HISTORIAS BREVES 7: ALISTAMIENTO DE UN ARTILLERO

"Personajes" que han dejado o pretendido dejar huella en la Historia siempre dentro de un contexto militar.

Moderador: Hans Joachim Marseille

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laguno
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HISTORIAS BREVES 7: ALISTAMIENTO DE UN ARTILLERO

Mensaje por laguno »

Nos encontramos en la ciudad de Orán, el ocho de febrero del año del Señor de 1749.

En una de sus calles, puede que en alguna taberna, Antonio Álvarez, natural de la ciudad de Málaga y de veinticuatro años, está en animada conversación con un cabo del ejército, el cual le está contando las maravillas de la vida del soldado y sus ventajas: paga mensual, ropa, armas, rancho, nuevos amigos, ...

Oh sí, la vida del soldado por supuesto que también tiene sus inconvenientes, como no, eso era innegable, pero las ventajas los superan y por eso le animaba con entusiasmo a que no se lo pensara más y que se presentara voluntario en el cuartel más próximo y se alistara, indicándole, quizás, que los de artillería estaban necesitados de gente, por lo que sería recibido con los brazos abiertos.

Excitado Antonio por estas palabras, dejó volar su imaginación y al poco se estaba viendo con la posibilidad de hacer carrera y ganarse la vida de una forma honrada y, además, en el noble ejercicio de la milicia, de donde han salido los bravos héroes españoles que habían conquistado medio mundo y habían llevado el nombre de España y de su santa religión hasta los confines más remotas. De modo que espoleado por su imaginación y por la perspectiva de un trabajo seguro, se decidió y junto con el cabo acudió a la oficina de enganche para presentarse como voluntario, donde le felicitaron por su decisión, tomándole nota de sus señas.
Ni que decir tiene que el cabo recibió una recompensa por haber conseguido un recluta.

Era Antonio un hombre moreno, de una estatura aproximada de un metro y sesenta y cuatro centímetros, de pelo negro, como su barba, la cual era cerrada. Sus ojos, de color pardo. Mostraba una cicatriz de herida en la mejilla derecha y su frente lucía un lunar, que no pasaba desapercibido.

Cuando firmara su contrato, lo haría por un mínimo de ocho años, al cabo de los cuales podía reengancharse o licenciarse, eso ya lo vería él cuando pasara el tiempo y viera si le cuadraba la vida militar, que ocho años son muchos años. En cuanto a la paga, se le daría una determinada cantidad de entrada más el vestuario y el armamento, todo según el uso de la compañía a que fuese destinado. Luego, tras pasar el periodo de entrenamiento, ya se discutiría el sueldo que finalmente percibiría.

Una vez tomada su filiación, pasó a manos de un médico para ser examinado su estado de salud, si tenía buena vista y si su constitución física era la óptima para ser un soldado, para decidir si es apto o no para el servicio de las armas.

Una vez superado el examen, fue conducido por un sargento o un cabo, que eso no lo explica claramente el documento usado para esta historia, a presencia del comandante, quien comprobó si sus señas y circunstancias se correspondían con la minuta que se le había enviado, preguntándole a continuación si estaba dispuesto a someterse a las ordenanzas que rigen la vida militar, si era un desertor, si estaba matriculado para el servicio en la marina, si había escapado de la cárcel y otras varias preguntas más, tras lo cual le puso al corriente de las consecuencias que tenían las deserciones, la insubordinación, el homicidio, el latrocinio y otros delitos mayores y menores.

Tras no hallar nada reprobable ni es su salud y estado físico ni en su pasado y aceptadas por Antonio las ordenanzas, el comandante le sentó minuta, estampando el ADMITIDO y su firma.

Una vez obtenida la admisión, pasó Antonio a casa del Ayudante, donde le fueron leídas las ordenanzas, advirtiéndosele que no podía pernoctar fuera del cuartel, la obligación de asistir a las revistas, de entrar en el rancho con sus compañeros, de no trabajar en su oficio, de no ser asistente de ningún oficial como criado, advirtiéndosele que si contravenía alguna de estas normas, se daría parte al comandante.

Una vez enterado de todo lo que tenía que saber, pasó a presencia del capitán de su compañía, quien le proporcionó el vestuario y el armamento, anotando su entrada y remitiéndolo nuevamente al ayudante, quien formalizó su filiación, tomando nota de cosas tales como si sabía leer y escribir, si había estudiado algo y en caso de ser afirmativo, qué estudió, si había servido anteriormente en algún otro cuerpo y con qué licencia salió de él, etc., y tras preguntarle si había recibido su vestuario y armas, certificó que el nuevo soldado quedaba satisfecho y bien informado, presentándole el papel para que lo firmara, devolviendo el ayudante al capitán la minuta, donde quedaba consignado que estaba asentado en el libro correspondiente.

Antonio ya era soldado del regimiento de Real Artillería de la plaza de Orán. Un nuevo horizonte se descubría ante él.

De vuelta a la compañía, el capitán, y por cuenta de su masita, le proveyó de lo siguiente:

- de un par de botines de lienzo de resistencia, con sus charreteras de baqueta,

- una mochila de proporcionado tamaño con correa y hebilla grandes,

- una camisa, un par de calzones de lienzo, un par de botines y un par de zapatos para llevar en la mochila, para las contingencias de una marcha,

- tres pares de camisas, dos pares de zapatos, dos pares de botines un par de medias y dos pares de calzones.

Y con su equipo pasó a la armería, donde se le proporcionó lo necesario para su entrenamiento, el cual comenzaría en breve, junto con su nueva vida.

Fuente Documental

- Colección general de las Ordenanzas Militares sus innovaciones y aditamentos, Vol. 6, ps. 412 a 416. Madrid, 1765.


"...como jueces de la competición están los dioses, que, naturalmente, se pondrán de nuestra parte, ya que nuestros enemigos han jurado en falso sobre ellos, mientras que nosotros, teniendo ante nuestros ojos tanta abundancia de posesiones, nos hemos mantenido firmemente apartados de ellas en virtud de nuestro juramento a los dioses" Jenofonte - Anábasis.
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