La rebelión de los iberos (197-191 a. C.)

Toda la Historia Militar desde la Prehistoria hasta 1453.

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Bernardo Pascual
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Re: La rebelión de los iberos (197-191 a. C.)

Mensaje por Bernardo Pascual »

Uno de los mitos romanos más curiosos y divertidos es el de la austeridad, la incorruptibilidad y la ecuanimidad de Marco Porcio Catón. Se trata de un mito invertido, porque el que se inventó todas esas anécdotas no lo hizo para elogiarle, sino para vilipendiarle, presentándolo como miserable, depravado e impío. La gracia está en que con el tiempo se le dio la vuelta. El propio Plutarco, no obstante, duda si se le debe considerar lo uno o lo otro.

A catón se le describía originalmente como un cascarrabias enemistado con todos, con el pueblo, con las mujeres, con su familia, con los otros senadores y, especialmente, con Escipión y con los griegos; un muñeco diabólico. También se le tilda incluso de cobarde, además de envidioso, en cuanto que no combatió en Zama alegando una estúpida excusa y culpando de su regreso a Roma a Escipión. Las mismas prisas tuvo por abandonar Hispania.

Así pues, a donde quiero ir a parar es que no es en base a los hechos como se construye al personaje de Catón, sino que es la idea preconcebida de él la que da pábulo a la invención de todos esos hechos. Si se piensa un poco, es totalmente absurdo por ejemplo, y muy en la onda de lo que se viene diciendo, que el propio Catón escribiera en su obra Orígenes que había que vender a los esclavos viejos que ya no producían. El mismo Plutarco se escandaliza ante esta recomendación. La biografía de Catón no es más que una concatenación de tópicos denigrantes, algunos de los cuales incluso se acaban duplicando.

Espero que ahora se vea bien que la cuestión no está en el qué, ya que todo lo que se cuenta son infundios, sino en el porqué. El Catón que conocemos es una invención de alguien que le odiaba, seguramente un griego, pero, a juzgar de nuevo por ciertos anacronismos, dudo mucho que se trate del propio Polibio, sino más bien del pseudo-Polibio. Recomiendo leer a Plutarco bajo esta perspectiva porque el relato entonces se vuelve muy sarcástico. En vano intenta éste lavar su imagen.

https://www.imperivm.org/vidas-paralela ... -plutarco/

Por cierto, y a lo que venía todo esto en realidad, no había mejor chivo expiatorio a quien echarle la culpa de la destrucción de Cartago que a Catón. Si se contextualiza la famosa frase de “delenda Cartago” en ese retrato hostil, resulta que constituye la guinda del pastel.
A ese rubio, mordaz, de ojos azules, a Porcio, aun muerto, estoy que en el infierno no le ha de recibir la hija de Ceres.


Nelitis neque litis

“...Sin embargo, estoy convencido de que si nos ocurre lo que es propio de los hombres, el proyecto no quedará en el aire ni le faltarán hombres cabales; su belleza atraerá a muchos que lo tomarán bajo su responsabilidad y se esforzarán por llevarlo a cabo.”
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Re: La rebelión de los iberos (197-191 a. C.)

Mensaje por Bernardo Pascual »

Por más que Plutarco trate de adornarlo, a Catón se le acusa de las peores cosas, y sobre todo de maltratar a los esclavos y a los animales, que al igual que hoy era lo peor que se le podía achacar a una persona. Catón es el mataperros. No importa si es verdad o no, sino que en su biografía abundan las anécdotas de este tipo. Cuando César en Hispania contrató una nave rápida y dos equipos de remeros para llegar lo más rápido posible a Roma para presentarse a las elecciones, no se comenta si también embarcó el caballo o lo dejó aquí. ¿Por qué entonces se menciona un detalle tan insignificante referido a Catón? Si verdaderamente alardeaba de eso, ya por de pronto no se le puede considerar más que el romano más cretino.

En lo que atañe a este hilo, hay dos sucesos narrados por Plutarco que habría que destacar; en primer lugar las negociaciones de Catón con los mercenarios:
Mientras allí vencía a unos pueblos con las armas y atraía a otros con la persuasión vino contra él un ejército de bárbaros tan numeroso: que corrió peligro de ser vergonzosamente atropellado; por lo cual imploró el auxilio de los Celtíberos, que estaban cercanos. Pidiéronle éstos por precio de su alianza doscientos talentos, y teniendo todos los demás por cosa intolerable que los Romanos se reconocieran obligados a pagar a los bárbaros aquel precio de su auxilio, les replicó Catón que nada había en ello de malo, pues si vencían, serían los enemigos quienes lo pagasen, y si eran vencidos, no existirían ni los que lo habían de pagar ni los que lo habían de pedir.
Este fragmento recuerda mucho a otro atribuido a Sertorio, precisamente también de Plutarco:
Entonces, pues, dando por enteramente perdida la ciudad, partió para España, con la mira de anticiparse a ocupar en ella el mando y la autoridad, y preparar allí un refugio a los amigos desgraciados. Sobrecogiéronle malos temporales en países montañosos, y tuvo que comprar de los bárbaros, a costa de subsidios y remuneraciones, que le dejaran continuar el camino. Incomodábanse los suyos y le decían no ser digno de un procónsul romano pagar tributo a unos bárbaros despreciables; mas él, no poniendo atención en lo que a éstos les parecía una vergüenza, “Lo que compro- les respondio- es la ocasión, que es lo que más suele escasear a los que intentan cosas grandes”; así continuó ganando a los bárbaros con dádivas, y apresurándose ocupó, la España.

No voy a dar la solución porque todavía desconozco cuál es el verdadero significado de esta fábula que se repite con sendos personajes tan polémicos y ambos tan poco afectos a los admiradores de Escipión, pero ahí lo dejo. Queda claro en todo caso que la anécdota, en contra de lo que se pudiera pensar, no procede de Livio, sino que, por el contrario, éste la destripa al tratar de racionalizarla. En la versión de Livio ya no tiene gracia. Pierde el sentido original. Carece ya de moraleja:
“Más difícil le ponían la guerra en Turdetania al pretor Publio Manlio los celtíberos contratados como mercenarios por el enemigo, como antes se ha dicho. Por eso el cónsul marchó para allá con sus legiones cuando el pretor le pidió en una carta que acudiera. En el momento de su llegada, los celtíberos y los turdetanos tenían campamentos separados. Con los turdetanos, los romanos entablaron inmediatamente pequeños combates atacando sus puestos de avanzada, y siempre salían victoriosos incluso de los enfrentamientos iniciados de forma temeraria. En cuanto a los celtíberos, el cónsul dio instrucciones a unos tribunos militares para que fuesen a entrevistarse con ellos y les diesen a elegir entre tres opciones; la primera, pasarse a los romanos, si querían, recibiendo el doble de paga que habían pactado con los turdetanos; la segunda, marcharse a sus casas recibiendo públicas garantías de que no les acarrearía ningún perjuicio el hecho de haberse unido a los enemigos de los romanos; la tercera, si a toda costa optaban por la guerra, que fijasen el día y el lugar para medirse con él en una batalla decisiva. Los celtíberos pidieron un día para deliberar. Celebraron una tumultuosa asamblea en la que participaron los turdetanos, razón de más para que no se pudiera tomar ninguna decisión. Aunque no estaba muy claro si se estaba en guerra o en paz con los celtíberos, los romanos traían provisiones de los campos y plazas fuertes de los enemigos como en tiempo de paz, cruzando a menudo sus trincheras en grupos de diez, como si en una tregua particular hubieran pactado intercambios recíprocos. El cónsul, en vista de que no era capaz de atraer al enemigo a una batalla, primeramente llevó algunas cohortes ligeras a saquear los campos de una comarca aún intacta, y después, enterado de que todos los bagajes y el equipamiento de los celtíberos habían quedado en Seguncia, dirigió hacia allí su marcha para atacarla. Como no hubo forma de ponerlos en movimiento abonó la soldada tanto a sus hombres como a los del pretor y regresó al Ebro con siete cohortes dejando el resto del ejército en el campamento del pretor.”
XXXIV, 19.
La otra cita de Plutarco a resaltar alude a la campaña de Catón contra los lacetanos:
Permanecía todavía en España cuando Escipión el mayor, que era su rival y quería poner término a sus glorias, se propuso pasar a encargarse de las cosas de España, e hizo que se le nombrara sucesor de Catón. Apresuróse a llegar pronto, para que tuviera cuanto antes fin el mando de éste; el cual, tomando para salir a recibirle a cinco cohortes de infantería y quinientos caballos, derrotó a los Lacetanos, y entregado de seiscientos tránsfugas que había entre ellos, los pasó a cuchillo. Llevólo Escipión a mal, y contestó Catón con ironía que así era como Roma sería mayor, si los hombres grandes e ilustres no daban lugar a que los oscuros entraran a la parte con ellos en lo sumo de la virtud, y si los plebeyos, como él, se empeñaban en competir en virtud con los que les aventajaban en gloria y en linaje. Con todo, habiendo decretado el Senado que nada se mudara o alterara de lo dispuesto por Catón, se le pasó en blanco a Escipión su mando en la inacción y el ocio, más bien con mengua de su gloria que de la de aquel.
Aquí de nuevo ocurre lo mismo. La gracia está en que Catón arrasó a sangre y fuego el territorio de los lacetanos para forzarlos a pactar y evitar que Escipión pudiera continuar esa guerra. Livio, sin embargo, omite tan importante detalle. Continua la película que se había montado ya con el tema de los mercenarios y lo lía todo. Lo cuenta al revés. Según él, Catón regresa al Ebro con unas pocas cohortes después de haber desistido de convencer a los celtíberos. Por supuesto, vuelve a duplicar lo mismo, porque en ese viaje de regreso prosigue con la expedición de castigo.
“Con estas fuerzas tan reducidas tomó algunas plazas. Se pasaron a él los sedetanos, los ausetanos y los suesetanos. Los lacetanos, pueblo remoto y salvaje, continuaban en armas, bien por su natural fiereza o bien por su conciencia de haber saqueado a los aliados con incursiones por sorpresa mientras el cónsul estaba ocupado con su ejército en la guerra de los túrdulos. Por eso el cónsul, para atacar su ciudad fortificada, además de las cohortes romanas llevó también a la juventud de los aliados, justamente resentidos hacia ellos. Tenían una ciudad muy extendida a lo largo pero mucho menos a lo ancho. Hizo alto a unos cuatrocientos pasos de distancia. Dejó allí un retén de cohortes escogidas y les dio orden de no moverse de aquella posición hasta que él estuviese de vuelta; con el resto de las tropas dio un rodeo hasta el extremo opuesto de la ciudad. El contingente más numeroso de sus fuerzas auxiliares estaba constituido por jóvenes suesetanos, a los que dio orden de avanzar para atacar la muralla. Cuando los lacetanos reconocieron sus armas y enseñas recordaron con cuánta frecuencia se habían paseado impunemente por su territorio y cuántas veces les habían derrotado y puesto en fuga en batallas campales, abrieron súbitamente la puesta y se precipitaron en masa sobre ellos. Los suesetanos apenas sí resistieron su grito de guerra, cuánto menos su ataque. Cuando vio el cónsul que las cosas se desarrollaban como había pensado que ocurriría galopó a lo largo de la muralla enemiga hasta las cohortes, se las llevó con él mientras andaban todos dispersos en persecución de los suesetanos, las metió en la ciudad por la parte en que estaba silenciosa y desierta, y lo tomó todo antes de que volvieran los lacetanos. Poco después, como únicamente les quedaban las armas, se rindieron.”
XXXIV, 20.
Y no sólo lo duplica, sino que lo triplica o cuadruplica. De hecho no tiene ni idea de cuándo atacó Catón a los lacetanos:
“Inmediatamente después el vencedor marchó hacia el frente de Bergio. Éste era más que nada un refugio de salteadores desde donde partían las incursiones a los territorios ya pacificados de la provincia. Desde allí se pasó al cónsul un jefe bergistano y comenzó a disculparse a sí mismo y a los suyos diciendo que ellos no tenían el gobierno en sus manos, que los bandidos a los que habían dejado entrar se habían adueñado por completo del fuerte. El cónsul le dijo que volviese a casa y que inventase alguna explicación plausible de su ausencia; cuando viera que él estaba al pie de las murallas y que los bandidos estaban concentrados en la defensa de las fortificaciones, que estuviese atento para ocupar la ciudadela con los hombres que estaban de su parte. Se hizo todo según sus instrucciones; de repente cundió entre los bárbaros el pánico por un doble motivo; por una parte, los romanos estaban escalando los muros, y por otra, la ciudadela había sido ocupada. Dueño de esta posición el cónsul dispuso que quienes habían ocupado la ciudadela quedaran libres junto con sus parientes y conservaran sus bienes; dio órdenes al cuestor de poner en venta a los demás bergistanos, y a los bandidos los hizo ejecutar. Pacificada la provincia, estableció un elevado impuesto sobre las minas de hierro y plata, medida esta que supuso un enriquecimiento cada día mayor para la provincia. Con motivo de estas operaciones llevadas a cabo en Hispania, los senadores decretaron un triduo de acción de gracias.”
XXXIV, 21.
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“...Sin embargo, estoy convencido de que si nos ocurre lo que es propio de los hombres, el proyecto no quedará en el aire ni le faltarán hombres cabales; su belleza atraerá a muchos que lo tomarán bajo su responsabilidad y se esforzarán por llevarlo a cabo.”
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Re: La rebelión de los iberos (197-191 a. C.)

Mensaje por Bernardo Pascual »

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Ya lo tengo; nada mejor que exponer los mitos de un modo sinóptico, como la incógnita en una ecuación doble. Tanto a Catón como a Sertorio se les acusa de hacer trampas, de pactar con el enemigo contra los propios romanos. Plutarco acaso trata de arreglarlo con el “lo que compro es la oportunidad”, pero la argucia ya venía de antes, y seguramente también de una misma fuente, y acaso también griega. Huele a la trama rodia.

Volvemos a lo mismo. Todos contrataban mercenarios, igual que todos azotaban a sus esclavos, pero sólo se cuenta de los que caen mal.
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Re: La rebelión de los iberos (197-191 a. C.)

Mensaje por Bernardo Pascual »

Catón el sicofante.
Mientras que por mucho tiempo los antiguos griegos prohibieron su exportación, tampoco podían cosecharse hasta que unos sacerdotes llamados “sicofantas” anunciaran de modo oficial su madurez. Más adelante se llamó sicofantes o sicofantas a quienes denunciaban el contrabando de higos, y luego por extensión a todos los delatores y chantajistas.
https://sobregrecia.com/2009/06/01/los- ... ra-griega/
La Wikipedia lo explica de un modo más extenso:
En la Antigua Atenas un sicofante o sicofanta1​ (en griego συκοφάντης sykophantes) era un denunciante profesional. Generalmente cobraba del interesado en denunciar, que no deseaba hacerlo por sí mismo. Eran conocidos y temidos por las personas honradas que siempre podían verse envueltas en una denuncia falsa.
https://es.wikipedia.org/wiki/Sicofanta
Los griegos dieron a Catón sopas con honda. Nos las han estado dando a todos.

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Para entender los mitos hay que buscar los precedentes. Cualquier griego que leyese la anécdota de los higos habría comprendido su significado.
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Re: La rebelión de los iberos (197-191 a. C.)

Mensaje por Tchazzar »

Bernardo Pascual escribió: 30 Jul 2022
Volvemos a lo mismo. Todos contrataban mercenarios, igual que todos azotaban a sus esclavos, pero sólo se cuenta de los que caen mal.
Los tuyos son aliados o amigos y los enemigos son sucios mercenarios.

Es justificar que todos son malos menos tu. Todos maltrataban según la vista moderna a los esclavos y mujeres… pero intentamos justificar a los que nos caen bien.
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Re: La rebelión de los iberos (197-191 a. C.)

Mensaje por Bernardo Pascual »

¿Cuándo se escribió la Historia de Roma?

El verdadero villano, el verdadero sicofante, no es Catón el Viejo, sino Catón el Joven, el descendiente de una esclava, el que prestó su esposa a un amigo. El censor, en cuanto que su antepasado, estaba destinado al representar el papel que acabó representando Graco, de ahí el famoso discurso ante Numancia. Los romanos eran muy aficionados a cagarse en los muertos de aquellos que les caían mal, pero por un suceso inesperado, el enfrentamiento entre Pompeyo y César, hubo que rectificar el guión, ya que Catón acabó apoyando a Pompeyo. Este cambio se produjo a última hora, pero el borrador ya estaba escrito. El enemigo de Escipión, el gran demagogo y delator, así pues, también cambió de bando y hubo que recurrir a Graco para sustituirlo. No era César el que hasta ese momento estaba difamando a Catón y a su familia, sino Pompeyo. Razones no le faltaban, tantas o más que a César. Si Pompeyo se casó con Julia fue precisamente porque Catón se negó a emparentar con él.

De hecho, si Catón el Joven no hubiese apoyado a Pompeyo, no habría habido motivos para rehabilitar a su bisabuelo. Si la historia la hubiese escrito César, Catón el Censor habría seguido siendo el malo del cuento.
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Re: La rebelión de los iberos (197-191 a. C.)

Mensaje por Bernardo Pascual »

Se puede plantear también al revés. ¿Si la historia la escribieron los optimates, por qué el héroe romano por excelencia es Escipión? ¿Por qué no lo fue Catón ya desde un principio? Pompeyo estuvo jugando a dos bandas.
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Re: La rebelión de los iberos (197-191 a. C.)

Mensaje por Bernardo Pascual »

Otro mito al que también se le da la vuelta es el de Graco, el hombre bueno y honrado que no puede soportar la injusticia y acaba convirtiéndose en un tirano, un mito tan actual como recurrente, y en un principio tan sólo una fábula inocente y didáctica para educar a los jóvenes en la ciudadanía y los valores republicanos, con la moraleja de que no sirve de nada, o incluso el gran peligro que supone la buena voluntad si se incumplen las leyes. Graco en realidad es un personaje tan mítico o legendario como universal, y sin una conexión directa con las guerras civiles del siglo I a.C.

Los dos grandes rivales de Pompeyo, no obstante, fueron primero Catón y luego César, y es precisamente por eso que a ambos se les identifica con sendos mitos, el de Catón el Viejo y el de Graco respectivamente. Mientras Pompeyo y César fueron aliados, el malo del cuento fue Catón, el gran enemigo de Escipión en un principio, pero luego, cuando César y Pompeyo se enemistaron y este último hizo las paces con Catón, se volvió a reescribir la historia. Graco se convirtió ahora en el nuevo villano sustituyendo a Catón el Viejo. Por eso existen tantos paralelismos entre las biografías de Catón y Graco en lo referente a Hispania. De ahí la mención al discurso de Catón en Numancia, los restos de un primer borrador. Graco, el ofendido, interpreta a César, y César, el ofendido, interpreta a Graco. Como tal habría pasado a la Historia de vencer Pompeyo.
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Re: La rebelión de los iberos (197-191 a. C.)

Mensaje por Bernardo Pascual »

Al mismo tiempo, el triunfo de César redimió a Graco. No hay una continuidad de un supuesto partido popular desde Graco a César pasando por Mario y Sertorio. Ni Mario ni Sertorio tenían complejo de Graco. Es a partir de César, incluso tras su muerte, cuando se beatifica al tribuno y se le convierte en el patrón de la causa, a la vez que ocurre otro tanto con Catón. A una primera fase de construcción de la Historia en tiempos de Pompeyo, le sigue una segunda en la que las dos fuerzas enfrentadas ahora son Marco Antonio y Cicerón. Ahí es cuando verdaderamente, en mi opinión, se constituyen oficialmente los dos partidos. Cicerón es el personaje más intrigante en los dos sentidos de la palabra, el auténtico lord sith.

Y todo esto nos conduce a Bruto, el sobrino de Catón, íntimo amigo de Cicerón y casualmente descendiente del que ya con anterioridad había cortado una cabeza a la Hidra. ¿A quién va referido en realidad El sueño de Escipión, a Pompeyo o a Bruto? Algo para replantearse.

Lectura pendiente:
Cicerón, Bruto o de los ilustres oradores.
https://historicodigital.com/download/C ... ingue).pdf

Adelanto un fragmento que me ha hecho mucha gracia:
Pero de Curión podemos decir con verdad que en ninguna cosa se distinguió más que en el esplendor y copia de las palabras. Era tardó en el pensamiento e inhábil en la construcción del discurso. Y su carencia absoluta de acción y de memoria era tal, que movía a risa a los espectadores. Los movimientos consistían en balancear el cuerpo de una parte a otra; de lo cual tanto se burlaron Cayo Julio (diciéndole que parecía que hablaba desde un barco); y Cneo Sicinio, hombre impuro, pero muy chistoso.
Éste, siendo tribuno de la plebe, presentó al pueblo a los dos cónsules Curión y Octavio. Curión habló largamente, mientras que su colega Cn. Octavio permanecía sentado y lleno de vendajes por el agudo dolor que sentía en las articulaciones. «Nunca, le dijo Sicinio, darás bastantes gracias a tu colega: a no haber sido por sus continuos movimientos, te hubieran comido hoy las moscas.» »Su memoria era tan nula, que con frecuencia después de haber dividido la proposición en tres partes, añadía una cuarta o buscaba la tercera. En un juicio privado, pero de grande importancia, en que yo defendía a Titinia y él a Sexto Nevio contra mí, se olvidó súbitamente de la causa, y atribuía este olvido a los hechizos y encantos de Titinia.
Grandes pruebas son estas de desmemoriado, pero nada más torpe que olvidarse en sus escritos de lo que poco antes había dicho. Así sucede en aquel libro en donde supone una conversación, que tuvo al salir del Senado con nuestro Pansa y con Curión hijo, siendo el cónsul César quien había convocado el Senado. Nace todo aquel diálogo de preguntarle su hijo qué había pasado en la sesión. Y después de desatarse Curión en muchas invectivas contra César, se pone a reprender como en profecía las cosas que el mismo César hizo el año siguiente en las Galias.
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Re: La rebelión de los iberos (197-191 a. C.)

Mensaje por Bernardo Pascual »

Aníbal, joven entonces, lleno de ardor militar, afortunado en sus propósitos y estimulado de un inveterado odio contra los romanos, como si hubiese tomado por su cuenta la protección de Sagunto, se quejó a los embajadores: de que originada poco antes una sedición en Sagunto, los vecinos habían tomado por árbitros de la disputa a los romanos, y éstos habían quitado la vida injustamente a algunos de los principales; que esta perfidia no la podía dejar él impune, pues los cartagineses tenían por costumbre, recibida de sus mayores, no permitir se hiciesen injurias. Pero al mismo tiempo envió a Cartago para saber cómo se portaría con los saguntinos que, validos de la alianza de los romanos, maltrataban algunos pueblos de su dominio.
Polibio, III.
Encontré el bucle y la confirmación de mi teoría. ¿Cómo es posible que los romanos hubieran ejecutado a algunos de los principales si todavía no habían desembarcado en Hispania? La solución está en que la destrucción de Sagunto/Ilurci, por los romanos, no por Aníbal, ocurrió inmediatamente después de la batalla de Baécula y la rendición de Jaén. Los ejecutados de los que habla Polibio fueron los cartagineses entregados por los iberos como condición de la tregua, y éste es al parecer el suceso que desata las hostilidades, la traición de los turdetanos. Seguidamente, tras Baécula, la rendición de Jaén y la destrucción de Sagunto, es cuando un general cartaginés desembarcó en el norte de Italia. Indíbil y Mandonio no son sino los hermanos Aníbal y Magón en versión ibera. Uno de ellos fue ejecutado por los romanos y el otro murió en batalla.

Apostaría a que Escipión no fue cónsul a los treinta años, sino a los cuarenta, en el 194 a. C., y de ahí precisamente el error de Tito Livio, que confunde al padre con el hijo:
[21.6] La guerra no había sido formalmente declarada en contra de esta ciudad, pero ya había motivos para ella. Las semillas de la disputa estaban siendo sembradas entre sus vecinos, sobre todo entre los turdetanos. Dado que el objetivo de quien había sembrado la discordia no era, simplemente, arbitrar en el conflicto, sino instigar y provocar los disturbios, los saguntinos enviaron una delegación a Roma para pedir ayuda ante una guerra que se aproximaba inevitablemente. Los cónsules, en aquel momento, eran Publio Cornelio Escipión y Tiberio Sempronio Longo [hay aquí un error cronológico por parte de Tito Livio; estos cónsules lo fueron el 218 a.C., mientras que los hechos que narra sucedieron entre otoño del 220 a.C. y primeros de 218 a.C.- N. del T.].
Nadie había caído en esto. No se trata del año 218 a. C., sino del 194 a. C., en el que fueron cónsules ni más ni menos que Publio Cornelio Escipión el Africano y Tiberio Sempronio Longo, lo cual concuerda con todo lo que se venía ya sosteniendo. Sagunto fue destruída en el año 194 a. C., e inmediatamente un general cartaginés invadió el norte de Italia.

Así pues, es cierto; la segunda guerra púnica comenzó con la destrucción de Sagunto. :lol:

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¡Toma, Moreno!

Muchos se van a quedar con la boca abierta. Resumiendo, Aníbal murió en Hispania en torno al año 195 a. C., fue ejecutado en Jaén tras ser derrotado por el legado Manlio en Baécula y entregado a continuación por los turdetanos. Es la historia que se cuenta sobre la muerte de Amílcar. A continuación, su hermano Magón invadió Italia, haciédose fuerte durante un tiempo en la Galia Cisalpina. Esa es la verdadera segunda guerra púnica.
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