Los romanos, por tanto, no pudieron declarar la guerra a los cartagineses simplemente por cruzar el Ebro. Los cartagineses además debían atacar a alguien que habitase en la otra orilla. Aquí es donde Polibio se lía:A más de éstos se terminó el último tratado con Asdrúbal en la España, por el que se convino que los cartagineses no pasarían con las armas el río Ebro.
Ciertos escritores que narraron los hechos de Aníbal, queriéndonos exponer las causas por que se suscitó la segunda guerra púnica entre romanos y cartagineses, asignan por primera el sitio de Sagunto por los cartagineses, y por segunda, el paso del Ebro por estos mismos, contra lo que se había pactado.
Eso no tiene sentido. Sin embargo, Apiano lo cuenta bien:
Lo paradójico es que la versión buena es la mala, y la mala la buena. Lo que menos importa es identificar el río. El caso es que Polibio se monta una película ficticia sobre Sagunto en cuanto que él cree que se trata del Ebro. Por el contrario, aunque Apiano pueda estar equivocado al situar Sagunto al norte del Ebro, resulta que su versión es anterior a la de Polibio y también más coherente.Los saguntinos, colonos oriundos de Zacinto, que viven a mitad de camino entre los Pirineos y el río Ebro y todos los restantes griegos que habitaban en las proximidades del llamado Emporion y en cualquier otro lugar de Iberia, temiendo por su seguridad personal, enviaron embajadores a Roma. El senado, que no quería que se acrecentara el poderío cartaginés, envió, a su vez, embajadores a Cartago. Y ambos llegaron al acuerdo de que el río Ebro fuera el limite del imperio cartaginés en Iberia y que ni los romanos llevaran la guerra contra los pueblos del otro lado del río, súbditos de los cartagineses, ni éstos cruzaran el Ebro para hacer la guerra, y que los saguntinos y demás griegos de Iberia fueran libres y autónomos. Estos acuerdos fueron añadidos a los tratados ya existentes entre romanos y cartagineses.
Iberia, 7.
Y presumiendo que sería un inicio brillante el cruzar el Ebro, convenció a los turbuletes, que eran vecinos de los de Sagunto, a quejarse ante él de estos últimos sobre la base de que hacían incursiones contra su territorio y les causaban muchos ultrajes. Y ellos le obedecieron. Entonces, Aníbal envió embajadores de éstos a Cartago, en tanto que él, en misivas privadas, expuso que los romanos trataban de convencer a la parte de Iberia sometida a Cartago para que hiciera defección de ésta, y que los saguntinos cooperaban en ello con los romanos. Y en absoluto desistía de su engaño, enviando muchos mensajes en tal sentido, hasta que el consejo le autorizó a actuar con relación a los saguntinos del modo que juzgara oportuno. Y tan pronto tuvo ocasión, hizo que, de nuevo, los turbuletes se presentaran ante él para quejarse de los saguntinos y mandó venir embajadores de éstos. Se presentaron los embajadores saguntinos y, al exhortarles Aníbal a que cada uno expusiera en su presencia los motivos de sus diferencias, estos últimos manifestaron que remitirían el juicio a Roma. Al decirle esto, los hizo salir del campamento y a la noche siguiente, habiendo cruzado el Ebro con todo su ejército devastó el territorio y apostó sus máquinas contra la ciudad. Pero, como no pudo tomarla, la rodeó de un muro con un foso y, estableciendo alrededor a intervalos numerosos puestos de vigilancia, los inspeccionaba con frecuencia.
Iberia, 10.