Polibio y la cadena de custodia
“Efectuada la tregua con Marco Claudio, despacharon los celtíberos embajadores a Roma y permanecieron tranquilos esperando la contestación. Aprovechó Marcelo este intervalo para marchar contra los lusitanos, tomando por asalto a Nergobrix, su capital, y pasando el invierno en Córdoba. Los representantes de los belos y de los tithos, como amigos del pueblo romano, fueron recibidos en Roma; mas a los aravacos, de quienes estaban descontentos, se les ordenó que esperasen en sus tiendas al lado opuesto del Tíber hasta que se examinara su asunto. Cuando llegó el momento de que el Senado celebrase audiencias, el cónsul los condujo ante él separadamente. Los belos y tithos, aunque bárbaros, explicaron con gran sensatez los diferentes bandos de su región, y demostraron que si no se castigaba cual merecían serlo a los que habían tomado las armas contra los romanos, tan pronto como el ejército consular saliera del país, atacarían a los amigos de Roma, tratándoles como a traidores a su patria; que si su primera falta quedaba impune, la renovarían; y si conseguían resistir al poder de Roma, no les sería difícil arrastrar toda España a su partido. Manifestado esto, solicitaron la permanencia de un ejército en España; que se enviara cada año un cónsul que protegiera a los aliados y les vengara de los insultos de los aravacos, y que antes de retirar las legiones se tomara de la sublevación de éstos venganza capaz de inspirar temor a los que desearan seguir su ejemplo.
Retiráronse los helos y los tithos y penetraron los aravacos, en quienes se advertía, a pesar de la afectada modestia de sus frases, que no se consideraban vencidos, y que sus pensamientos no respondían a sus palabras. Atribuyeron sus derrotas a la inconstancia de la fortuna; dijeron que las victorias de los romanos sobre ellos fueron largo tiempo disputadas, y hasta osaron insinuar que tuvieron ventaja en los combates con los romanos; y que si se les imponía algún castigo se someterían de buen grado, porque expiando así su falta se les restauraría bajo el pie de la antigua confederación ordenada por Tiberio Graco en España. Despedidos los aravacos, oyó el Senado a los comisionados de Marcelo, y advirtiendo en su informe que se inclinaban a acabar la guerra y que el mismo cónsul era más favorable a los enemigos que a los aliados, contestó a los embajadores de unos y otros que Marcelo les daría a conocer en España las intenciones del Senado. Persuadido éste de que el consejo de los belos y tithos era ventajoso a la República, de que debía ser reprimido el orgullo de los aravacos y de que Marcelo no se atrevía por timidez a proseguir la guerra, ordenó secretamente a los comisarios enviados a España seguir a todo trance las operaciones contra los aravacos y de una forma digna del nombre romano. Tomada esta resolución, porque no inspiraba gran confianza el valor de Marcelo, pensóse en seguida dar otro jefe al ejército de España, que debía ser uno de los dos cónsules, Aulo Postumio Albino o L. Licinio Lúculo, que entraron entonces en ejercicio. Comenzaron sin pérdida de tiempo grandes preparativos para resolver los asuntos de España, creyendo que, subyugados los enemigos, todos los pueblos de este continente se someterían a la ley de la República dominante; y si, por el contrario, se empleaban las contemplaciones, todos se contagiarían del orgullo de los aravacos.
A pesar del celo y actividad del Senado, en esta ocasión, al tratar del reclutamiento de tropas, tuvo gran sorpresa. Súpose en Roma por Quinto Fulvio y los soldados que a sus órdenes sirvieron en España el año anterior, que casi constantemente se vieron obligados a estar con las armas en la mano, siendo innumerables los combates, infinidad los romanos muertos y que los celtíberos eran invencibles, temblando Marcelo de que se le ordenara continuar la guerra. Tales noticias produjeron en la juventud consternación tan grande, que los más ancianos declaraban no haber visto jamás en Roma cosa semejante. En fin, la aversión por el viaje a España creció hasta el punto de que, mientras en otras ocasiones se encontraban más tribunos de los necesarios, ninguno pidió entonces este cargo. Los antiguos jefes designados por los cónsules para marchar con el general se negaron a seguirle, y lo más deplorable fue que la juventud romana, a pesar de citada, no quiso hacerse inscribir; y para evitar el alistamiento valióse de pretextos que ni el honor permite examinar ni la vergüenza explicar. La multitud de los culpados hacía imposible el castigo.
Inquietos esperaban el Senado y los cónsules dónde iría a parar la imprudencia de aquella juventud, porque así se calificaba entonces su despego a la guerra, cuando Publio Cornelio Escipión, joven aún, que había aconsejado la guerra, aprovechó el conflicto en que el Senado se hallaba para unir a su reputación de prudente y probo la de esforzado y animoso que le faltaba. Púsose en pie y manifestó que iría de buen grado a prestar sus servicios en España como tribuno o general; que se le había invitado a ir a Macedonia para asunto de menos riesgo (porque efectivamente los macedonios le solicitaron nominalmente para reprimir algunos desórdenes en aquel reino) mas que no podía abandonar la República en tan premiosas circunstancias, que obligaban a ir a España a cuantos tuvieran amor a la gloria. Sorprendió este discurso, admirando que, mientras tantos otros no osaban presentarse, un joven patricio ofreciera generosamente sus servicios. Acudieron a abrazarle, y al día siguiente redoblaron los aplausos, porque los que tuvieron miedo de alistarse, temerosos de que el valor de Escipión comparado con su cobardía les deshonrara, apresuráronse a solicitar los cargos militares y a inscribirse en los alistamientos. Vaciló al principio Escipión acerca de si convenía atacar inmediatamente a los bárbaros.”
Polibio, XXXV.
Este fragmento de Polibio siempre ha sido eso, un fragmento. Es decir, no es que forme parte de un ejemplar de su obra del que se haya perdido el resto, sino que desde el principio pertenece a una recopilación bizantina de textos sueltos, si no me equivoco, sobre embajadas ante la Curia. No es por tanto, por más que lo parezca, por así llamarlo, un texto de primera mano, sino fruto de una recomposición.
El mismo asunto que trata Polibio, la tregua de los celtíberos, lo trata también Apiano, pero, aunque ambos parecen estar contando lo mismo, se aprecian ciertas contradicciones. Según Apiano, por ejemplo, las embajadas son enviadas a Roma tras la rendición de Nertobriga, ciudad que también según éste no es tomada por la fuerza, sino que se rinde. También cambia Apiano el lugar o el interlocutor al que los arévacos piden volver a los acuerdos de Graco tras el pago de una multa. Está claro que el texto de Apiano procede del de Polibio, pero, como apuntan estas discrepancias, no de forma directa. O bien Apiano lo redacta de memoria, o bien a través de una fuente intermedia.
48-.Al año siguiente, llegó como sucesor en el mando de Nobílior, Claudio Marcelo con ocho mil soldados de infantería y quinientos jinetes. Logró cruzar con suma precaución las líneas de los enemigos que le habían tendido una emboscada acampó ante la ciudad de Ocilis con todo su ejército. Hombre efectivo en las cosas de la guerra, logró atraerse de inmediato a la ciudad y les concedió el perdón, tras exigir rehenes y treinta talentos de plata. Los nergobrigenses, al enterarse de su moderación, le enviaron emisarios para preguntarle por qué medios obtendrían la paz. Cuando les ordenó entregarle cien jinetes para que combatieran a su lado como tropas auxiliares, ellos les prometieron hacerlo, pero, por otro lado, lanzaron un ataque contra los que estaban en la retaguardia y se llevaron algunas bestias de carga. Poco después, llegaron con los cien jinetes, como en efecto se había acordado, y con la relación a lo ocurrido en la retaguardia, dijeron que algunos de los suyos, sin saber lo pactado, habían cometido un error. Entonces, Marcelo hizo prisioneros a los cien jinetes, vendió sus caballos, devastó la llanura y repartió el botín entre el ejército. Finalmente, puso cerco a la ciudad. Los nergobrigenses, al ser conducidas contra ellos máquinas de asalto y plataformas, enviaron un heraldo revestido de una piel de lobo en lugar del bastón de heraldo y solicitaron el perdón. Éste replicó que no lo otorgaría, a no ser que los arevacos, belos y titos lo solicitaran todos a la vez. Cuando se enteraron estas tribus, enviaron celosamente emisarios y pidieron a Marcelo que, tras imponerles un castigo moderado, se atuviera a lo tratados firmados con Graco. Se pusieron en contra de esta petición algunos nativos a quienes ellos había hecho la guerra. 49-. Marcelo envió embajadores de cada parte a Roma para que dirimieran allí mutuamente sus querellas y, en privado, mandó una carta al senado instando a la consecución de los tratados. Quería, en efecto, poner fin a la guerra por medio de su intervención personal, pues esperaba que ello le habría de reportar una gloria provechosa. Los embajadores de la facción amiga penetraron en la ciudad y fueron agasajados como huéspedes; en cambio, los del bando enemigo, como era la costumbre, acamparon fuera de las murallas. El senado desestimó la propuesta de paz y se tomó muy a mal que no hubieran querido someterse a los romanos cuando precisamente se lo pidió Nobílior, el predecesor de Marcelo, y les replicó que este último les comunicaría la decisión senatorial. Y, de inmediato, reclutaron un ejército para Iberia, ahora por primera vez mediante sorteo, en vez del sistema de leva habitual. Y se decidió, en esta ocasión, formar el ejército mediante sorteo, debido a que muchos culpaban a los cónsules de haber recibido un trato injusto en el enrolamiento, en tanto que a algunos los habían elegido para los servicios más fáciles. Mandaba las tropas el cónsul Licinio Lúculo. Como lugarteniente tenía a Cornelio Escipión, el que, no mucho después, tomó Cartago y, más tarde, Numancia.
Apiano, Iberia.
Si Apiano estuviese escribiendo de memoria, tratando de recordar una lectura ya lejana de Polibio, habría que suponer que el incidente del heraldo vestido con piel de lobo habría ocurrido no en Nertobriga, sino antes de que Marcelo se dirigiera contra esa ciudad, por ejemplo en Ocilis. De este modo, Polibio lo habría contado antes, en la parte que se ha perdido, y por eso no aparece en su fragmento. Apiano estaría confundiendo y entremezclando Nertobriga con Ocilis.
No obstante, resulta que Apiano incorpora otro detalle sobre Nertobriga, la traición que comete contra Marcelo, y sobre esta traición sí que hay constancia.
58.- Le sucedió en el mando Marco Atilio, quien realizó una incursión contra los lusitanos, dio muerte a setecientos de ellos y se apoderó de Oxtraca, su ciudad más importante. Después de sembrar el pánico entre los pueblos vecinos, firmó tratados con todos. Entre éstos había algunos vettones, limítrofes con los lusitanos. Sin embargo, cuando Atilio se retiraba para pasar el invierno, todos cambiaron de parecer de repente y asediaron a algunos pueblos vasallos de Roma.
Apiano.
Se deduce, por tanto, que Apiano está utilizando varias fuentes, o más concretamente el autor que se interpone entre él y Polibio. Se está combinando la guerra de los celtíberos con la de los lusitanos, pues sobre esta última Polibio no da ningún detalle. Se limita a mencionar que Marcelo tomó Nertobriga por la fuerza, lo cual, además, según Apiano es falso.
¿Pero entonces, si Polibio no precisa más sobre Nertobriga, y Apiano cree que esta ciudad pertenece a los celtíberos, de dónde sale lo de la traición? Parece como si hubiese una fuente que complementa e incluso corrige a Polibio, una fuente que paradójicamente tendría que proceder del propio Polibio, o como poco ser coetánea a él.
En mi opinión, los fragmentos sueltos de Polibio no son reproducciones al pie de la letra, sino resúmenes y reinterpretaciones. En el que aquí se está tratando faltan cosas, lo referente por ejemplo a Nertobriga, lo cual debía aparecer en el original, y al mismo tiempo, sospecho, se añaden datos que, si bien no proceden de Polibio, complementan la información que se pretende dar. Los arévacos proponen lo de la multa a Marcelo, en Hispania, como lo cuenta Apiano, pero el que seleccionó el texto de Polibio para una antología sobre la diplomacia del Senado, lo llevó a la Curia porque quedaba mejor y venía más a cuento.
No puede ser que Polibio dijera que Marcelo había tomado Nertobriga al asalto, porque él estuvo allí, igual que tampoco puede ser que dijera que Catón mandó demoler todas las murallas de las ciudades más allá del río Betis. Ningún fragmento suelto de Polibio es fiable, por más que se presente como una reproducción textual.