordo que había conocido en la 716ª. Ahora era Oberfeldwebel. Y se presentó con lo que dijo era una "radio de campo experimental".
-Encantado de verlo de nuevo, Hagen. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?
-Supe que necesitaban un oficial de comunicaciones y, cuando me enteré de quién lo pedía me presenté voluntario, señor.
El traductor que llegó en respuesta a su petición resultó ser otro viejo conocido: el ahora Leutnant Dimitri Vladimirovich Korolenko. De nuevo, se había presentado voluntario al enterarse de quién precisaba un traductor de ruso. Hasta aquel momento, había estado sirviendo a las órdenes del general Vlasov. A Teodor solo se le ocurrió preguntarle: "Pero, hombre de Dios, ¿cómo ha llegado usted a alférez?" La respuesta fue: "Vaya a saber. Yo no lo sé, señor". Hagen y Korolenko quedaron adscritos a su vez al Estado Mayor del Kampfgruppe, que completó con su propio ordenanza: Erwin Krauss, un chico de las HJ que contaba sólo trece años. Se ganó el puesto por ser el más joven del Kampfgruppe, aunque le aseguró a Teodor que le constaba que habían alistado a gente incluso más joven en otros destinos.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

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Teodor trató que en la división le asignaran un oficial de suministros, pero no lo consiguió. Le llegó uno oficioso del lugar menos esperado: la compañía checa. Apareció cuando dio la voz que necesitaba a alguien capaz de encontrar lo que les faltaba, como fuera y donde fuera. Svoboda le presentó entonces a un hombre que dijo que no valía mucho como combatiente, pero decía que podía obtener lo que fuera: un tipo casi tan bajito como Bayar, rechoncho y de rasgos curiosamente atractivos. Empezó a hablar en alemán y los oídos de Teodor le dieron la primera advertencia.
-Usted no es checo. ¿Me equivoco?
-Pues claro que soy checo, ¿que iba a ser si no, señor?
-He oído hablar alemán a suficientes checos: su acento no concuerda. Quizás consiga pasar por checo frente a otros checos, pero en alemán se delata. Le aconsejo que me diga la verdad.
El hombre bajó la cabeza y dijo: -En realidad, soy polaco. Yo era oficial del ejército y...
-¿No fueron todos fusilados en Katyn?
-¡Yo me escapé! Verá, es una larga historia...
-Ahórresela. Ya veo que, por lo menos, tiene labia. No hay manera de investigar el nombre que pueda darme y usted lo sabe. Tampoco me interesa. Lo que me interesa es que obtenga por lo menos tres rifles de francotirador antes de la próxima semana. En cuanto a su nombre, dígame cómo he de llamarle y así le designaré, señor...
-Me llamo Stanislaw Sovinsky, señor.
-Pues Sovinsky, póngase manos a la obra en seguida.-Se volvió al jefe de sección.- Sargento Svoboda: este hombre queda relevado de todos los deberes que tuviera en su compañía hasta nueva orden.
-Jawhol, herr Major!
Cuando ambos salieron, Teodor pensó que nunca se acostumbraría a ser llamado por su rango actual. Le parecía extraño ser el mayor-comandante de nada. Ello a pesar que empezaban a conocer su grupo, extraoficialmente, como el Kampfgruppe Whenk. Teodor siempre insistió en que eran el 72. Nada más.
En cuanto a Sovinsky, le consiguió en cuatro días dos rifles Z Kar 98k y un Gewehr 43 además de un Mosin-Nagant y hasta un Lee-Enfield No.4, todos con sus correspondientes miras telescópicas y munición. Teodor solamente dijo:
-Herr Sovinsky: no le voy a hacer preguntas. Ni usted quiere que se las haga ni yo quiero saber las respuestas. Solo le diré que ahora necesitamos medios antitanque. Y, a poder ser, algo de artillería ligera.
-Jawhol, herr Major!

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

A principios de Febrero, recibió una carta con malas noticias: su primo Helmut había muerto en las Ardenas. La carta era de su madre y ponía que su padre había dicho que había muerto "a la mayor gloria del Fürher", pero llegando la carta firmada por Franz Whenk, además de Daina, el sentido real de la frase (mordaz e irónico) quedaba bien claro. Lo marcaban las comillas. Franz Whenk se sentía engañado y su único consuelo era que la guerra no podía durar mucho. Las palabras escritas por su madre delataban inquietud y angustia por la suerte que pudiera correr Teodor. Ese día, cuando el capitán Pole vino a quejarse por enésima vez, no fue capaz de contemporizar, como solía hacer:
-Capitán: debo decirle que si la vida me ha enseñado algo es que la originalidad y el ingenio no son patrimonio de nadie. Y si salimos de esta, y no hablo sólo de nosotros mismos sino de la Patria, será con ingenio y originalidad.
-Pero les da excesiva confianza a...
-¿Subhumanos? Bah! Ya estoy harto de ese término y de su darwinismo de manual escolar. O confía uno en sus hombres o no confía. Si es lo primero, lo haces con todas las consecuencias; si lo segundo, es mejor que no empieces siquiera.
-¡O sea que somos el ejército de Pancho Villa!-dijo exasperado Pole.
-Espero que lo seamos.- Cuando vio la descompuesta expresión de Pole, Teodor decidió explicarse: -Pancho Villa dio un montón de problemas a un enemigo muy superior en número y poder de castigo. Me daré por muy satisfecho si, con lo que tenemos, conseguimos la mitad de lo que él logro.
La cara de Pole en ese momento era un poema. Teodor continuó impasible. Lo cierto es que hubiera querido estar tan seguro como aparentaba estarlo. No tenía ninguna garantía que su Kampfgruppe respondiera como debía hacerlo en a una verdadera batalla.

También acabaron semejando el ejército de Pancho Villa por la uniformidad, además del armamento. Lo que había mandado la división no bastaba. Teodor notaba a faltar especialmente cascos y botas. Entonces, Sovinsky le llegó con una propuesta:
-Sé dónde encontrar piezas de uniforme. Le advierto que son austrohúngaros de 1918 pero...
-Traígalos.
Los cascos, al menos, eran todos alemanes. Aunque de 1918, igual que las botas. Un pequeño regalo: había uniformes de sargento y de cabo. La mayoría prefirió descoser las insignias y coserlas en los uniformes que habían traído de la división. Pero algunos se pusieron directamente las chaquetas del rey-emperador, sobre todo austríacos y checos. Y un número sorprendente de sus soldados adolescentes halló chaquetas autrohúngaras de su talla. Por lo menos era algo mejor de lo que tenían. Pero Sovinsky aún le reservaba algunas sorpresas antes del bautismo de fuego que, según le comunicaron desde la división, era inminente: consiguió dos morteros Granatwerfer 205/3(r) y catorce Panzerfausten y lo más espectacular de todo: dos tanques ligeros checos (anticuados, pero en correcto estado de funcionamiento) Pz.Kpfw.35(t) y hasta un Panzer III. Teodor estuvo a punto de decirle que los devolviera a dónde los hubiera sacado por miedo a meterse en un lío demasiado gordo, hasta que Wolfinger le hizo ver que había en el Kampfgruppe gente de blindados más que suficiente para hacerlos funcionar. Teodor acabó pensando que no estarían de más.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

El 24 de Abril de 1945, en los alrededores de la ciudad de Bautzen, el Kampfgruppe 72 estaba alcanzando los últimos objetivos que le había asignado la división. Teodor, que se había reservado el Gewehr 43, daba las órdenes finales para acabar con la última, terca resistencia cuando descubrió a Wolfinger tendido en el suelo, con el brazo izquierdo ensangrentado, tratando de protegerse de un soldado polaco que le acometía con la bayoneta calada. Solo quedaba una bala en su rifle, pero no dudó en usarla para matar al chico (el polaco era muy joven a juzgar por el cuerpo, no le vió la cara). Apenas cayó, inerte se oyó un alarido bestial. Otro soldado polaco arremetía disparando una PPSh 41. Y le apuntaba a él, seguro. Teodor se tendió en el suelo y sacó su Walther. Las balas caían a su alrededor, pero Teodor esperó a que el polaco llegara a la distancia debida para frenar su carrera de un disparo certero. El soldado enemigo cayó hacia atrás, perdiendo su arma. Teodor se levantó y se acercó lentamente. El hombre se tentaba el costado y le miraba con odio. ¿Qué habría sido para él el chico? ¿un amigo? ¿un hermano? En todo caso, estaba muerto. Teodor no sabía hablar polaco, pero quizás éste entendiera la lengua de sus amos. Así que habló en ruso:
-Era él o mi sargento: mejor él. Ahora, somos tú o yo: mejor tú.
La expresión en la cara del soldado polaco le dijo que había comprendido lo que le decía poco antes que uno de sus ojos estallara en un destello rojo. Teodor quedó allí parado y oyó la voz de Pole:
-Con el debido respeto, señor: ¿Por qué molestarse en dar ninguna explicación?
-Por respeto. Es el enemigo. Merece saber por qué muere.
-Bah!
Por suerte, el capitán de las SS (Teodor nunca llegó a considerarlo como un hombre de la Whermacht) se conformó con ese bufido de desprecio. Aún quedaban muchas ocasiones en que Teodor iba a disparar al bulto. Pero ese soldado fue la última persona que supo a ciencia cierta que había matado. Teodor no estaba de humor para escuchar ninguna de las peroratas de su capitán. Así, prefirió cambiar de tema:
-Si éste es el nuevo ejército polaco, es peor que el antiguo.-comentó Teodor.
-¡Ya puede decirlo, mayor! Con los medios tan precarios que tenemos... ¡y acabamos de cortarles sus líneas de suministro!
-¡No está mal para el ejército de Pancho Villa!
Oyeron el comentario, sin duda, Ruger, Svoboda, Bayar y otros que se les acercaban. El teniente dió las novedades:
-Todos los objetivos cumplidos, herr Major. Menos de un diez por ciento de bajas entre muertos y heridos.
-Muy bien. Hagen, ya puede transmitirlo a la división.
-Sí señor.
Pero nadie se movió. Al contrario, cada vez se acercaba más gente al grupo: Yermakov, Krauss... incluso algunos soldados comenzaron a andar por allí como por casualidad. Teodor sonrió por lo bajo cuando lo entendió. Pero fue Pole el que dijo:
-¿A qué esperan para cumplir las órdenes?
-Ya puede usted gritarlo cuando quiera, mi capitán.- Fue Ruger quien habló.
-¿Gritar? ¿Gritar qué?- Estaba claro que el hessiano ya lo sabía, había empezado a sudar.
-Yo no soy jugador, capitán,-dijo Teodor- pero tengo entendido que las deudas de juego son sagradas.
-¡Pero si se trata de una apuesta tonta!
-Y por ello, inofensiva. Son sólo dos palabras. Si le resulta más fácil, me retiro. Venga conmigo, Krauss. Y deje de reírse por lo bajo.
Teodor se fue caminando lo más lentamente que pudo, Krauss le seguía a desgana y todavía riéndose por lo bajo. Cuando Teodor sintió a sus espaldas una especie de murmullo exasperado, no se privó de gritar: "¡No se ha oído!", a ello siguió un grito furibundo de Pole:
-¡VIVA MEXICO!
Teodor apresuró el paso reprimiendo las carcajadas. Krauss apenas podía seguirlo: él sí se partía de risa.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Un poco más adelante, se llegó hasta él Wolfinger, tratando de cortar la hemorragia de su brazo:
-¡Gracias, herr Major!
-De nada, Wolfinger. ¡Y vaya a que le curen el brazo!
-Jawhol, herr Major!- dijo el sargento antes de dirigirse al puesto de socorro.
Al cabo de varios metros, le salió al paso uno de los encargados de los blindados.
-El Panzer III se ha vuelto a estropear, herr Major.
-¿Otra vez el carburador?
-Me temo que sí, señor.
Dos veces durante la ofensiva de Bautzen, el carburador de ese blindado se había estropeado. Teodor y los servidores del tanque habían conseguido arreglarlo las dos veces. Pero la falta de repuestos había obligado a hacer chapuzas. Teodor acompañó al hombre. Le bastó un vistazo para ver que su mejor baza ya no se movería del sitio a menos que llegaran repuestos. Los dos tanques ligeros checos aún funcionaban. Teodor ordenó reforzar la posición del Panzer III con sacos terreros. Por lo menos podría servir de apoyo mientras mantuvieran la posición. No se le ocurría nada mejor que hacer.

Cuando llegó a su nuevo puesto de mando, recibió una sorpresa: Sovinsky acudió a él con una curiosa arma. Le animó a probarla y Teodor se quedó impresionado.
-¿De dónde ha salido?- preguntó.
-La llevaba un oficial polaco muerto. No hemos hallado ninguna más. ¿Espléndida, verdad?
-¡Mucho! Si van a disponer de muchas más...
Era, como supo años después, uno de los primeros prototipos de Kalashnikov. Teodor nunca descubrió cómo había llegado a manos de aquel oficial anónimo de la 9ª División Polaca. Debía pertenecer a esa división, pues se habían enfrentado a ella. Era lo único de lo que llegó a estar más o menos seguro en ese asunto.

El 2 de Mayo de 1945, Teodor no tuvo un buen día. Hacía dos días que la radio se había convertido en otra víctima de la falta de repuestos. Se había quedado muda. Después de varias horas, Teodor la había logrado reparar consiguiendo que recibiera mensajes radiados, pero no había habido forma de que transmitiera. Habían mantenido el contacto con la división mediante enlaces. Pero mañana del dos de mayo, el enlace de primera hora había regresado comunicando que no había conseguido dar con el puesto de mando. Teodor había mandado algunos exploradores que le confirmaron en sus peores temores: la 72ª había rectificado (es decir, retrocedido) sus líneas sin que nadie se tomara la molestia de avisarles. Hacia el mediodía contemplaba su Walther PPK, comprendiendo demasiado bien el estado de ánimo en que una vez la había contemplado su hermano Claus: "He matado a muchos hombres. La mayoría debían ser buenos y honrados. Algunos incluso mejores que yo. ¿Qué derecho tengo a seguir viviendo?" Entonces le vino la imagen de Daina y su hija. Mentalmente, se dirigió de nuevo a la pistola: "¿Tanto nos quieres, a los Whenk? ¿O acaso queda en tí algo de mi hermano?" En aquel momento irrumpió Krauss:
-¡Señor, señor! ¡Venga a escuchar la radio!
La visión del chico le recordó algo que había olvidado: su vida no le pertenecía. Ya no: era responsable de la salud y el estado de ánimo de los hombres. No tenía ningún derecho a abandonarlos de la manera como por un momento había pensado hacer.
-Gracias, Krauss.-dijo.
-¿Gracias por qué, señor?
-Nada, cosas mías... ¿Qué dice la radio?
Decía, tal como pudo confirmar él mismo junto a Bayar, Ruger, Hagen y algunos otros, que Berlín había caído y Adolf Hitler se había suicidado el día anterior. Ruger preguntó: "¿Y ahora qué?" La respuesta, sorprendentemente inmediata, fue de Bayar:
-Estos años ha muerto un montón de gente, buena y mala. La rueda del mundo ha dado la vuelta, como el invierno sigue al verano y a éste otro invierno y otro verano. Y al final, bajo el eterno cielo azul, nada ha cambiado.
Todos, excepto Teodor, miraron desconcertados al mongol: "¿Qué ha dicho?", preguntó Ruger. La respuesta llegó de Teodor:
-¿No es evidente? Teniente, haga llamar al capitán y a todos los jefes de pelotón. Nos reuniremos dentro de quince minutos.- Y salió de la estancia.

En ese momento que Otbayar Qiyuan recordó un crepúsculo ocurrido hacia ya mucho tiempo y en un lugar muy lejano. Qiyuan era técnicamente musulmán, pero es difícil ser devoto cuando tu tío-abuelo es un afamado chamán que no cesa de hablar sobre los espíritus y el eterno cielo azul. Una vez, a petición suya, le había profetizado su destino. Después de los cánticos y el trance en la yurga, el chamán había hablado:
-Tu destino, sobrino-nieto, está muy lejos de aquí. Mucho más allá de nuestras estepas, en un lugar tan lejano que ahora no puedes ni imaginarte. Allí te espera un gran guerrero para que le ayudes a completar su tarea. Una vez lo haya hecho, ambos podreís descansar antes de regresar a la tierra a la que todo ha de volver.
-Pero yo quiero ser chamán, como tú, y...
-El eterno cielo azul no ha dispuesto eso para tí. Y no vale la pena resistirse: en ese caso, tendrías una vida breve.
-¿Cómo llegaré hasta allí? ¿Y cómo reconoceré a ese hombre?
-Irás enviado por el eterno cielo azul. Y a él lo reconocerás cuando lo veas. Es todo lo que necesitas saber, sobrino-nieto.

Continuará...
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

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Teodor habló a la gente reunida en el puesto de mando del Kampfgruppe:
-Todos saben que no podemos mantener esta posición mucho más tiempo: la munición empieza a escasear y el ejército rojo nos va presionando de manera discontinua, pero cada vez más fuerte. Como ya deben saber a estas alturas, el Fürher ha muerto y Berlín ha caído. No necesito explicarles que las promesas hechas a un hombre mueren con él. A partir de este momento, todos ustedes y yo mismo quedan relevados del servicio. Por mi parte, pienso volver a mi casa en Baviera. El resto, puede hacer lo que le plazca.
-¡Yo pienso seguir luchando!- saltó el capitán Pole.
-Como quiera, capitán. Los que quieran seguirlo, son libres de hacerlo. Distribuiremos las armas y las municiones que nos restan.
-Señor, aquí el sargento Yermakov dice que también quiere seguir por su cuenta.- tradujo Korolenko.
-Le digo lo mismo que al capitán.- Teodor habló en ruso primero y en alemán después al decirlo.- Cada cual se hará responsable de los hombres que quieran seguirlo. Eso es todo.

Teodor se despidió de Pole y Yermakov al día siguiente. El capitán procedente de las SS se quedó con el prototipo de Kalashnikov, por lo cual, en el futuro, Teodor no podría demostrar su existencia. También se llevaba los dos tanques Pz.Kpfw.35(t) aún en funcionamiento. Teodor los consideraba demasiado ruidosos para su propósito. Yermakov cargó con el único mortero que quedaba operativo, por la falta de munición. Los fusiles se habían repartido equitativamente según el número de gente que acompañaba a cada cual. Teodor se había reservado una MG34, además de "su" Gewehr 43 y había tenido que llevarse la totalidad de las CZ Vz. 38 porque nadie más las quiso.
-Suerte, Yermakov.- le dijo en ruso al antiguo oficial.- Creo que la va a necesitar más que nadie.
-De nada, señor. Pero tal como usted mismo dice, el ingenio no es patrimonio de nadie.
Partió Yermakov con la mayoría de la compañía rusa. Lo que había sorprendido a Teodor era que un número pequeño pero significativo de sus componentes había preferido acompañarlo a él rumbo al Oeste. Entre ellos se encontraba Korolenko. Según él, Yermakov se engañaba creyendo que podía conseguir el perdón ("No conoce al padrecito Stalin como su mujer, o como yo mismo. Es su problema.")
Luego se despidió de Heinrich Pole, que partió acompañado de la práctica totalidad de la compañía checa (al fin y al cabo, se dirigía a su tierra), más la cuarta parte de la segunda compañía y quizás la quinta de los de la primera germano-austríacas.
-Sé que no me creerá.-dijo Pole- Pero ha sido un honor servir a sus órdenes, señor.
-¿De verdad que no cambia de opinión, Pole?
-No, señor. Entiendo su postura, pero no puedo compartirla. Suerte, señor.
-Gracias. Igualmente. Creo que ambos la vamos a necesitar.
Algunas veces, Teodor se preguntaría qué habría sido del ruso y de aquel hessiano fiel hasta el fin. Pero nunca llegó a saber nada del destino de ninguno de los dos.

Al cabo de varios días, Teodor se sentó en una piedra. Ya no podía más: tenía que descansar la pierna antes de continuar. Era cierto que ahora podía mantener el paso casi cuatro horas seguidas. Pero no sabía si se debía a que, como había dicho el médico, había aumentado su resistencia, o a que el paso que llevaba su grupo era a un ritmo menos de la mitad del normal. Ya no era un Kampfgruppe, no solo por el hecho que consideraba que su gente le seguía tan solo porque quería y no por deber, sino porque se habían añadido varios civiles a la marcha. Decían que no querían quedarse a esperar a los rusos y Teodor lo comprendía bien. Aquello hacía la marcha más penosa, pero él era incapaz de dejar atrás a nadie que se lo pidiera.
Dejó a un lado el Gewehr 43 y el macuto. Dijeran lo que dijeran los médicos, su espalda no había vuelto a ser la misma desde el atentado de la Resistencia Francesa (¿cuánto hacía de eso? ¿dos años? ¿un siglo?). Y no era el único que tenía problemas físicos: después de tantos días, el brazo de Wolfinger no mejoraba. El médico (un civil que se les había unido) decía que tenían que llegar cuanto antes a un hospital, no sólo a causa de Wolfinger, sino que empezaba a temer por la vida de muchos heridos. Ya a algunos les habían tenido que dar sepultura durante el camino.
Habían tenido algunos malos encuentros ocasionales con soldados rusos, pero sorprendentemente pocos y breves. Teodor no lo sabía, pero el enemigo había tardado casi veinticuatro horas en ocupar su posición luego que la había abandonado, y mucho más en internarse en la región de Bautzen. Llevaba una buena ventaja al grueso del ejército rojo. Pero él lo ignoraba; las últimas noticias que escucharon por radio antes que ésta quedara definitivamente muerta es que las vanguardias rusa y aliada se habían encontrado y Alemania había quedado dividida en dos. Pensó con desprecio: "ya lo ves, Adolf que estás en los infiernos, a dónde nos han llevado tus sueños de gloria." Y luego, ahora con desaliento: "tenías toda la razón, Otto. Estamos en un lío del que nos va a resultar muy difícil salir." Y eso que aún no conocía las noticias sobre los campos de exterminio. Cuando lo supo, él no tuvo mucha dificultad en creerlo: explicaba tantas cosas... Teodor guardaba la chaqueta con las insignias de mayor en su macuto. Prefería vestir el uniforme de camuflaje sin distintivos que había utilizado en Normandía.
-El capitán va a hacerse matar.- comentó Krauss, contemplando a Teodor sentado. Había querido llevar la MG34 pero, al final, había tenido que hacerlo Bayar que le contestó ahora:
-Te equivocas, muchacho. Es un león, pero es sabio: sabe que no puede parar al viento.
Teodor tenía que llevar a casa un par de centenares de bávaros, austríacos, sajones, alemanes de los sudetes, rusos... y hasta un mongol. Y lo único que sabía es que estaba en algún lugar al oeste del Protectorado, al norte de Austria, o incluso en la propia Baviera. Cosas de avanzar a primeras hora de la mañana o últimas de la tarde e incluso de noche, por caminos secundarios y hasta pistas forestales. Sus mapas habían dejado de servir hacía un par de días. Se guiaba por la brújula. A veces le parecía que estaba dirigiendo una de aquellas excursiones de pioneros de su infancia. O una excursión familiar del Frente del Trabajo, sólo que protegida por hombres armados en todo el perímetro. Al cabo de unos cuantos minutos, pensó que su pierna resistiría unos kilómetros más. Se levantó y dijo:
-¡Vamos, en marcha!
Poco a poco, todos aquellos que también se habían tendido a descansar se fueron alzando y, poco después, siguieron con aquella excursión interminable.

Continuará...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

-¡Señor, señor! Frente a nosotros hay un carro blindado y varios vehículos de apoyo.- dijo Fritz Hagen, que mandaba el grupo de batidores que iba por delante.
-¿Qué es? ¿Un T-34?
-No. Es un Sherman. Podría ser parte de los que han prestado a los rusos pero...
-¿Pero qué?
-En ese caso, no se han molestado en quitarle las enseñas: a mí me parece idéntico a muchos de los que destruimos en Normandía con la 353ª.
Teodor fue a verlo y convino con Hagen que era así. De todos modos, había que arriesgarse. Con toda probabilidad, era la cabeza de una columna motorizada, con lo que no era razonable hacerles frente. Teodor desplegó a su gente. Se aseguró de colocar a Bayar, Ruger, Korolenko y Wolfinger en posiciones tales que pudieran controlar que nadie se pusiera nervioso.
-Recuerden, y recuérdenles a todos, que tenemos muchos civiles a nuestro cargo. Confío en todos ustedes.
-¿De verdad que no quiere que vaya yo, capitán?- Preguntó Bayar.
-No, Bayar. Con sus facciones, llamaría demasiado la atención. Además, me toca a mí.- Contestó Teodor. Entregó el Gewehr a Ruger y meditó, por un momento, si dejar también la Walther PPK. Pero le vino a la cabeza una de las máximas de Rolf: "mejor tener un arma y no necesitarla que necesitarla y no tenerla". Así que la escondió bien antes de salir de entre los matorrales con los brazos en alto. No sabía inglés, así que tardó un tiempo en hacer entender a los soldados americanos (sí que lo eran, reconoció perfectamente los uniformes) que deseaba rendirse y no estaba solo.

Al cabo de unos veinte minutos llegó al lugar un Jeep. Viajaban en él un traductor y el ahora Coronel Joe Mac Donald que iba a encontrarse, sin saberlo, con su némesis. A Mac Donald no le impresionó especialmente su físico. Tal como lo describió dos años después a un periodista de Peoria, en su Illinois natal era "un hombre alto y espigado. Cabello castaño claro o rubio oscuro y la típica cara germánica cuadrangular. No era feo, pero yo no diría que fuera tan guapo... digamos que tenía cierta apostura viril. Lo único que destacaba en su cara eran los ojos: azules y con una mirada curiosamente fría, aunque serena. También tenía una cicatriz en la frente: la rozadura de una bala, aunque había que fijarse mucho para verla." En cuanto al diálogo que mantuvo con él, fue a través del traductor:
-Dice que es el oficial al mando de un grupo y que se dirige a Baviera.
-Dígale que ya están en Baviera. Y que deben deponer las armas.
Una pausa mientras hablaban el traductor y Teodor.
-Dice que ya pensaba rendirse. Pero que a cambio quiere la garantía que les dejarán marchar.
-Dígale que es su deber entregar las armas. Que su Alto Mando ha capitulado hace dos días y que no tengo ningún interés en retenerlos. Que no tengo dónde meterlos salvo si se quedan con algún arma escondida.
Otra nueva pausa mientras le traducían. Mac Donald vio cómo se pintaba una expresión de alivio en la cara de Teodor.
-Dice que de acuerdo. Que dónde quiere que deje su grupo las armas.- Mac Donald dio las instrucciones al traductor y se volvió sin más hacia el Jeep oyendo cómo el alemán daba las órdenes oportunas en su propio idioma. En aquel momento, era uno de tantos grupos aislados que se le rendía. Y era cierto que no tenía dónde meterlos. Solo retenía a los oficiales de las SS, por órdenes superiores. La sorpresa se la llevó al acomodarse de nuevo en el asiento del acompañante en el Jeep: de entre los matorrales salía gente y más gente, armada y desarmada. Debían ser centenares. El traductor vio la expresión de la cara de su coronel cuando llegó para conducir el Jeep de vuelta al campamento.
-¿Ocurre algo, señor?
-Es sorprendente: está claro que ese hombre tiene que haber pasado entre dos Cuerpos de Ejército sin ser detectado. ¡Pero no entiendo cómo ha podido hacerlo siendo tanta gente!
-Probablemente ha tenido mucha suerte, señor.
-Sí, probablemente.
Y el Jeep volvió sin más en dirección al campamento.

La cosa hubiera quedado así si no fuera porque, ya la tarde bien entrada, Joe Mac Donald sorprendió un comentario casual. Un soldado decía a otro:
-¿Sabes? Es la primera vez que veo a un soldado japonés aquí, en Europa.
-Es cierto. Qué curioso.
Los soldados Smith y Brown escucharon entonces el rugido de su coronel: "The blue-eyed devil!" Lo siguiente fue verlo como se acercaba hasta ellos, agitado:
-¡Él y su amigo japonés! ¿Quién si no podía cruzar así entre dos Cuerpos de Ejército? ¿Cómo no se me ocurrió? ¡Ha vuelto a reírse en mi cara! Lo tuve delante... ¡Y no se me ocurrió preguntar siquiera su nombre! ¡¿Dónde está esa gente ahora?!
-Les indicamos dónde estaba un depósito donde podían obtener calzado. Luego, les indicamos la dirección hacia Regensburgo. Pero hace mucho de eso.
-Damn it! Si esos malditos siguen sueltos... ¡Son muy peligrosos!
Tan nervioso vio a su coronel que el soldado Smith decidió comentarle:
-No creo que haya ningún peligro, señor.
-¿Y usted cómo lo sabe, soldado?
-Verá: cuando su gente estaba amontonando las armas y los cascos, que por cierto fue cuando se quitó el suyo que descubrimos Brown y yo que había un soldado japonés entre ellos; aquel tipo, el del traje de camuflaje quiero decir, sacó de entre su ropa esta pequeña pistola.
Aquí Smith sacó de su bolsilló y mostró la Walther PPK que Claus había regalado a su hermano.
-La miró con sentimiento.- continuaba diciendo Smith.- Pero al final la dejó en el montón con un suspiro. Le juro que ni Brown ni yo nos habíamos dado cuenta que la llevaba. Creo que ese demonio, como dice usted, ha colgado definitivamente los guantes.
El coronel Mac Donald tomó la pistola y la observó: de manera que esa era su pistola. Durante la Operación Cobra, le habían llegado voces que un Mustang P-51 había sido derribado desde el suelo usando metralletas. Nunca dieron con el o los responsables, pero Joe Mac Donald tenía una idea de quién debía haber sido. Sopesó el arma y se la guardó él mismo en el bolsillo. Ya se marchaba cuando Smith le dijo.
-¡Pero no se la lleve! eh... señor.
-Smith: esta pistola ha quedado confiscada por el ejército de los Estados Unidos, ¿me equivoco?
-No, señor.
-Y, Smith: ¿Le gustaría que hiciera memoria de quién me puso el espantoso y repugnante mote de "Mac Donald Duck"?
-Uh... No, señor. Sería muy lamentable, señor.- tragó saliva Smith.
-¿Algo que decir, Brown?- preguntó el coronel.
-No, señor.- dijo Brown que a su vez tenía cosas que ocultar.
-Entonces, quedamos en paz, soldados. Rompan filas.

Cuando el ya mencionado periodista de Peoria, Illinois, entrevistó a Joe Mac Donald en 1947 con ocasión de un reportaje sobre los héroes de guerra del estado, hizo una foto de la Walther PPK que el antiguo coronel aún conservaba. El dibujante del periódico hizo también un retrato según la descripción dada por Mac Donald del "blue-eyed devil". Pero, tal como expresó el propio Joe, el dibujo no se le parecía mucho. Si tenían que descubrirlo en base a ese retrato, nunca aparecería. Por lo que respecta a Teodor, nunca llegó a saber nada del asunto.

Concluirá en la próxima entrega...
A decir verdad, en esta lucha de cada instante, donde el resultado más corriente es que se petrifique todo lo que hay de más espontáneo y valioso en el mundo, no estoy seguro de que podamos ganar.
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Teodor dejó a Wolfinger y los demás heridos en un hospital de Regensburgo. Al despedirse, su antiguo sargento le dijo:
-Gracias de nuevo, señor. No sé cómo podría pagarle.
-¡Salve usted ese brazo, Wolfinger! Con eso me daré por suficientemente pagado.
-Así lo haré, señor. Gracias de nuevo.
Luego, Teodor prosiguió su camino al frente de la multitud. Multitud que se fue clareando a medida que la gente se encaminaba hacia sus hogares a lo largo del camino a Múnich, algunos en dirección a lugares bastante lejanos de Austria. Llegados al cruce que conducía a la capital de Baviera, Teodor se despidió de Ruger, Korolenko y Krauss:
-Ha sido un honor servir a sus órdenes, herr Major. No hay muchos oficiales como usted, créame.- dijo el teniente haciendo el saludo militar.
Teodor se dirigió a Krauss: -El camino a Hamburgo es muy largo, ordenanza.
-Sí, pero creo que es mejor emprenderlo desde Múnich, señor.
-Como quiera. Lo dejo a su cargo, Ruger. Si hay problemas, lo envía a la BDM.
-A la orden, señor.
-No hace falta que use esa fórmula. Todos somos civiles, ya. ¿Y usted, Korolenko? ¿Cómo va a arreglárselas? Probablemente, tratarán de repatriarlo.
-No se preocupe, señor. Tengo mis planes. Quizás volvamos a vernos...
-Quizás. ¡Suerte a todos!
Más tarde, Teodor lograría saber, por una carta remitida por sus padres y el propio interesado, que el joven Erwin Krauss había llegado sano y salvo a Hamburgo. En cuanto a Korolenko, Daina y él volvieron a verle, una sola vez, en 1968. Según les dijo, trabajaba para la CIA. Teodor y su esposa no sabían si creerle o no. También les dijo que pensaba escribir sus memoria, cosa que hizo. Pero nunca salieron a la venta. Por órdenes de arriba se quedaron archivadas en cierto lugar de Langley, donde seguramente deben continuar juntando polvo si no han sido destruidas.

Poco después de abandonar el desvío de Múnich, Teodor vio una especie de cruz en el campo. En tiempos, debía haber servido como espantapájaros. Ahora, cualquier clase de ropa era demasiado valiosa para vestirlo. Teodor abandonó un momento el grupo, sacó del macuto que portaba la chaqueta con las insignias de mayor y se la puso a la cruz, que volvió así a ser un espantapájaros. Comprobó el efecto, saludó militarmente y dijo:
-Major von Topp: le informo a usted que se equivocó de medio a medio. He pasado de sargento y no me pasé el resto de la guerra cavando zanjas.
Teodor tuvo un sobresalto repentino cuando, debido a un inesperado golpe de viento, le pareció que la chaqueta trataba de devolverle el saludo. Acto seguido, dejando la chaqueta en ese lugar, volvió a reunirse con los demás.

El grupo que acompañaba a Teodor había quedado muy reducido después del cruce hacia Múnich. Algunos se dirigían a Landshut, pero él pensaba que sólo Bayar y él continuarían hasta Altheim. Tuvo una sorpresa cuando vio que dos de los muchachos iban a acompañarles. No pudo resistirse a preguntar.
-Me llamo Hans Strauss.- dijo el más joven.
-Ah! Tus padres tienen una granja, ¿me equivoco?
-No, señor. Está a casi doce kilómetros del pueblo.
-Les conozco de vista. De vez en cuando bajan al pueblo y se pasan por la cervecería.
-Sí, señor.
-¿Y tú?- se dirigió al otro chico, algo mayor.
-Me llamo Dieter Schaüble, señor.
-¿Schaüble? ¿No serás pariente del tío Klaus?
El chico bajó la cabeza, avergonzado: -Es el hermano de mi padre, señor.
Comprendió por qué el chico no se había dado a conocer hasta entonces: ser pariente de uno de los borrachos del pueblo no es la mejor carta de presentación. Teodor prefirió no insistir y dijo:
-Bueno. Vamos a casa.

Llegando ya al letrero que anunciaba, en letras góticas "Altheim", Strauss dijo que tenía que desviarse por un camino de tierra desde allí para ir a su casa. Teodor no se atrevía a dejarle ir solo. Pero Bayar tenía la solución:
-Ya le acompañaré yo. Conmigo estará seguro.
-Eso ya lo sé, Bayar, pero sigue siendo responsabilidad mía y...
-Capitán: hace ya un buen rato que va usted cojeando. ¿No lo ha notado?
-Sí, es cierto.- suspiró Teodor.- Bien, si no le es ninguna molestia, le quedaré eternamente agradecido. Ah! Y, antes de venir a la cervecería, le sugiero que se pase por casa de la viuda Alerborn: se lo agradecerá.
-Así lo haré, capitán. Gracias.
-Le tengo dicho que ya no soy su... Ach! Déjelo. Nos vemos, Bayar.
-Nos vemos, capitán.
Teodor se encaminó hacia el centro de la población acompañado por Schaüble. De repente, entre la gente que salió a verles, una mujer se abalanzó materialmente sobre el muchacho y le cubrió de abrazos y besos. Dieter se sonrojó y murmuraba "por favor, mamá". Teodor sonrió para sí y le vinieron a la cabeza unas palabras dichas en otras circunstancias: "al menos uno de nosotros tiene que concluir esta marcha, con los supervivientes." Teodor pensó "misión cumplida, Otto." mientras se dirigía cojeando hacia la cervecería de su familia.
Lo primero que vió en la puerta fue a alguien que ya conocía muy bien: volvía a parecerse un poco a la especie espantapájaros que había conocido cuando a él aún le quedaba juventud. Daina alzó entonces la vista, abrió la puerta del establecimiento y gritó algo. Acto seguido, se precipitó en sus brazos, llorando. Poco después, salieron sus padres llevando una niña en brazos. Gretchen lloraba sin recato y hasta por las mejillas del mismo Franz Whenk corrieron lágrimas.

Pero ese día, Teodor no derramó ni una sola lágrima.

8.- Epílogo: 1989

En un BMW lanzado a toda velocidad por la Autobahn, en mitad de la noche, Teodor observaba su reflejo en la ventanilla. El automóvil en cuestión no estaba acostumbrado a que le exigieran todo lo que guardaba en el motor, pero su nieto más joven pisaba el acelerador como él mismo nunca lo había hecho.
El reflejo de la ventana pareció empañarse, oscilar. Teodor ya estaba acostumbrado, hacía tiempo que había dejado de preguntarse si eran imaginaciones suyas o de algún modo, a través de los espejos... Sea como fuere, allí estaba la cara de Hans Pfizer que le decía (podía oírlo claramente): "Ya sé que estás cansado, Teo. Pero ¿cuántas veces estábamos muy cansados y, a pesar de todo, continuábamos la marcha?" El reflejo volvió a oscilar y ahora la cara era la de su hermano Claus: "Venga, enclenque. ¡No me falles ahora!" ¿De verdad seguía siendo el mismo en la Eternidad? Llegó el turno de Adrian: "¡Nos lo tienes que explicar cuando llegues! Tienes que explicárnoslo todo." Para Müller aún tenía un reproche: "¿por qué te fuiste en el 72? Me amargaste las olimpíadas más que los terroristas." Le siguió Otto Schultz, sonriendo: "Por fin vas a conocer mi ciudad, muchacho. Espero que la disfrutes." Luego, una presencia perturbadora: "¿Por qué le vas a temer a la muerte, a estas alturas?" Rolf nunca era exactamente bienvenido. Por suerte, se alegró mucho de ver a la siguiente: "¿Qué es la vida sin un toque de locura, mi cerdo teutón?" Daina había abandonado el mundo el año anterior. "Te echo de menos, querido espantapájaros ruso." La verdad es que habían sido felices juntos. Localizaron al hermano de ella en 1966: hasta entonces, Grigor sólo sabía de su hermana que había desaparecido en el contraataque de Moscú. En cuanto a él, se había pasado toda la guerra conduciendo un camión americano. El gulag se había tragado a sus padres, por desgracia. Pobre Daina; ¿quién le había comentado, en una ocasión que no era agradable morir de cáncer de pulmón? Quizás como respuesta a su muda pregunta apareció el rostro más perturbador de todos: Hanna Helzer nunca decía nada. Se limitaba a mirarle con aquellos ojos tan suyos. Esperó una vez más alguna palabra. Una sola. De nuevo en vano.
-¡Estamos llegando a la frontera, abuelo!
La voz de su nieto, también llamado Teodor, le devolvió a la realidad. Se refería a la frontera interalemana. Comentaron que quizás iba a ser un problema que les dejaran pasar: su nieto preguntó si llevaba dinero encima. Teodor le pasó todos los marcos occidentales que llevaba. Su nieto dijo que creía que podía arreglarlo. Luego, cambió de tema:
-Cualquiera diría que la boda de Helmut está gafada.- Helmut era hijo de Claudia, su nieto mayor- Primero, hay que suspenderla por lo de la abuela, y ahora...
-Si estuviera aquí mi padre, tu bisabuelo, diría que cada vez que Sandrino, el tío Sandro para tí, organiza una boda tiene que pasar algo.
-El tío Sandro estaba desesperado: ¡mira que alquilar una orquesta para el baile y, antes de poder abrirlo, todo el mundo desde el último camarero a los novios está pegado al televisor! ¡Y tía Claudia que no paraba de repetirte "tienes setenta años, tienes setenta años"!
-Sí. Como si no lo supiera ya.
Teodor se había dirigido a su nieto más joven para decirle: "¿Qué te parece si nos vamos para allá?" Cuando le había objetado que en su viejo cacharro no iban a llegar nunca, Teodor le había pasado las llaves de su BMW y ya se habían acabado las objeciones. Era verdad que Claudia y sus otros dos hijos habían tratado de disuadirle. Pero Danka, la hija de Bayar había aparecido diciendo que su padre no iba a hacer nada para impedírselo. A la pregunta de por qué, ella contestó: "Dice que es algo entre el capitán y el eterno cielo azul. Que nadie puede oponerse." Bayar y sus para tanta gente crípticos mensajes. Teodor había aprovechado el momento de desconcierto para escabullirse hasta el BMW que ya le esperaba en marcha.
Teodor nunca supo cómo se las arregló su nieto, pues él no salió del coche. Pero el caso es que los guardias comunistas les dejaron pasar y hacer el último tramo. Por fin alcanzaron Berlín. Tantas veces había esperado morir joven y ahora, sus viejos ojos querían verlo por sí mismos. Saber que no era un sueño. Que todo volvía, por fin, a la normalidad.
Por las calles atestadas, gente abrazándose, riendo, conversando, bebiendo. Acentos berlineses y sajones. Brandenburgueses y renanos. Y, con ellos dos, hasta bávaros. Era el jueves, o quizás ya el viernes 10 de noviembre de 1989. Su nieto tuvo que ayudarlo a salir del coche. Otra vez la maldita pierna. Contempló el ambiente en las calles y se descubrió con los ojos anegados en lágrimas:
-¿Por qué lloras, abuelo?-Le preguntó el joven Teodor.
-Ha terminado, Teodor. Por fin ha terminado.

FIN
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Re: ¿Escribimos la historia de un soldado alemán?

Mensaje por fco_mig »

Agradecimientos:
A Auchinlenk, por ser el padre de la idea.
A Fonsado, por animarme a continuar.
Gracias muy especiales a APV, por su constante supervisión, sugerencias e ideas.
Gracias también a Buscaglia, por tener paciencia con mis mensajes.
Y muchas gracias a todos aquellos, demasiados para nombrar aquí, que aportaron ideas, episodios, tipos y situaciones que, en la medida de lo posible, se han incorporado o adaptado a la presente narración.
Como dije, la considero una obra coral.
Por último, y no menos importante: gracias a todos aquellos que han tenido la paciencia de leernos hasta aquí. Muchas gracias a todos.

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