Siempre que se hable de Numancia, se trata de una leyenda. Así, mediante esta norma, se descubre el núcleo legendario, la campaña oficial de Escipión. Los relatos verdaderos siempre se refieren a Palantia, pero no por ello los de Numancia son falsos, sino simplemente están muy mal contados. Tienden a la heroificación y mitificación, y sobre todo a la fábula.
85-. Nada más llegar, expulsó a todos los mercaderes y prostitutas, así como a los adivinos y sacrificadores, a quienes los soldados, atemorizados a causa de las derrotas, consultaban continuamente. Asimismo les prohibió llevar en el futuro cualquier objeto superfluo, incluso víctimas sacrifícales con propósitos adivinatorios. Ordenó también que fueran vendidos todos los carros y la totalidad de los objetos innecesarios que contuvieran y las bestias de tiro, salvo las que permitió que se quedaran. A nadie le fue autorizado a tener utensilios para su vida cotidiana, exceptuando un asador, una marmita de bronce y una sola taza. Les limitó la alimentación a carne hervida o asada. Prohibió que tuvieran camas y él fue el primero en descansar sobre un lecho de yerba. Impidió también que cabalgaran sobre mulas cuando iban de marcha, pues: Qué se puede esperar, en la guerra dijo, de un hombre que es incapaz de ir a pie?. Tuvieron que lavarse y untarse con aceite por sí solos, diciendo en son de burla Escipión que únicamente las mulas, al carecer de manos, tenían necesidad de quienes las frotaran. De esta forma, los reintegró a la disciplina a todos en conjunto y también los acostumbró a que lo respetaran y temieran, mostrándose de difícil acceso, parco a la hora de otorgar favores y, de modo especial, en aquellos que iban contra las ordenanzas. Repetía, en numerosas ocasiones, que los generales austeros y estrictos en la observancia de la ley eran útiles para sus propios hombres, mientras que los dúctiles y amigos de regalos lo eran para sus enemigos, pues, decía, los soldados de estos últimos están alegres pero indisciplinados y, en cambio, los de los primeros, aunque con un aire sombrío, son, no obstante, obedientes y están dispuestos a todo.
86-. Pero con todo, ni aun así se atrevió a entablar combate hasta que los ejército con muchos trabajos. Así que, recorriendo a diario todas las llanuras más cercanas, construía y demolía a continuación un campamento tras otro, cavaba las zanjas más profundas y las volvía a llenar, edificaba grandes muros y los echaba abajo otra vez, inspeccionándolo todo en persona desde la aurora hasta el atardecer. Las marchas, con objeto de que nadie pudiera escaparse como sucedía antes, las llevaba a cabo siempre en formación cuadrada sin que estuviese permitido a ninguno cambiar el lugar de la formación que le había sido asignado. Recorría la línea de marcha y, presentándose muchas veces en la retaguardia, hacía subir en los caballos a los soldados desfallecidos en lugar de los jinetes y, cuando las mulas estaban sobrecargadas, repartía la carga entre los soldados de a pie. Si acampaban al aire libre, los que habían formado la vanguardia durante el día debían colocarse en torno al campamento después de la marcha y un cuerpo de jinetes recorrer los alrededores. Los demás, por su parte, realizaban las tareas encomendadas a cada uno, unos cavaban las trincheras, otros hacían trabajos de fortificación, otros levantaban las tiendas de campaña, y estaba fijado y medido el tiempo de realización de todos estos menesteres.
87-. Cuando calculó que el ejército estaba presto, obediente a él y capaz de soportar el trabajo, trasladó su campamento a las cercanías de los numantinos. Pero no estableció, como algunos, avanzadillas en puestos de guardia fortificados ni dividió por ningún concepto su ejército a fin de que, en caso de ocurrir algún contratiempo en un principio, no se ganara el desprecio de los enemigos, que, incluso entonces, ya los menospreciaban. No llevó a cabo tampoco ningún intento contra aquéllos, pues todavía estudiaba la naturaleza de la guerra, su momento favorable y cuáles serían los planes de los numantinos. Recorrió, en busca de forraje, toda la zona situada detrás del campamento y segó el trigo todavía verde. Cuando hubo segado todos estos campos, se hizo preciso marchar hacia delante. Había un atajo que pasaba junto a Numancia en dirección a la llanura y muchos le aconsejaban que lo tomara. Manifestó, sin embargo, que temía el retorno, pues los enemigos estarían, entonces, descargados y tendrían a su ciudad como base desde donde atacar y a la que poder retirarse. Y añadió: En cambio, los nuestros retornarán cargados, como es natural en una expedición que viene de recoger trigo, y exhaustos, y llevarán animales de carga, carros y vituallas. El combate será muy difícil y desigual; arrostraremos un gran peligro, si somos vencidos, y sin embargo, en caso de vencer, no obtendremos una gloria grande ni provechosa. Es ilógico exponerse al peligro por un resultado pequeño y es incauto el general que acepta el combate antes del momento propicio; bueno, en cambio, lo es el que sólo se arriesga en el momento necesario. Y prosiguió, a modo de comparación, que tampoco los médicos echan mano de amputaciones o cauterizaciones antes que de fármacos. Después de haber dicho esto, ordenó a sus oficiales que hicieran la ruta por el camino más largo. Acompañó, entonces, a la expedición hasta el limite del campamento y se dirigió a continuación al territorio de los vacceos, de donde los numantinos compraban sus provisiones, segando todo lo que encontraba y reuniendo lo que era útil para su alimentación, mientras que lo sobrante lo amontonaba en pilas y le prendía fuego.
Aquí la gracia reside en tomar el camino más largo, en evitar la batalla, es decir, en huir. Necesitaba abastecerse, pero para eso tenía que luchar, así que prefirió dar un rodeo. ¿Un rodeo a dónde? ¿De Numancia a Pallantia? ¿O de Intercatia a Pallantia? Ahí se caza al cojo. Lo del rodeo encubre una derrota y una huída, o mejor dicho, una retirada, pues al año siguiente regresó, pese a la oposición de parte al menos del Senado, y al final acabó llegando a un buen acuerdo con los celtíberos. Por supuesto, el despliegue para el cerco debió ser tremendo; espectacular.
¿Dónde encaja Polibio en todo esto?
Polibio ganó una batalla después de muerto, como el Cid. Gracias a ese pseudo-Polibio, se apuntala la teoría de que la derrota de Escipión tuvo lugar bajo el mando de Lúculo. La primera parte de la campaña, el fracaso, se retrae a veinte años antes, a otro general. Vamos, en realidad se les encasqueta a todos menos a Escipión. El principal chivo expiatorio, precisamente, es Mancino, y con él Graco (de ahí lo del tratado), quienes, sin embargo, puede que hubiesen tenido la intervención más exitosa, igual que Marcelo. Roma era una república; de eso no cabe duda. En su contra estaba el tal Rectúgenos, pero no se debe interpretar como un pequeño jefe tribal, sino como un enemigo de Roma contemporáneo de muchos otros mejor conocidos en todo el Mediterráneo, un régulo con lazos no ya con media Península, sino también con relaciones internacionales, y sobre todo su padre, el famoso Cáuciro.
La batalla de las Vulcanalia daría para otro hilo, el gran general celtíbero que murió al comienzo de la guerra.