Operaciones navales durante la segunda guerra púnica

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Bernardo Pascual
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Operaciones navales durante la segunda guerra púnica

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Textos extraídos de la biblioteca de textos clásicos Imperium.org
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Polibio, III:
En el transcurso de este tiempo (218 años antes de J. C.), Asdrúbal, general de las tropas de España, habiendo equipado en el invierno los treinta navíos que su hermano le había dejado, y dotado de tripulación a otros diez más, hizo salir de Cartagena al empezar la primavera los cuarenta buques de guerra, entregando a Amílcar el mando de esta escuadra. Él, al mismo tiempo, sacó las tropas de tierra de los cuarteles de invierno, y levantó el campo. La escuadra bogaba sin perder la tierra de vista, y el ejército marchaba a lo largo de la costa con el propósito de que el río Ebro fuese el punto de reunión de ambas armadas. Cneio, descubierto el intento de los cartagineses, decidió primero salirles al encuentro por tierra desde sus cuarteles de invierno; mas con la noticia del gran número de fuerzas y magnitud de pertrechos que traía el contrario, reprobado el primer pensamiento, equipó treinta y cinco navíos, tomó de las legiones de tierra los más aptos para las ocupaciones navales, los embarcó, y llegó al segundo día desde Tarragona a los alrededores del Ebro. Después de haber anclado a ochenta estadios de distancia del enemigo, destacó a la descubierta dos navíos de Marsella muy veleros. Porque estas gentes eran las primeras a exponerse a los peligros, y con su intrepidez acarreaban a los romanos infinitas ventajas. Ningún pueblo estuvo más constantemente adherido a los intereses de Roma que los marsilienses, tanto en las ocasiones que ofreció la consecuencia, como principalmente ahora en la guerra contra Aníbal. Informado Cneio por los navíos exploradores de que la escuadra enemiga había fondeado a la embocadura del Ebro, marchó allá con diligencia con el fin de sorprender a los contrarios.
Asdrúbal, a quien sus vigías habían dado parte mucho antes de la llegada del enemigo, al paso que formaba sus tropas de tierra sobre la ribera, daba ordena la marinería para que subiese a sus navíos. Cuando ya estuvo a tiro la escuadra romana, dada la señal de atacar, se vino a las manos. Trabada la acción, los cartagineses disputaron por algún tiempo la victoria, pero poco después emprendieron la huida. El socorro de infantería que estaba formado a la vista sobre la ribera, lejos de infundir aliento a la marinería para el combate, la acarreó perjuicio, por tenerla prevenido un asilo para su vida. A excepción de dos navíos perdidos con sus tripulaciones, y otros cuatro cuyos remos fueron quebrados y muertos los que los ocupaban, los demás echaron a huir a tierra. Pero perseguidos con brío por los romanos, se arrimaron a la ribera, saltaron de sus navíos y se acogieron al campamento de los suyos. Los romanos se acercaron con intrepidez a tierra, y atando a sus popas los navíos que pudieron mover, se hicieron a la vela gozosos en extremo de haber vencido al primer choque a los contrarios, haberse apoderado de toda aquella costa, y haber capturado veinticinco navíos. Después de esta victoria tomaron mejor semblante los negocios de los romanos en la España.
Los cartagineses, recibida la noticia de este descalabro, enviaron al instante setenta navíos bien tripulados. Estaban persuadidos a que sin el imperio del mar no se podía intentar empresa alguna. Esta escuadra tocó primero en Cerdeña, después abordó a Pissa en Italia, donde esperaba incorporarse con Aníbal. Pero saliendo los romanos contra ella con ciento veinte buques de cinco órdenes, informados los cartagineses de su llegada, se volvieron a Cerdeña, y desde allí a Cartago. Servilio, jefe de la armada romana, los persiguió por algún tiempo creyendo alcanzarlos, pero la mucha ventaja que llevaban le hizo desistir del empeño. Primeramente abordó a Lilibea en Sicilia, y después se hizo a la vela para la isla de Cercina en África, donde habiendo exigido un tributo de los naturales porque no les talase el país, dio la vuelta. Al paso tomó la isla de Cossiro, puso guarnición en aquel pueblo y tornó a Lilibea, donde anclada la armada, se restituyó poco después al ejército de tierra.
Conocida la victoria naval que Cneio había ganado, el senado, persuadido a que era conveniente, o más bien preciso, no desatender los asuntos de la España, sino hacer frente a los cartagineses y avivar la guerra, equipó veinte navíos al mando de P. Escipión, según de antemano tenía proyectado, y le envió con diligencia a reunirse con su hermano para actuar con él de común acuerdo. Temía sobremanera que una vez apoderados los cartagineses de estos países, y acopiados aquí víveres y pertrechos en abundancia, no tomasen con mayor empeño el recobro del mar, y proveyendo a Aníbal de gentes y dinero, no le ayudasen a sojuzgar la Italia. Por eso, en el concepto de que esta guerra era de la mayor importancia, se envió una escuadra a las órdenes de P. Escipión, quien después de haber llegado a España e incorporándose con su hermano, hizo grandes servicios a la República. Hasta entonces no se habían atrevido los romanos a pasar el Ebro, sólo se habían contentado con ganar la amistad y alianza de los pueblos de esta parte; pero ahora lo cruzaron por primera vez y se animaron a adelantar sus conquistas del otro lado coadyuvando no poco la fortuna sus intentos. Después de haber aterrado a los pueblos de la comarca con su paso, fueron a acampar a cuarenta estadios de Sagunto, en torno a un templo consagrado a Venus. Ocupado aquí un puesto ventajoso, ya para estar a cubierto, ya para proveerse por mar de lo necesario, pues al paso que ellos avanzaban la escuadra les seguía por la costa, les sucedió a su favor este accidente.
Tito Livio:
[22,20] Aunque los romanos veían que el enemigo estaba formado en tierra y que su ejército se extendía por la orilla, no dudaron en perseguir al enemigo aterrorizado de la flota. Se hicieron con todos los buques que no habían encallado sus proas en la playa o llevado sus cascos hasta los vados sujetando cabos a sus popas y arrastrándolos tierra adentro. De cuarenta embarcaciones, veinticinco fueron capturadas de esta manera. Esto no fue, sin embargo, la mejor parte de la victoria. Su importancia principal radicó en el hecho de que este encuentro insignificante dio el dominio de todo el mar adyacente. A continuación, la flota navegó hacia Onusa y allí los soldados desembarcaron, capturaron y saquearon el lugar para luego marchar hacia Cartagena. Asolaron toda la comarca alrededor y acabaron prendiendo fuego a las casas adyacentes a murallas y puertas. Reembarcaron cargados con el botín, navegaron hacia Loguntica [puede que se trate de la posterior Lucentum, la actual Alicante.-N. del T.], donde encontraron gran cantidad de esparto que Asdrúbal había reunido para uso naval [hasta fechas recientes se ha usado el esparto como materia prima para la confección de jarcias, maromas y diversa cordelería; de hecho, por ejemplo, en época bizantina Cartagena se llamaba Carthago Spartaria.- N. del T.], tras apoderarse del que podrían usar quemaron el resto. No se limitaron a recorrer la costa, sino que cruzaron hasta la isla de Ibiza [Ebusum en el original latino.- N. del T.] donde efectuaron un decidido pero infructuoso ataque sobre la capital durante dos días completos. Al darse cuenta de que únicamente estaban perdiendo el tiempo con una empresa sin esperanza, se dieron a saquear el país, devastando y quemando varias aldeas. Aquí lograron más botín que en el continente, y después de colocarlo a bordo, estando ya a punto de partir, llegaron algunos embajadores de las islas Baleares hasta Escipión para pedir la paz. Desde aquí, la flota navegó hasta la provincia Citerior, donde se reunieron embajadores de todos los pueblos de la zona del Ebro, algunos incluso de las partes más remotas de Hispania. Los pueblos que realmente reconocieron la supremacía de Roma y entregaron rehenes sumaron ciento veinte. Los romanos tenían ahora tanta confianza en su ejército como en su armada y marcharon hasta el paso de Despeñaperros [saltus castulonensem, el paso de Cástulo, en el original latino.- N. del T.]. Asdrúbal se retiró a Lusitania, donde estaba más cerca del Atlántico.

[22.31] Mientras tenían lugar en Italia estos acontecimientos, Cneo Servicio Gémino, con una flota de ciento veinte buques, visitaba Cerdeña y Córcega y recibía rehenes de ambas islas; desde allí navegó hasta África. Antes de desembarcar en el continente, asoló la isla de Djerba y permitió a los habitantes de Kerkennah salvar su isla de una visita similar pagando una indemnización de diez talentos de plata [en el original latino, se trata de las islas de Menix y Cercina; así mismo, la cantidad equivale a 323 o 270 kilos de plata según sean talentos romanos o áticos, respectivamente.- N. del T.]. Después de esto, desembarcó sus fuerzas en la costa africana y las envió, tanto a soldados como a marineros, a devastar el país. Se dispersaron a lo largo y a lo ancho, como si estuviesen saqueando islas deshabitadas y, en consecuencia, su imprudencia les llevó a una emboscada. Dispersos en pequeños grupos, fueron rodeados por gran número de enemigos que conocían el país mientras que a ellos les era extraño, con el resultado de que fueron obligados a huir alocadamente y volvieron con grandes pérdidas a sus barcos. Después de perder hasta un millar de hombres, entre ellos al cuestor Tiberio Sempronio Bleso, la flota se hizo a toda prisa a la mar, llena de enemigos, y puso rumbo a Sicilia. La entregó en Lilibeo al pretor Tito Otacilio, para que su general Publio Cincio la devolviera a Roma. El mismo Servilio siguió por tierra a través de Sicilia y cruzó el estrecho hasta Italia, a consecuencia de un despacho de Quinto Fabio que les llamaba, a él y a su colega Marco Atilio, para hacerse cargo de los ejércitos, pues los seis meses de su cargo estaban a punto de expirar. Todos los analistas, con una o dos excepciones, cuentan que Fabio actuó contra Aníbal como dictador; Celio añade que fue el primer dictador nombrado por el pueblo. Pero Celio y el resto se olvidan de que el derecho a nombrar un dictador lo tenía exclusivamente el cónsul, y Servilio, que era el único cónsul por entonces, estaba en la Galia. Los ciudadanos, consternados por tres derrotas consecutivas, no podían soportar la idea de la demora y se tuvo que recurrir al nombramiento por el pueblo de un hombre que actuase «en lugar de un dictador o «pro dictatore». Sus logros posteriores, su brillante reputación como comandante, y las exageraciones que sus descendientes introdujeron en la inscripción de su busto explican fácilmente la creencia que al final ganó terreno, o sea, que Fabio, que sólo había sido pro-dictador, fue en realidad dictador.

[23.32] Los cónsules dividieron los ejércitos entre ellos: el ejército que estaba en Teano, que había estado mandando el dictador Marco Junio pasó bajo el mando de Fabio, Sempronio se hizo cargo de los esclavos voluntarios de allí y de veinticinco mil soldados proporcionados por los aliados; las legiones que habían vuelto de Sicilia se asignaron al pretor Marco Valerio; a Marco Claudio se le envió con el ejército que estaba acampado sobre Arienzo para proteger Nola; los pretores marcharon a sus respectivas provincias en Sicilia y Cerdeña. Los cónsules emitieron un aviso diciendo que cada vez que se convocara el Senado, los senadores y todos cuantos tuviesen derecho a hablar en el Senado se reunirían en la puerta Capena. Los pretores que tenían la obligación de conocer de los casos establecieron sus tribunales cerca del sitio de la Piscina Pública [cerca de la puerta Capena, al SE del recinto amurallado.-N. del T.], y ordenaron a todos los litigantes que depositasen allí sus fianzas, administrándose todo el año allí justicia. Entre tanto, llegaron a Cartago las noticias de que las cosas habían ido mal en Hispania y que casi todos los pueblos se habían pasado a los romanos. Magón, el hermano de Aníbal, se estaba preparando para transportar a Italia una fuerza de doce mil infantes, mil quinientos de caballería y veinte elefantes, escoltados por una flota de sesenta buques de guerra. Al recibir aquellas noticias, sin embargo, algunos se mostraron a favor de que Magón, con aquella flota y ejército que tenía, fuese a Hispania en lugar de la Italia, pero mientras discutían sobre esto hubo un súbito estallido de esperanza en que se pudiera recuperar Cerdeña. Se les dijo que «solo había allí un pequeño ejército romano; el antiguo pretor, Aulo Cornelio, que conocía bien la provincia, se había marchado y esperaban la llegada de uno nuevo; los sardos, además, estaban cansados de su largo sometimiento, y durante los últimos doce meses el gobierno había sido duro y rapaz y los había aplastado con fuertes impuestos y una injusta exacción de grano. Nada faltaba sino un líder que encabezase la revuelta». Este informe fue presentado por algunos agentes secretos de sus líderes, el principal promotor del asunto era Hampsicora, el hombre más influyente y rico entre ellos en aquel momento. Perturbados por las noticias de Hispania y al mismo tiempo animados por el informe de Cerdeña, enviaron a Magón con su flota y el ejército a Hispania y escogieron a Asdrúbal para conducir las operaciones en Cerdeña, asignándole una fuerza casi tan grande como la que habían proporcionado a Magón.
Después de haber tramitado todos los asuntos necesarios en Roma, los cónsules empezaron a prepararse para la guerra. Tiberio Sempronio hizo saber a sus soldados la fecha en que debían reunirse en Arienzo y Quinto Fabio, tras consultar previamente con el Senado, hizo una proclama advirtiendo a todos para que llevasen el grano desde sus campos hasta las ciudades fortificadas el primer día del próximo junio, y todos los que no lo hicieran así verían sus tierras asoladas, sus granjas incendiadas y a ellos mismos vendidos como esclavos. Ni siquiera los pretores designados para administrar justicia quedaron exentos de sus obligaciones militares. Se decidió que Valerio sería enviado a Apulia para hacerse cargo del ejército de Terencio: cuando las legiones llegaran desde Sicilia debería emplearlas principalmente en la defensa de aquel territorio y enviar el ejército de Terencio, al mando de uno de sus lugartenientes, a Tarento. Se le proporcionó además una flota de veinticinco buques para proteger la costa entre Brindisi y Tarento. Una flota de la misma entidad se asignó a Quinto Fulvio, el pretor urbano, para la defensa de la costa cercana a Roma. Cayo Terencio, como procónsul, fue el encargado de levantar una fuerza en el territorio de Piceno para defender esa parte del país. Por último, Tito Otacilio Craso fue enviado a Sicilia, después de haber dedicado el templo de la Razón, con plenos poderes como propretor a tomar el mando de la flota.

[23,38] Durante estos incidentes entre los lucanos y los hirpinos, los cinco barcos transportaban a los agentes macedonios y cartagineses a Roma; después de navegar alrededor de casi toda Italia, en su paso desde el mar superior al inferior, al pasar delante de Cumas, como no sabía si eran amigos o enemigos, Graco envió barcos de su propia flota para interceptarlos. Después de interrogarse mutuamente, los de abordo se enteraron de que el cónsul estaba en Cumas. En consecuencia, los buques entraron al puerto, los prisioneros fueron llevados ante el cónsul y pusieron en sus manos las cartas. Este leyó las cartas entre Filipo y Aníbal y decidió enviar todo, bajo sello, por tierra al Senado, ordenando que los agentes fueran llevados por mar. Las letras y los agentes llegaron a Roma el mismo día y, cuando se comprobó que lo que los agentes contaron en su interrogatorio coincidía con el contenido de las cartas, el Senado se llenó de sombríos temores. Reconocieron cuán pesada carga les impondría una guerra con Macedonia, en un momento en que hacían cuanto podían para soportar el peso de la guerra púnica. No cederían, sin embargo, a la desesperación hasta haberse dispuesto de inmediato a discutir cómo podrían desviar al enemigo de Italia sin tener que romper ellos mismos las hostilidades contra él. Se ordenó que se mantuviera encadenados a los agentes y que sus compañeros fueran vendidos como esclavos; también decidieron equipar veinte buques, además de los veinticinco que ya tenía Publio Valerio Flaco bajo su mando. Después de que estos hubieran sido pertrechados y botados, los cinco buques que habían transportado a los agentes se añadieron anteriores y los treinta partieron de Ostia en dirección a Tarento. A Publio Valerio se le encargó transportarse a bordo a los soldados que habían pertenecido al ejército de Varrón y que estaban ahora en Tarento bajo el mando de Lucio Apustio y que, con esta flota combinada de cincuenta y cinco buques, no solo debía proteger la costa de Italia, sino tratar de obtener información sobre la actitud hostil de Macedonia. Si los planes de Filipo demostraban corresponderse a los despachos capturados y a las declaraciones de los agentes, debía escribir a Marco Valerio, el pretor, en tal sentido y luego, tras poner su ejército bajo el mando de Lucio Apustio, marchar con la flota hasta Tarento, navegar hacia Macedonia en la primera oportunidad y hacer todo lo posible para mantener a Filipo dentro de sus propios dominios. Se aprobó un decreto para que el dinero que se había remitido a Apio Claudio, en Sicilia, para ser devuelto al rey Hierón, se dedicase ahora al mantenimiento de la flota y a los gastos de la guerra macedonia, siendo llevado a Tarento por Lucio Antistio. Al mismo tiempo, el rey Hierón envió doscientos mil modios de trigo y cien de cebada.

[23,40] Las operaciones en curso en Cerdeña, que habían decaído a causa de la grave enfermedad de Quinto Mucio, fueron retomadas bajo la dirección de Tito Manlio. Sacó a la orilla sus buques de guerra y proporcionó armas a marineros y remeros para que pudieran prestar servicio en tierra; con estos y el ejército del pretor, del que se hizo cargo, compuso una fuerza de veintidós mil infantes y mil doscientos jinetes. Con esta fuerza combinada, invadió el territorio enemigo y estableció su campamento a no mucha distancia de las líneas de Hampsícora. Sucedió que el propio Hampsícora estaba ausente; había marchado a visitar a los sardos pelitos, para armar a los hombres jóvenes de entre ellos y así incrementar sus propias fuerzas. Su hijo Hosto quedó al mando del campamento, y con la impetuosidad de la juventud presentó batalla que resultó en su derrota y puesta en fuga. Murieron tres mil sardos en esa batalla y ochocientos fueron capturados con vida; el resto del ejército, después de esparcirse tras su huida por campos y bosques, se enteró de que su general había huido hacia un lugar llamado Corno, la principal ciudad del territorio, y se dirigieron hacia allí. Aquella batalla podría haber puesto fin a la guerra si la flota cartaginesa, bajo el mando de Asdrúbal, que había sido llevada por una tormenta hasta las islas Baleares, no hubiera llegado a tiempo de revivir sus esperanzas de renovar la guerra. Cuando Manlio tuvo noticia de su llegada se retiró a Cagliari y esto dio ocasión a Hampsícora para unirse a los cartagineses. Asdrúbal desembarcó su fuerza y envió las naves de regreso a Cartago; luego, bajo la guía de Hampsícora, procedió correr y devastar las tierras propiedad de los aliados de Roma. Habría llegado tan lejos como a Cagliari si Manlio no se le hubiera enfrentado con su ejército y detenido sus muchos estragos. Al principio, los dos campamentos se daban frente, con solo un pequeño espacio entre ellos; luego se produjeron pequeñas salidas y escaramuzas con resultado variado; al fin, se produjo la batalla, una acción campal que duró cuatro horas. Durante largo tiempo los cartagineses mantuvieron el resultado dudoso; los sardos, que estaban habituados a la derrota, estaban siendo batidos con facilidad; cuando los cartagineses, por fin, vieron todo el campo de batalla cubierto de muertos y que los sardos huían, también cedieron terreno pero, al darse la vuelta para escapar, el ala romana que había derrotado a los sardos les rodeó y les copó. Ya fue más una masacre que una batalla. Doce mil enemigos, sardos y cartagineses, fueron muertos, unos tres mil setecientos quedaron prisioneros y se capturaron veintisiete estandartes militares.

[23.41] Lo que, más que cualquier otra cosa, hizo gloriosa y memorable aquella batalla, fue la captura del general en jefe, Asdrúbal, y también la de Hanón y Magón, dos nobles cartagineses. Magón era miembro de la casa de los Barca, pariente cercano de Aníbal; Hanón había tomado el mando de la rebelión sarda y fue, sin duda, el principal instigador de la guerra. La batalla no fue menos memorable por el destino que cupo a los jefes sardos; el hijo de Hampsícora, Hosto, cayó en combate, y cuando Hampsícora, que huía de la carnicería con unos pocos jinetes, tuvo noticia de la muerte de su hijo, quedó tan apesadumbrado por la noticia, que venía como a caer encima del resto de desastres, que se suicidó durante la noche para que nadie pudiera impedir su propósito. El resto de los fugitivos encontró refugio, como ya antes, en Corno, pero Manlio la capturó a los pocos días al frente de sus tropas victoriosas. Ante esto, el resto de ciudades que habían abrazado la causa de Hampsícora y los cartagineses entregaron rehenes y se le rindieron. Les impuso a cada una un tributo de dinero y grano; el montante era proporcional a sus recursos y a la participación que habían tenido en la revuelta. Después de esto regresó a Cagliari. Allí, los barcos que habían sido sacados a tierra fueron botados de nuevo al mar, reembarcó a las tropas que había llevado con él y navegó rumbo a Roma. A su llegada informó al Senado de la total subyugación de Cerdeña y entregó el dinero a los cuestores, el grano a los ediles y los prisioneros a Quinto Fulvio, el pretor.
Durante todo este tiempo, Tito Otacilio había cruzado con su flota desde Lilibeo hasta la costa de África, y estaba devastando el territorio de Cartago cuando le llegó el rumor de que Asdrúbal había navegado recientemente desde las Baleares hasta Cerdeña. Puso rumbo a aquella isla y se encontró con la flota cartaginesa de regreso a África. Siguió una breve acción en alta mar durante la cual Otacilio se apoderó de siete buques con sus tripulaciones. El resto se dispersó presa del pánico por doquier, como si les hubiera diseminado una tormenta. Sucedió por entonces, pues, que llevó Bomílcar a Locri [cerca de la actual Gerace, en Reggio Calabria.-N. del T.] con refuerzos de hombres y elefantes así como con suministros. Apio Claudio trató de sorprenderle, y con este objeto llevó rápidamente su ejército hasta Mesina [la antigua Messana.-N. del T.], como si fuera a efectuar un recorrido por la provincia, y hallando favorables vientos y marea, cruzó hasta Locri. Bomílcar ya se había ido, para unirse a Hanón en territorio brucio, y los locros cerraron sus puertas a los romanos; Apio, al no obtener resultado alguno de sus esfuerzos, regresó a Mesina. Este mismo verano, Marcelo hizo frecuentes salidas desde Nola, donde estaba de guarnición, hacia territorio de los hirpinos y hacia la vecindad de los samnitas caudinos. Tal devastación extendió por doquier a sangre y fuego, que revivió por todo el Samnio la memoria de sus antiguos desastres.

[23,48] Marco Claudio, el procónsul, recibió órdenes de mantener una fuerza suficiente en Nola para proteger la plaza y enviar el resto de sus tropas a Roma para impedir que fuesen una carga para los aliados y un gasto para la república. Y Tiberio Graco, habiendo marchado con sus legiones desde Cumas hasta Lucera, en la Apulia, envió al pretor Marco Valerio a Brindisi con el ejército que tenía en Lucera, le dio órdenes para que protegiera la costa del territorio salentino y para que tomara las medidas necesarias respecto a Filipo y la guerra macedonia. 

[24.10] Los pretores del año anterior actuarían como propretores; Quinto Mucio se ocuparía de Cerdeña y Marco Valerio permanecería al mando de la costa, con sus cuarteles en Brindisi, donde debería estar alerta contra cualquier movimiento por parte de Filipo de Macedonia. La provincia de Sicilia se asignó a Publio Cornelio Léntulo, uno de los pretores, y Tito Otacilio fue a mandar la misma flota que había tenido el año anterior para actuar contra los cartagineses.

[26,17] Una vez que el Senado quedó aliviado de su inquietud sobre Capua, pudo volver su atención a Hispania. Se puso a disposición de Nerón una fuerza de seis mil infantes y trescientos jinetes, que éste escogió de entre dos legiones que tenía con él en Capua; un mismo número de infantes y seiscientos jinetes fueron proporcionados por los aliados. Este embarcó a su ejército en Pozzuoli y desembarcó en Tarragona. Una vez aquí, llevó sus barcos a tierra y proporcionó armas a sus tripulaciones, aumentando así sus fuerzas. Con esta fuerza combinada, marchó hacia el Ebro y se hizo cargo allí del ejército de Tiberio Fonteyo y Lucio Marcio. A continuación, avanzó contra el enemigo. Asdrúbal, el hijo de Amílcar, estaba acampado en Piedras Negras. Este es un lugar en el país ausetano, entre las ciudades de Iliturgis y Mentissa. Nerón ocupó las dos salidas del paso. Asdrúbal, al verse encerrado, envió un mensajero para prometer en su nombre que sacaría todo su ejército de Hispania si se le permitía abandonar su posición. Al general romano le complació aceptar la oferta y Asdrúbal pidió una entrevista para el día siguiente. En esta conferencia pondrían por escrito las condiciones bajo las que se entregarían las ciudadelas de varias poblaciones, y la fecha en las que se retirarían las guarniciones, en el entendimiento de que podrían llevar consigo todas sus pertenencias.
Su petición fue concedida, y Asdrúbal ordenó a la parte más fuertemente armada de su ejército que abandonara el desfiladero lo mejor que pudiera en cuando cayera la oscuridad. Se cuidó de no salieran muchos aquella noche, pues un grupo pequeño haría menos ruido y podría escapar mejor a la detección. También les resultaría más fácil abrirse camino entre los estrechos y difíciles caminos. Al día siguiente acudió a la cita, pero perdió tanto tiempo discutiendo y escribiendo cantidad de cosas que nada tenían que ver con los asuntos que habían acordado discutir, que se perdió todo el día y se dio por clausurada la conferencia hasta el otro día. Así se le ofreció otra oportunidad para sacar otro nuevo grupo de tropas durante la noche. La discusión no finalizó al día siguiente y así, sucesivamente durante varios días, estuvieron ocupados en la discusión de los términos mientras los cartagineses salían secretamente de su campamento por la noche. Cuando hubo escapado la mayor parte del ejército, Asdrúbal no mantuvo más las condiciones que él mismo había propuesto, disminuyendo cada vez más su deseo sincero de llegar a un acuerdo en tanto disminuían sus temores. Casi toda la fuerza de infantería había ya salido del desfiladero cuando, al amanecer, una densa niebla cubrió el valle y toda la comarca circundante. Tan pronto Asdrúbal tomó conciencia de esto, le envió un mensaje a Nerón solicitando que se postergara la entrevista de aquel día, por ser uno en que su religión prohibía a los cartagineses tratar ningún asunto importante. Ni siquiera esto despertó sospecha alguna de engaño. Al enterarse de que se le excusaba por aquel día, Asdrúbal dejó rápidamente su campamento con la caballería y los elefantes y, manteniendo ocultos sus movimientos, partió a una posición segura. Hacia la hora cuarta, el sol dispersó la bruma y los romanos vieron que el campamento enemigo estaba desierto. Entonces, reconociendo finalmente el engaño cometido por los cartagineses y cómo le habían burlado, Nerón se dispuso rápidamente a seguirlo y forzarlo a un enfrentamiento. El enemigo, sin embargo, declinó la batalla; sólo se produjeron algunas escaramuzas entre la retaguardia cartaginesa y la vanguardia romana.

[26,20] Tarragona era ahora su cuartel general. Desde allí hizo visitas a las tribus amigas y también inspeccionó los cuarteles de invierno del ejército. Les elogió calurosamente por haber mantenido la provincia bajo su control tras sufrir dos golpes tan terribles, y también por mantener al enemigo al sur del Ebro, privándolo así de la ventaja de sus victorias y ofreciendo además protección a sus propios aliados. Marcio, a quien mantuvo consigo, fue tratado con tantos honores que quedó completamente claro que Escipión no mantenía el menor temor de que su reputación pudiera ser atenuada por nadie. Poco después Silano sucedió a y las nuevas tropas fueron enviadas a los cuarteles de invierno. Después de efectuar todas las visitas e inspecciones precisas y completar los preparativos para la siguiente campaña, Escipión regresó a Tarragona. Su fama era tan grande entre el enemigo como entre sus propios compatriotas y aliados; existía entre los primeros como un presentimiento, una vaga sensación de miedo que era tanto más fuerte cuanto que no existía razón a la que achacarla. Los ejércitos cartagineses se retiraron a sus respectivos cuarteles de invierno: Asdrúbal, el hijo de Giscón, a Cádiz, en la costa, Magón en el interior, más allá de los desfiladeros de Cazlona, y Asdrúbal, el hijo de Amílcar, cerca del Ebro en las cercanías de Sagunto. Este verano, marcado por dos acontecimientos importantes, la recuperación de Capua y el envío de Escipión a Hispania, estaba llegando a su fin cuando una flota cartaginesa fue enviada desde Sicilia a Tarento para interceptar los suministros de la guarnición romana en la ciudadela. Ciertamente logró bloquear todos los accesos a la ciudadela desde el mar, pero cuanto más tiempo permanecía mayor era la escasez entre los habitantes en comparación con la de los romanos de la ciudadela. Porque aunque la costa permanecía limpia y el libre acceso a la bahía estaba controlado por la flota cartaginesa, era imposible hacer llegar a la población de la ciudad tanto grano como el que ya era consumido por la multitud de marineros y tripulantes de toda raza a bordo de la flota. La guarnición de la ciudadela, por otra parte, al ser solo unos pocos, pudieron subsistir con lo que ya habían almacenado, sin ningún suministro exterior. Por fin, se retiraron los buques y su salida fue recibida con más alegría que la mostrada a su llegada. Pero la escasez no se redujo en lo más mínimo pues, en cuanto se retiró su protección, no pudo llegar grano en absoluto.

[26,39] Durante este período, las privaciones de la guarnición romana en la ciudadela de Tarento se habían vuelto casi insoportables; los hombres y su comandante, Marco Livio, tenían puestas todas sus esperanzas en la llegada de suministros enviados desde Sicilia. Para asegurar el paso de estos con seguridad por la costa italiana, se estacionó una escuadra de una veintena de buques en Regio. La flota y los transportes estaban bajo el mando de Décimo Quincio. Era un hombre de humilde cuna, pero sus muchas y aguerridas hazañas le habían ganado una gran reputación militar. Tenía solo cinco buques con los que actuar, las mayores de las cuales, dos trirremes, le habían sido asignadas por Marcelo; posteriormente, debido al eficaz uso que hizo de ellas, se añadieron a su mando tres quinquerremes y, finalmente, obligando a las ciudades aliadas de Regio, Velia y Paestum a suministrar los buques a que les obligaban los tratados, formó la escuadra arriba indicada de veinte naves. Cuando la flota estaba partiendo de Regio, a la altura de Sapriportis, un lugar a unas quince millas de Tarento, fue a dar con la flota tarentina, también de veinte buques, bajo el mando de Demócrates. El prefecto romano, que no había previsto un combate, tenía dada toda la vela; llevaba, no obstante, toda su dotación de remeros, a los que había reunido cuando se encontraba en las cercanías de Crotona y Síbari, y su flota estaba excelentemente provista y tripulada, teniendo en cuenta en tamaño de los buques. Dio la casualidad de que el viento cesó completamente justo cuando el enemigo se hizo visible, por lo que hubo bastante tiempo para arriar las velas y disponer a remeros y soldados para el combate que se avecinaba. Pocas veces entraron en combate dos flotas con la determinación de aquellas dos pequeñas flotillas, pues combatían más por lo que representaban que por lo que realmente eran. Los tarentinos esperaban, ya que habían recuperado su ciudad de los romanos tras un lapso de casi un siglo, que pudieran recuperar también la ciudadela cortando los suministros enemigos tras privarles del dominio del mar. Los romanos estaban ansiosos por demostrar, reteniendo la ciudadela bajo su control, que Tarento no se había perdido en una lucha justa, sino con engaño y traición. Así que, cuando se dio la señal por cada bando, remaron con sus proas los unos contra los otros; no hubo reservas ni maniobra, tan pronto se ponían al alcance de cualquier nave la trababan y abordaban. Combatían a tan corta distancia que no solo lanzaban proyectiles, también empleaban sus espadas luchando cuerpo a cuerpo. Las proas estaban unidas, y así permanecieron unidas y girando conforme las impulsaban los remos de las popas contrarias. Los buques estaban tan abarrotados y juntos que apenas ningún proyectil dejaba de alcanzar un objetivo y caía al agua. Presionaban unos contra otros como si fuese una línea de infantería, y los combatientes pasaban de barco a barco. Muy notable entre todas fue la lucha de los dos buques que dirigían sus respectivas líneas y que fueron los primeros en enfrentarse.
El propio Quincio estaba en el barco romano, y en el de Tarento iba un hombre llamado Nicón, apodado Percón, que odiaba a los romanos tanto por motivos privados como públicos, y que era igualmente odiado por ellos, pues fue uno de los del grupo que entregó Tarento a Aníbal. Mientras Quincio luchaba y animaba a sus hombres, Nicón le tomó por sorpresa y le atravesó con su lanza. Cayó de bruces sobre la proa y el victorioso tarentino saltó sobre la nave contraria, haciendo retroceder al enemigo que había quedado desconcertado por la pérdida de su jefe. La proa se encontraba ya en manos de los tarentinos y los romanos, apretados, tenían dificultades para defender la popa del buque, cuando de repente hizo su aparición por la popa otro de los trirremes enemigos. Entre ambos capturaron la nave romana. La vista del buque insignia del prefecto en manos enemigas provocó el pánico, y el resto de la flota huyó en todas direcciones; algunas naves fueron hundidas, otras fueron rápidamente embarrancadas en tierra y resultaron capturadas por las gentes de Turios y Metaponto. Muy pocos de los transportes que iban detrás con los suministros cayeron en manos enemigas; el resto, cambiando sus velas para aprovechar los vientos variables, navegaron hacia alta mar. En Tarento, por aquel tiempo, se efectuó una hazaña que terminó con un resultado muy diferente. Estaba dispersa por los campos una fuerza de forrajeo de cuatro mil tarentinos; Livio, el comandante de la guarnición romana, estaba siempre atento a cualquier oportunidad de lanzar un ataque y envió a Cayo Persio, un hombre enérgico, con dos mil quinientos hombres para atacarles. Este cayó sobre ellos, mientras estaban en grupos dispersos por los campos, infligiéndoles graves pérdidas, obligando a los pocos que escaparon a dirigirse en precipitada huida hacia las puertas abiertas de la ciudad. Así pues, las cosas quedaron igualadas por lo que a Tarento respectaba; los romanos quedaron victoriosos por tierra y los tarentinos por mar. Ambos se sintieron igualmente decepcionados en sus esperanzas de obtener el grano que habían tenido a la vista.

[27,5] Al recibir su carta reclamándole, el cónsul Marco Valerio entregó el mando del ejército y la administración de la provincia al pretor Cincio, y dio instrucciones a Marco Valerio Mesala, el prefecto de la flota, para que navegase con parte de sus fuerzas hacia África, corriese correr la costa y, al mismo tiempo, averiguar cuanto pudiera sobre los planes y preparativos de Cartago. Partió luego con diez buques hacia Roma, donde llegó tras una buena travesía. Inmediatamente después de su llegada convocó una reunión del Senado y les presentó un informe de su administración. Durante casi sesenta años, les dijo, Sicilia había sido escenario de guerras por tierra y mar, y los romanos habían sufrido allí numerosas y graves derrotas. Ahora, él había reducido por completo la provincia, no quedaba un cartaginés en la isla y no había un solo siciliano, de los que habían sido expulsados, que no hubiera regresado. Todos habían sido repatriados, estableciéndose en sus propias ciudades y arando sus propios campos. De nuevo se cultivaba la tierra asolada, enriqueciendo a sus cultivadores con sus productos y formando igualmente un baluarte inquebrantable contra la escasez en Roma en tiempos de guerra y la paz. Cuando el cónsul terminó de dirigirse al Senado, fueron recibidos Mutines y otros que habían prestado un buen servicio a Roma, y las promesas hechas por el cónsul les fueron cumplidas por medio de honores y recompensas. La Asamblea aprobó una resolución, sancionada por el Senado, confiriendo la plena ciudadanía romana a Mutines. Marco Valerio, por su parte, después de haber llegado a las costas africanas con sus cincuenta naves, antes del amanecer, hizo un repentino desembarco contra el territorio de Útica. Ampliando sus correrías a lo largo y ancho, consiguió botín de todo tipo, incluyendo gran número de cautivos. Con estos despojos regresó a sus barcos y navegaron de regreso a Sicilia, entrando en el puerto de Lilibeo al decimotercer día de su partida. Los prisioneros fueron sometidos a un minucioso interrogatorio y se enviaron a Levino las siguientes informaciones, para que pudiera comprender la situación en África: En Cartago estaban cinco mil númidas con Masinisa, el hijo de Gala, hombre joven, emprendedor y de gran energía; otras fuerzas mercenarias habían sido alistadas por toda África para enviarlas a Hispania y reforzar a Asdrúbal, de manera que pudiera tener un ejército tan grande como fuese posible y cruzar hasta Italia para unirse con su hermano, Aníbal. Los cartagineses estaban convencidos de que con la adopción de este plan se aseguraban la victoria. Además de estos preparativos, se estaba alistando una flota inmensa para recuperar Sicilia, esperándose que apareciese por la isla en poco tiempo.
El cónsul comunicó esta información al Senado, y quedaron tan impresionados por su importancia que pensaban que el cónsul no debía esperar a las elecciones, sino regresar de inmediato a su provincia tras nombrar un dictador que presidiera las elecciones. Las cosas se retrasaron un tanto a causa del debate que siguió. El cónsul dijo que, cuando llegase a Sicilia, nombraría a Marco Valerio Mesala, que estaba por entonces al mando de la flota, como dictador; los senadores, por su parte, afirmaban que nadie que estuviese más allá de las fronteras de Italia podía ser nombrado dictador; Marco Lucrecio, uno de los tribunos de la plebe, sometió este punto a discusión y el Senado emitió un decreto por el que se requería al cónsul para que, antes de su partida de la Ciudad, presentara la cuestión ante el pueblo de a quién deseaban nombrar dictador y que luego nombrase a quien el pueblo hubiera elegido. Si el cónsul se negaba a hacer esto, entonces debería presentar la cuestión el pretor, y si se negaba, entonces los tribunos lo presentarían ante el pueblo. Como el cónsul rechazo someter al pueblo lo que era uno de sus propios derechos, y el pretor se había inhibido igualmente de hacerlo, recayó en los tribunos presentar la cuestión, y el pueblo resolvió que Quinto Fulvio, que estaba por entonces en Capua, debía ser el designado. Pero, el día antes de que la Asamblea se reuniera, el cónsul partió en secreto por la noche hacia Sicilia, y el Senado, dejado así en la estacada, ordenó que se enviase una carta a Marcelo, urgiéndole a venir en auxilio de la república a la que su colega había abandonado, y nombrase a la persona a quien el pueblo había resuelto tener como dictador. Así pues, Quinto Fulvio fue nombrado dictador por el cónsul Marco Claudio, y por la misma resolución del pueblo, Publio Licinio Craso, el Pontífice Máximo, fue nombrado por Quinto Fulvio como su jefe de la caballería.

[27,6] Al final de este verano, una flota cartaginesa de cuarenta barcos bajo el mando de Amílcar navegó hasta Cerdeña y devastó el territorio de Olbia. Ante la aparición del pretor Publio Manlio Volso con su ejército, navegaron hacia el otro lado de la isla y devastaron los campos calaritanos, tras lo que volvieron a África con toda clase de botín.

[27,7] Las legiones con las que Publio Manlio Vulso había sostenido Cerdeña fueron puestas bajo Cayo Aurunculeyo y permanecieron en la isla. Publio Sulpicio retuvo su mando por un año más, con instrucciones de emplear la misma legión y la misma flota que había tenido anteriormente contra Macedonia. Se emitieron órdenes para enviar treinta quinquerremes desde Sicilia al cónsul en Tarento, el resto de la flota navegaría a África y devastaría la costa bajo el mando de Marco Valerio Levino o, si él no pudiera ir, que enviase a Lucio Cincio o a Marco Valerio Mesala.

[27,15] El cónsul Quinto Fabio tomó al asalto la ciudad de Manduria, en el país de los salentinos [en el «tacón» de la bota que semeja Italia.-N. del T.], capturando tres mil prisioneros y una considerable cantidad de botín. Desde allí marchó a Tarento y fijó su campamento en la misma boca del puerto. Cargó con las máquinas e ingenios necesarios para batir las murallas algunos de los buques que Levino había conservado con el propósito de mantener abiertas sus líneas de abastecimiento; empleó otros para transportar artillería y provisión de proyectiles de toda clase. Sólo hizo uso de los transportes que fueran impulsadas por remos, de manera que, mientras algunas tropas acercaban sus ingenios y escalas de asalto a las murallas, otras pudiesen rechazar a los defensores de los muros atacándoles a distancia desde los barcos. Estos barcos fueron equipados de tal modo que eran capaces de atacar la ciudad desde mar abierto sin interferencia del enemigo, pues la flota cartaginesa había navegado hasta Corfú para ayudar a Filipo en su campaña contra los etolios. La fuerza que asediaba Caulonia, al enterarse de la aproximación de Aníbal y temiendo una sorpresa, se retiraron a una posición sobre las colinas que les aseguraba contra cualquier ataque inmediato aunque no servía para nada más.

[27,22] Era ya el undécimo año de la Segunda Guerra Púnica cuando Marco Marcelo y Tito Quincio Crispino tomaron posesión como cónsules. En cuanto al consulado para el que se había elegido a Marcelo, y sin contar aquel del que no tomó posesión por cierto defecto de forma en su elección, este era el quinto en el que desempeñó el cargo. Italia fue asignada a los dos cónsules como su provincia y los dos ejércitos que los cónsules anteriores habían tenido, junto con un tercero que había mandado Marcelo y que estaba por entonces en Venosa, fueron puestos a su disposición para que pudieran elegir entre los tres. El restante se entregaría al comandante a quien se asignara Tarento y los salentinos. Las demás responsabilidades fueron asignadas del modo siguiente: Publio Licinio Varo fue puesto a cargo de la pretura urbana; Publio Licinio Craso, el Pontífice Máximo, tendría la pretura peregrina así como cualquier otra que el Senado pudiera determinar. De Sicilia se encargaría Sexto Julio César y de Tarento Quinto Claudio Flamen. Quinto Fulvio Flaco vio ampliado su mando durante un año y debía mantener el territorio de Capua, donde había estado antes Tito Quincio como pretor, con una legión. A Cayo Hostilio Túbulo también se le prorrogó el mando: debía suceder a Cayo Calpurnio, como pretor, con dos legiones en Etruria. Una prórroga similar en el mando se le otorgó a Lucio Veturio Filón, que debía seguir en la Galia como propretor con las dos legiones que ya había mandado anteriormente. La misma orden se dio para el caso de Cayo Aurunculeyo, mediante una propuesta presentada al pueblo, que había administrado Cerdeña como pretor; los cincuenta barcos que Escipión enviara desde Hispania se le asignaron para la defensa de su provincia. Publio Escipión y Marco Silano fueron confirmados en sus mandos por un año más. De los buques que Escipión había traído de Italia o capturado a los cartagineses – ochenta en total – se le ordenó que enviase cincuenta a Cerdeña, pues había rumores sobre amplios preparativos navales en Cartago. Se decía que estaban equipando doscientas naves para amenazar la totalidad de las costas italianas, sicilianas y sardas. En Sicilia, se dispuso que el ejército de Cannas se entregaría a Sexto César, mientras que Marco Valerio Levino, cuyo mando también había sido prorrogado, retendría la flota de setenta buques que estaban surtos cerca de Sicilia, aumentándolos con los treinta barcos que habían permanecido en Tarento durante el año pasado. Esta flota de un centenar de naves debía emplearla, si le parecía correcto, en correr la costa africana. Publio Sulpicio, con la flota que ya tenía, debía seguir manteniendo a raya a Macedonia y Grecia. No hubo cambios en cuanto a las dos legiones que estaban acuarteladas en la Ciudad. Los encargó a los cónsules que reclutasen tropas de refrescos donde fuera preciso, para completar las legiones con todos sus efectivos. Así, veintiuna legiones estaban bajo las armas para defender el imperio romano. Publio Licinio Varo, el pretor urbano, se encargó de la tarea de reacondicionar los treinta viejos buques de guerra surtos en Ostia y dotar con todas sus tripulaciones otros veinte nuevos, de manera que pudiera haber una flota de cincuenta buques para la protección de aquella parte de la costa más próxima a Roma. Cayo Calpurnio recibió órdenes estrictas de no mover su ejército de Arezzo antes de la llegada de Túbulo, que había de sucederle; también se instó a Túbulo para que estuviese especialmente en guardia para el caso de que se formaran proyectos de revuelta.

[27,29] Tan pronto como Crispino se enteró de que Aníbal se había retirado al Brucio, ordenó a Marco Marcelo que llevase a Venosa el ejército que había mandado su colega. Pese a no poder casi soportar el movimiento de la litera debido a sus graves heridas, partió con sus legiones hacia Capua. En un despacho que envió al Senado, después de aludir a la muerte de su colega y al estado crítico en que él mismo se encontraba, explicó que no podía ir a Roma para las elecciones porque no se creía capaz de soportar el cansancio del viaje y, también, porque estaba inquieto por Tarento en caso de que Aníbal abandonase en Brucio y dirigiese sus ejércitos contra ella. Asimismo, solicitaba que se le enviasen algunos hombres experimentados y sensatos, pues necesitaba hablar con ellos en cuanto a la política de la República. La lectura de esta carta evocó sentimientos de profundo pesar por la muerte de un cónsul y graves temores por la vida del otro. De acuerdo con su deseo, enviaron al joven Quinto Fabio al ejército de Venosa, y tres embajadores al cónsul, a saber, Sexto Julio César, Lucio Licinio Polión y Lucio Cincio Alimento, que acababa de regresar de Sicilia hacía unos días. Sus instrucciones eran que le dijesen al cónsul que si no podía venir a Roma para celebrar las elecciones, debía un dictador en territorio romano a tal efecto. Si el cónsul hubiera ido a Tarento, se indicó al pretor Quinto Claudio que retirase las legiones apostadas allí y que marchara con ellas hasta aquel territorio desde el que pudiera proteger la mayor cantidad posible de ciudades pertenecientes a los aliados de Roma. Durante el verano, Marco Valerio navegó por la costa africana con una flota de cien barcos. Desembarcando sus hombres cerca de la ciudad de Kelibia, asoló el país a lo largo y a lo ancho sin encontrar resistencia. La noticia de la llegada de una flota cartaginesa hizo que los saqueadores regresasen a toda prisa a sus naves. Esta flota se componía de ochenta y tres barcos y el comandante romano la enfrentó con éxito no lejos de Kelibia. Después de capturar dieciocho buques y poner en fuga al resto, regresó a Lilibeo con gran cantidad de botín. En el transcurso del verano, Filipo prestó asistencia militar a los aqueos, que habían implorado su ayuda contra Macánidas, tirano de los lacedemonios, y contra los etolios. Macánidas estaba acosándolos mediante una guerra fronteriza, los etolios habían cruzado el estrecho mar entre Lepanto y Patras -el nombre local de esta última es Rhion – y hacían incursiones en la Acaya. También hubo rumores sobre la intención por parte de Atalo, rey de Asia, de visitar Europa, pues los etolios, finalmente, le habían convertido en su último consejo nacional en uno de sus dos magistrados supremos.

[28,4] La flota romana, bajo el mando del procónsul Marco Valerio Levino, navegó durante el año de Sicilia a África y llevó a cabo correrías alrededor de Útica y Cartago; el saqueo se llevó a cabo bajo las mismas murallas de Útica y hasta las fronteras de Cartago. A su regreso a Sicilia se encontraron con una flota cartaginesa de setenta buques. De estos, capturaron diecisiete, hundieron cuatro y pusieron en fuga al resto. El ejército romano, victorioso por tierra y mar, regresó a Marsala con una enorme cantidad de botín de toda clase. Ahora que los barcos enemigos habían sido expulsados y el mar estaba seguro, grandes cantidades de grano fueron enviadas a Roma.

[28,30] Mientras tanto, Hanón, lugarteniente de Magón, había sido enviado por la zona del Guadalquivir con un pequeño grupo de africanos para alquilar tropas entre las tribus hispanas, logrando alistar cuatro mil jóvenes armados. Poco después, su campamento fue capturado por Lucio Marcio; la mayoría de sus hombres murió en el asalto y algunos otros durante su huida, por la caballería que les perseguía; el mismo Hanón escapó con un puñado de sus hombres. Mientras esto ocurría en el Guadalquivir, Lelio navegó hacia el oeste y llegó hasta Carteya, una ciudad situada en la parte de la costa donde el estrecho empezaba a ensancharse hacia el océano. Llegaron al campamento romano algunos hombres con la oferta de entregar voluntariamente la ciudad de Cádiz, pero el plan fue descubierto antes de madurar. Todos los conspiradores fueron arrestados y Magón los puso bajo la custodia del pretor Adérbal para trasladarlos a Cartago. Adérbal los puso a bordo de un quinquerreme que se envió por delante y que era un barco más lento que los ocho trirremes con los que zarpó poco después. El quinquerreme acababa de entrar en el Estrecho cuando Lelio zarpó del puerto de Carteya con otro quinquerreme seguido por siete trirremes. Marchó contra Adérbal y sus trirremes, convencido de que el quinquerreme no podría dar la vuelta, atrapado por las corrientes del Estrecho.
Sorprendido por este ataque insospechado, el general cartaginés dudó por unos momentos entre seguir a su quinquerreme o virar su proa contra el enemigo. Esta vacilación le impidió declinar el combate, pues uno y otro quedaron ya al alcance de sus proyectiles y el enemigo le atacaba por todas partes. La fuerza de la marea les impedía dirigir sus buques hacia donde querían. No hubo apariencia alguna de batalla naval, sin libertad de acción ni espacio para tácticas o maniobras. Las corrientes de la marea dominaron completamente la acción; llevaban los barcos en contra de los de su mismo bando y contra los enemigos, de forma indiscriminada, a pesar de todos los esfuerzos de los remeros. Se podía ver un barco, que trataba de escapar, siendo arrastrado hacia los vencedores, y al que lo perseguía, si entraba en una corriente opuesta, era hecho retroceder como si huyera. Y cuando ya estaban todos enzarzados y un barco se dirigía hacia otro para embestirle con el espolón, se desviaba de su rumbo y recibía un golpe lateral del espolón; otras estaban presentando el costado cuando, de repente, se ponían de proa. Así transcurrió el combate entre los distintos trirremes, dirigidos y controlados por el azar. El quinquerreme romano respondía mejor a la caña, fuera porque su peso lo hacía más estable o porque había más remos para cortar las olas. Hundió dos trirremes, y se abrió paso rápidamente a través de un tercero, cortando todos los remos de una banda, y habría deshecho al resto si Adérbal no hubiera podido separarse con los cinco restantes y, dando todas las velas, llegar a África.


Nelitis neque litis

“...Sin embargo, estoy convencido de que si nos ocurre lo que es propio de los hombres, el proyecto no quedará en el aire ni le faltarán hombres cabales; su belleza atraerá a muchos que lo tomarán bajo su responsabilidad y se esforzarán por llevarlo a cabo.”
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Bernardo Pascual
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Re: Operaciones navales durante la segunda guerra púnica

Mensaje por Bernardo Pascual »

En la biografía de Marco Valerio Levino hay unas cuantas extrañas coincidencias. Véase primero la datación de los principales episodios extraída de la Wikipedia.
  1. Pretor en Sicilia (227 a. C.)
  2. Primer consulado (220 a. C.)
  3. Pretura peregrina en Apulia (215 a. C.)
  4. Primera propretura en el Reino de Macedonia (214 - 210 a. C.)
  5. Segundo consulado (210 a. C.)
  6. Campaña de Sicilia (210 a. C.)
  7. Proconsulado en Sicilia (209-207 a. C.)
  8. Algunas proposiciones al Senado (204 - 203 a. C.)
  9. Segunda propretura en el reino de Macedonia (201-200 a. C.)
  10. Muerte (200 a. C.)
Lo del consulado en el 220, para empezar, es todo un misterio. Igual Marcelo pudiera aclarar un poco el siguiente fragmento, porque yo con las abreviaturas me armo un lío enorme. ¿Qué significa Chr.?
220 a. C.
M. Valerius P. f. P. n. Laevinus Pat. (211) Cos. 210, Pr. 227?, 215
Q. Mucius P. f. -n. Scaevola (19) Pr. 215?
Chr. 354 (Levino et Scevola). Livy (29.11.3; 30.23.5) states that Valerius Laevinus was twice Consul. We must suppose with Degrassi 118, and 119, on 210) that Valerius and Mucius were faultily elected, and either abdicated o never entered unpon their magistracy. See Degrassi 118, 442f.; Münzer, Gent. Val. 45, no. 34 on Valerius.
The magistrates of the Roman Republic / by T. Robert S. Broughton
https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id= ... 5009351001

Resulta, además, que no sólo se anula ese primer consulado, sino que se les anula a ambos cónsules, a Levino y a Escévola, y ambos, por si fuera poco, repiten la pretura en el 215.

Luego, lloviendo sobre mojado, está la casualidad de que en las dos propreturas comandando la flota al comienzo de sendas guerras macedónicas, con un intervalo entre ellas, para más inri, también de diez años, como los consulados, es sustituido también en ese frente por la misma persona, por Sulpicio Galba, quien también iniciaría sendas contiendas. Ambas propreturas, además, tienen un final trágico para Levino, la primera una larga enfermedad, y la segunda la misma muerte.

Al proponer una duplicación debida a dos cronologías paralelas que se acaban fusionando no niego las dos propreturas, sino que las racionalizo, una después de la pretura y la otra después del consulado. Lo que niego son los dos consulados y las dos preturas. Livio se estaría equivocando en lo de los dos consulados.
  1. Pretor peregrino.
  2. Propretura en Macedonia.
  3. Cónsul.
  4. Propretura en Sicilia.
marcelo escribió: 20 Abr 2022 El hecho de ser puesto al frente de un ejército en 205 a.C. y ser enviado en embajada a Pérgamo al año siguiente, denota también un estado de salud aparentemente bueno. Y sabemos por sus dos intervenciones en el Senado en los siguientes años, que siguió en la vida pública.
Hasta ahí estamos de acuerdo. Ahí quería llegar. Se le envía a Pérgamo como embajador a causa de la buena fama que había ganado entre los griegos durante su propretura peregrina. ¿Pero vuelve a comandar la flota de Grecia después de eso?
[29,11] Hasta ese momento, el pueblo romano no tenía aliadas entre las ciudades de Asia. No habían olvidado, sin embargo, que cuando estaban sufriendo una grave epidemia enviaron a buscar a Esculapio de Grecia, a pesar de que no tenían ningún tratado con aquel país; ahora que el rey Atalo había firmado con ellos una liga de amistad contra su común enemigo, Filipo, esperaban que este haría todo lo posible en interés de Roma. Así pues, decidieron enviarle una embajada; los escogidos con aquel propósito fueron Marco Valerio Levino, que había sido cónsul dos veces y también había estado a cargo de las operaciones en Grecia...
Interesa detenerse aquí en la nota a pie de página de la edición de Gredos a propósito de lo de “cónsul dos veces”:
Fue cónsul en 210. Hay una lista de cónsules que le atribuye el consulado en 220, pero en XXVI, 22, 12 (año 211) se le considera homo nouus. Una hipótesis es que hubiera sido suffectus en 208, año en que murieron los dos cónsules.
Efectivamente, Livio parece contradecirse:
En consecuencia, se les llamó y se dejó un tiempo para que consultasen ambos grupos en privado, dentro del cercado de las votaciones. Los mayores sostenían que, en realidad, la elección estaba entre tres hombres, dos de ellos ya plenos de honores -Quinto Fabio y Marco Marcelo- y, si deseaban especialmente que fuera designado un hombre nuevo como cónsul para actuar contra los cartagineses, Marco Valerio Levino, ya había dirigido operaciones contra Filipo tanto por mar como por tierra con éxito notable.

Con todo esto, por muy lioso que parezca, a donde quiero ir a parar es a lo siguiente, a la verdadera duplicación, al gran misterio de la segunda guerra púnica, la expedición de Magón, donde en mi opinión está la clave todavía no resuelta de todo.
[28,46] Escipión navegó hacia Sicilia, con siete mil voluntarios a bordo de sus treinta buques de guerra, y Publio Licinio marcó al Brucio. De los dos ejércitos consulares estacionados allí, escogió el que había mandado el anterior cónsul, Lucio Veturio. Permitió que Metelo conservara el mando de las legiones que ya tenía, pues consideró que le iría mejor con hombres acostumbrados a su mando. Los pretores también marcharon a sus distintas provincias. Como se necesitaba dinero para la guerra, los cuestores recibieron órdenes para vender aquella parte del territorio de la Campania que se extendía entre la Fosa Griega [cerca de Cumas.-N. del T.] y la costa, así como para denunciar aquellos territorios pertenecientes a ciudadanos campanos, para que se pudieran confiscar. Los delatores recibirían una recompensa del diez por ciento del valor de las tierras. El pretor urbano, Cneo Servilio, debía también comprobar que los ciudadanos de Capua estuvieran residiendo donde el Senado les hubiese autorizado residir, castigando a cualquiera que viviese en otra parte. Durante el verano, Magón, que había invernado en Menorca, embarcó con una fuerza de doce mil infantes y dos mil de caballería, navegando hacia Italia con unos treinta buques de guerra y gran número de transportes. La costa estaba poco vigilada y pudo sorprender y capturar Génova [la antigua Genua.-N. del T.]. De allí marchó por la costa ligur con la intención de levantar a los ligures alpinos. Una de sus tribus, los ingaunos, estaba por entonces librando una guerra contra los epanterios, montanos. Tras dejar a resguardo su botín en Savona, dejando diez buques como escolta, Magón envió el resto de sus naves a Cartago para proteger la costa, pues se rumoreaba que Escipión trataba de invadir África, y formó luego una alianza con los ingaunos, de quienes esperaban obtener más apoyos que de los montañeses, y empezó a atacar a estos últimos. Su ejército crecía en número cada día; los galos, atraídos por la fama de su nombre, se le unieron desde todas partes. Aquellos movimientos se conocieron en Roma a través de un despacho de Espurio Lucrecio, lo que preocupó mucho al Senado. Parecía como si la alegría que sintieron al enterarse de la destrucción de Asdrúbal y su ejército dos años antes, quedara borrada completamente con el estallido de aquella nueva guerra en la misma zona, tan grave como la anterior y con la única diferencia del general. Enviaron órdenes al procónsul Marco Livio para que trasladara el ejército de Etruria hasta Rímini, y se facultó al pretor urbano, Cneo Servilio, por si lo consideraba conveniente, para que ordenase que las legiones urbanas pudieran emplearse en cualquier parte y para que pudiera otorgar el mando de las mismas a quien creyese más capaz. Marco Valerio Levino llevó estas legiones a Arezzo. Por entonces, Cneo Octavio, que estaba al mando en Cerdeña, capturó hasta ochenta transportes cartagineses en las proximidades. Según el relato de Celio, iban cargados con grano y suministros para Aníbal; Valerio, sin embargo, dice que transportaban el botín de Etruria, así como los prisioneros ligures y epanterios, a Cartago. Apenas nada digno de registrar tuvo lugar aquel año en el Brucio. Una peste atacó a los romanos y a los cartagineses, resultando igualmente fatal para ambos; pero, además de la epidemia, los cartagineses sufrieron de escasez de alimentos. Aníbal pasó el verano cerca del templo de Juno Lacinia, donde construyó y dedicó un altar con una larga inscripción con el relato de sus hazañas escrito en letras púnicas y griegas.
Este ejército de Magón es el mismo que se estaba preparando para socorrer Hispania cuando Levino incursionó en África. El objetivo de este hilo no es otro que rastrear el periplo de esta flota cartaginesa, la cual, considerando Hispania perdida, según unos, o viendo la ocasión de de atacar el norte de Italia desprotegido, según otros, varió su rumbo, y llegó a la costa ligur desde las Baleares pasando por Cerdeña. Según la versión oficial, no obstante, Magón partió desde Hispania hacia Italia y ya no regresó, ¿Entonces cómo pudo haber llegado Magón a Hispania antes con mercenarios galos? ¿Dónde los había reclutado?
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“...Sin embargo, estoy convencido de que si nos ocurre lo que es propio de los hombres, el proyecto no quedará en el aire ni le faltarán hombres cabales; su belleza atraerá a muchos que lo tomarán bajo su responsabilidad y se esforzarán por llevarlo a cabo.”
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Re: Operaciones navales durante la segunda guerra púnica

Mensaje por Tchazzar »

Uf difícil, de donde… quien me puede transportar tropas además de Roma y Cartago?
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Re: Operaciones navales durante la segunda guerra púnica

Mensaje por Bernardo Pascual »

Magón, enviado por su hermano a reclutar tropas, en poco tiempo completó un ejército, recobrando ánimos para intentar de nuevo el combate. Eran soldados galos en su mayoría, y lucharon en el bando tantas veces vencido en pocos días con la misma moral que los anteriores y con idéntico resultado: más de ocho mil muertos, no muy por debajo de los mil prisioneros, y cincuenta y ocho enseñas militares capturadas. También la mayoría de los despojos pertenecían a los galos: torques de oro y brazaletes muy numerosos. Cayeron asimismo en aquella batalla dos famosos reyezuelos galos llamados Meniacapto y Vismaro. Fueron capturados ocho elefantes, y muertos tres.
Tito Livio.
¡Que me aspen si no eran guiris! De Francia o la antigua Galia más concretamente, y bien cerrados, aunque el dueto Menicapto y Vismaro recuerda mucho al de Indíbil y Mandonio. La leyenda se podría estar mezclando. Magón debió actuar en todo el norte del Mediterráneo Occidental, controlando incluso el sur de la Galia, y él mismo o un general suyo anduvieron por aquí, por toda esa zona, durante cierto tiempo. No fue como se cuenta de Asdrúbal, llegar y besar el suelo.

El problema está en si la escena se debería trasladar a la Galia, al norte de Italia; suponer que Livio mezcla churras con merinas. Aquí se intentará demostrar que la revuelta de los ilergetes y la rendición de Cástulo coinciden también con la llegada de Magón desde la Galia con un ejército para sublevar a los ilergetes e intentar levantar el asedio de Cástulo. Lo que se acaba cuestionando en el fondo es esa misma batalla, que aquí se considera una de las muchas versiones de Baécula que llenan el mercado, desde Cataluña al Milanesado, con la típica pareja de reyes indígenas al servicio de los cartagineses. A uno lo matan y al otro lo capturan.
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Re: Operaciones navales durante la segunda guerra púnica

Mensaje por marcelo »

Bernardo, la fuente por la que preguntas es esta:
https://dbpedia.org/page/Chronograph_of_354
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Re: Operaciones navales durante la segunda guerra púnica

Mensaje por Bernardo Pascual »

marcelo escribió: 29 Jun 2022 Bernardo, la fuente por la que preguntas es esta:
https://dbpedia.org/page/Chronograph_of_354
Muchas gracias, Marcelo. Es un tema muy interesante este de las dataciones, y no se encuentran muchos trabajos. ¿Hay alguna fuente temprana que establezca ya una clara o explícita diferencia entre el calendario olímpico y el ab urbe condita? Las fechas olímpicas que mencionan Polibio o Apiano, por ejemplo, por sí mismas no concretan esa diferencia. Podría, y lo más seguro que ocurra, haber un desajuste con autores posteriores o incluso con romanos contemporáneos. Busco algo más teórico o científico que meramente descriptivo o factual.
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